Vivimos en la “época de los idiotas” (Armando Zerolo), pues “las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas” (Umberto Eco).
La idiotización de la humanidad fue anticipada por la película Idiocracia (2006), en la que dos personas se ofrecen como voluntarios para ser criogenizados con el objetivo de ser revividos un año después, solo que, por error, duran 500 años congelados y, cuando despiertan, se encuentran en un mundo donde proliferan los más estúpidos. En ese trastocado mundo la gente está totalmente alienada en el entretenimiento vacío. Lo que abunda es comida chatarra, reality shows y un presidente loco que asume la política como vulgar espectáculo. Como observará el lector, no hubo que esperar tanto tiempo para ver proliferar los Trump, Boris Johnson y Bolsonaro por doquier.
Pero… sin tener que asumir la distinción de Eco ¿son los idiotas verdaderamente estúpidos, cretinos o imbéciles? Originalmente idiota era aquel hombre que no quiere participar de la vida pública, de la política, de la democracia directa. Que, sumido en su vida privada, no quiere ser “animal político” (Aristóteles), es decir, participar de la política, ni contribuir a la convivencia social. La palabra, sin embargo, posteriormente evolucionó con el latín para significar ignorante e inexperto.
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¿Pueden calificarse de idiotas a quienes, como el ciudadano Elon Musk, participamos activamente en las redes sociales con nuestras opiniones sobre todo lo humano que nunca nos es ajeno?
Entiendo que no somos idiotas porque estamos feliz y absolutamente inmersos en la polis digital.
Más que idiotas somos puros narcisistas digitales en busca de “likes”. Ahora bien “el aspecto realmente trágico de nuestro narcisismo no es nuestro amor propio sino nuestra falta de reconocimiento de nosotros mismos. Narciso se enamora de su reflejo solo después de que no logra reconocerlo como una imagen de sí mismo. Los psicólogos creen que los bebés menores de 12 meses no pueden reconocer su reflejo, sino que simplemente sonríen al bebé en el espejo. Boris Johnson se despierta por la mañana y ve a Boris Johnson en el espejo” (Anthony Bernard).
Lo dijo Christopher Lasch en La cultura del narcisismo: el gran problema nuestro es que vivimos obsesionadamente en el presente, al haber perdido el sentido histórico, “el sentimiento de pertenencia a una sucesión de generaciones que hunde sus raíces en el pasado y se proyecta en el futuro” y carecer de todo “interés serio por la posteridad”.
Por eso hoy, como afirma Byung-Chul Han, en verdad, “un idiota es alguien que no está conectado a la red”. “El idiota es un hereje moderno. Herejía significa elección. El herético es quien dispone de una elección libre. Tiene el valor de desviarse de la ortodoxia. Con valentía se libera de la coacción a la conformidad”. El idiota es el hereje que encabeza “la resistencia contra la violencia del consenso”. Como el príncipe Myshkin de El Idiota de Dostoyevski e, incluso, como Don Quijote, podrá ser ingenuo, pero, en realidad, es muy inteligente, aunque no acepte que es humano, demasiado humano.