En la naturaleza todo fluye. Mi abuelo José Antonio Roca tenía como negocio el corte y venta de árboles maderables. Murió poco después de nacer mi madre, Nieves Piñeyro.
Nunca supe si al par de cortar uno o más árboles, tenía la inteligencia y el cuidado de sembrar nuevos especímenes para repoblar el bosque y continuar beneficiándose del mismo.
Conforme a documentos que llegaban a casa desde la instancia judicial, el hombre tenía mucha tierra. A ninguno de sus hijos le interesó esa riqueza.
El Suroeste ha sido azotado por negociantes que se beneficiaban de su tierra, pero parece que no se ocupaban de su conservación y cuidado. De ahí los largos períodos de seca, cambrones y uno que otro árbol de tal dureza que crece y resiste vivir en ese clima donde el sol tuesta hombres y parece como si resecara cerebros.
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Para 1950 todavía gruesos troncos de pino y caoba cruzaban Barahona en camiones propiedad de Danilo Trujillo y don José Delio Guzmán, poseedores de sendos aserraderos que operaban en Pedernales.
Recuerdo que compraba pies de maderas para fabricar juegos infantiles. El pie de pino se vendía a 5 o 6 centavos y el de caoba uno o dos cheles más caro.
Después de la muerte de Trujillo los bosques del Suroeste han sido castigados con una frecuencia machacona, fruto de los incendios intencionales de negociantes haitianos y dominicanos quienes, desde ambos lados de la frontera, provocan los siniestros para fomentar hornos de carbón que no han sido perseguidos como se debe, ni sus acciones criminales castigadas tan severamente como el daño inmenso que provoca su avaricia.
Hay una ecuación creada por el almirante Radhamés Lora Salcedo, doctor en Medio Ambiente de una prestigiosa universidad norteamericana.
Se debe permitir que el campesino use una que otra vara que recoja seca en el campo o que la autoridad le permita beneficiar, a fin de hacer al hombre amigo del bosque, para que no proceda de otra forma, por ejemplo, incendiar el bosque, para resolver sus necesidades.
La montaña está llena de árboles dañados por plagas de insectos, partidos por el efecto de rayos que caen en el bosque, árboles secos y resecos por la acción de tiempo y porque en la naturaleza todo fluye, nada permanece, según observó Heráclito, en Grecia y luego Antoine de Lavoisier concluyó: “nada se crea, nada se destruye, todo se transforma”. Intentos de ocupación de tierras, incendios forestales en distintas regiones del país, desmontes, hornos de carbón, curiosamente cerca del 27 de febrero.