Espectáculo y continuación

Espectáculo y continuación

Carmen Imbert Brugal

Los comentarios continuarán, como siempre ocurre después de una fiesta, de un espectáculo. La juramentación del Presidente, el pasado 16 de agosto, tuvo esa categoría. La ostentación opacó la evocación del “Grito de Capotillo” hecho que marcó el inicio de la guerra en procura de la Restauración de la República.

Reiterar detalles del montaje, de la presencia de jefes de Estado, de la representación de medios nacionales e internacionales prestos para difundir urbi et orbi la originalidad y magnificencia de los actos, repetir pormenores de la emoción presidencial y de su entorno, por la satisfacción del deber cumplido y el desafío de seguir construyendo la patria nueva, sería cansón. La cobertura de la juramentación fue extraordinaria como procede y es habitual en el reino del más que exitoso gestor de imagen presidencial, dispensador de favores para aquellos dispuestos a convertirse en propaladores del evangelio según San Mauricio. Reunir la Asamblea Nacional en la sala principal del Teatro Nacional es otro récord, otra marca Cambio. Quedará durante semanas en el imaginario colectivo el eco del discurso. Serán reproducidas por doquier las frases enardecedoras y las imágenes simbólicas el acontecimiento. Cuando despidan al último invitado continuará el trabajo del presidente que quiere ser recordado como “el reformador”, protagonista de los “cambios urgentes e irreversibles” como anunció en su primer discurso.

Aquello de la tregua de los cien días no procede, es innecesaria, como lo fue durante el primer mandato. La buenaventura estuvo al lado del Presidente y luce que no lo abandonará. Nada alteró los designios gubernamentales.

El oficialismo pudo evitar inconvenientes, gracias a la pasividad colectiva y al encanto que ejerce el mando.

Suspensiones y silencio pretendieron enmendar equívocos, pero sin envainar la espada. Vale citar la marrullería en relación con el proyecto de reforma del Código Penal y el absurdo caso de la ley 1- 24 que crea la Dirección Nacional de Inteligencia y obliga la entrega de información al estilo del SIM y no pasa nada. La ley es discutida, gracias a la magnanimidad presidencial, pero está vigente. Otros asomos de incongruencia y propensión al absolutismo son toreados con presteza.

Comienza el segundo periodo con más viento a favor, gracias a la oposición disminuida y dispersa, al proceso de conquista de alcaldes, diputados, senadores, dirigentes de agrupaciones, movimientos y partidos políticos. Costosa fue la cruzada que produjo, a pesar de las monsergas éticas, el disfrute y control del poder legislativo, municipal y de manera hábil, sutil, la complacencia de órganos más obsecuentes que autónomos. Suma que ha contado con el respaldo militante de los representantes de los poderes fácticos, clero y alofokismo incluidos.

El segundo período adviene con fuegos de artificio, sonrisas y glamour por doquier, con soporte contundente, que permite hacer cualquier cosa. El afán del Presidente está centrado en su reforma constitucional y el “corroboro” de Alix está garantizado. Comenzar y continuar no es lo mismo, pero es igual. Quizás después y con la euforia que produce el objetivo logrado, el gobierno de la pureza atienda situaciones vergonzosas fuera de las agendas de la condescendencia.

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