La particular composición social de una ciudad conllevaba hacer sugerencias conforme sus características. Por ejemplo, a propósito de su visita pastoral a la cosmopolita Puerto Plata en 1872, el vicario franciscano fray Leopoldo A.
Santanché ordenó hacer constar, en el caso de extranjeros, las solicitudes de dispensas de los grados de consanguinidad o afinidad, la secta a la que perteneciese el cónyuge no católico, la notificación previa al párroco de la dispensa obtenida y la prescindencia de misas y velaciones en esos casos.
En relación con los textos matrices de todas las actas, en 1786, a propósito de su visita a la parroquia de El Seibo, el arzobispo Isidoro Rodríguez Lorenzo hizo constar que en todas las partidas de cada uno de los libros se escribieran las fechas en letras y no en números en forma clara y sin abreviaturas, que se evitaran abreviaturas en los nombres y apellidos para evitar confusiones, que se indicara la nacionalidad de los bautizados, casados y enterrados, así como la de sus padres, especificando ciudad, villa o lugar de su nacimiento, vecindad y obispado.
Las observaciones con respecto a todas las actas se fundaban en el hecho de haberse “hallado muchas partidas defectuosas en la supresión y defecto de aquellas noticias”, por lo que mandó suplir al margen de cada una lo que faltase, so pena de imponer una sanción de cuatro reales de plata por cada falta que se encontrase en una futura inspección particular.
Las fórmulas escriturales fueron igualmente objeto de atención por parte de los visitadores desde muy antiguo. En 1682, fray Domingo Fernández Navarrete requirió a los tenientes curas no escribir “desposé por palabra de presente” (que es muy incongruo modo de hablar), sino digan “en tantos de tal mes y tal año, fulano y fulana contrajeron matrimonio por palabras de presente habiendo precedido las amonestaciones ordinarias, en presencia de fulano, teniente cura de la Catedral, y de fulano y fulano que fueron testigos”.