Hubo casos de descuidos proverbiales en cuanto a la formación de archivos, como el sorprendente hallazgo realizado en Baní en 1812 de que en los libros de bautismos, matrimonios y entierros no se había asentado ningún acta desde 1805. Entretanto, en 1816, el Pbro. Antonio de Soto, anterior capellán en San José de Los Llanos, fue condenado a hacer inscribir actas de bautismo, matrimonio y defunción omitidas durante el desempeño de su curato entre 1812 y 1816, que había asentado en cuadernos.
Las deficiencias más comunes eran la falta de índices en cada libro o índices generales, la no firma y numeración de actas, la omisión de nombres de contrayentes, testigos y padrinos, la no indicación del apellido de los bautizados en el margen de las actas, las enmiendas en partidas realizadas de manera incorrecta y libros interrumpidos; en casos extremos, faltaba el nombre del sujeto principal y las actas de bautismo, matrimonio y defunción se anotaban en un único libro o en libros rayados para uso del comercio. Hubo casos con tintes pintorescos, como la falta de asiento de partidas producto de revueltas políticas en 1908 y la disposición dada al cura de la parroquia de Monte Cristi en 1919 de asentar la partida de una bautizada en 1913.
Como queda visto, la casuística que recogen las actas de las visitas pastorales sobre las formalidades de los libros parroquiales es variadísima y de sumo interés para todo aquel que los aborde como material para investigaciones genealógicas. Las faltas de uniformidad en distintos aspectos y las fallas recurrentes apreciables en el decurso de cuatro siglos ponen de relieve las dificultades de comunicación y la debilidad de las máximas autoridades eclesiásticas para hacer cumplir sus mandatos, pese a su insistencia en la corrección de los yerros que encontraban y las medidas de subsanación y sanción impuestas.
Y dejan al descubierto una lastimosa enseñanza: la memoria de las parroquias no estuvo en el centro de la atención de numerosos curas.