No hay una foto de Jean Luc Godard que no exprese esa dimensión única de lenguaje morfológico escenográfico.
Persona y personaje, Godard envuelve con su gestualidad dramática. Lo recordamos con su pitillo blanco de tabaco robusto de las famosas gauloises, dirigiendo el espacio y movimiento del plateau con un gesto de mano indicadora y directiva.
El, de perfil, concentrado, apretando los labios al pitillo, con los ojos clavados en los pasos y movimientos de los actores. Todo en blanco y negro, con camisa blanca ,gafas y chaqueta negras, haciendo de él el actor de su propia filmación.
Ese blanco de la sábana que arropó a Jean Seberg en “El aliento”, con Jean Paul Belmondo, los dos mirándose en la felicidad del deseo cumplido.
Blanco y negro los dos, paseándose por los Campos Elíseos, Belmondo con las manos en los bolsillos, varonil, tanto que no necesitaba ser bello.
Ella, la Seberg,con su pelo corto llevando el New York Herald Tribune en el brazo, enamorados los dos, en ese París de los sesenta, hecho para amar y pasear la pasión por todas sus calles y avenidas.
Imposible olvidar ese beso que la Seberg le extiende a Belmondo en la mejilla frente al quiosco de periódicos lo recibe con una expresión de ternura cómplice inolvidable.
Esas expresiones de enamorados en blanco y negro sellan todo el toque del cineasta, en un equilibrio y sutileza psicológica que fusiona con los matices evocativos de la vestimenta. Los sombreros de Belmondo, asentados, movidos, alzados, responden a situaciones emblemáticas de la película, como también la gorra de cuadros.
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En esta película fundadora y mágica, probablemente una de las más emblemáticas del siglo veinte, Godard humaniza y pone al alcance del espectador un asesino de un policía que vuelve a París para seducir a una periodista americana….
Con esta película, Godard lanza la primera producción cinematográfica que identificará para siempre la “Nouvelle vague”.
La historia parte de un suceso. Un delincuente, después de robar un carro, para ir a París, en un control mata al policía que lo perseguía, se entiende que tenía desde poco tiempo, una relación con una joven americana que quiere estudiar en La Sorbonne y para ganarse un dinero vende el Herald Tribune en los Campos Elíseos.
Una historia cuyo guion, escrito por su amigo Truffaut, le dio toda la fuerza a este primer largometraje de Godard que cambiaría con luces la estética del cine francés, pues nos regaló un cine de libertad, es decir un cine integrado a la vida, a la ciudad al decorado inmediatamente, fuera de los estudios cerrados, un cine de calle, filmado en las calles y en las carreteras.
Todo reducido a un minimalismo concentrado en esencia dramática, aquí los nombres de actores no importan en el genérico, lo que importa es la interpretación y el trabajo técnico. “Sin aliento” es la película con la que Godard revoluciona la conducción dramática del cine francés con apenas 29 años,rompiendo las convenciones, instaurando “La nouvelle Vague”.
Nutrido de reflexión y cultura, este cineasta supo acercarse a la realidad y a la actualidad con la voluntad de filmar un mundo tal como es, sin manierismos ni preciosismos. Nacido en el seno de una familia burguesa, durante su juventud en París se nutrió de la vida del barrio latino, frecuentando la Filmoteca y el cine club, como espacios privilegiados de su formación.
Este cine de autor de la nouvelle vague, que se impone frente al cine de entretenimiento, crea un asombro de primera cuatro años después de “El aliento”.
El atrevimiento fue magistral, pues el guión se nutre de la novela de Alberto Moravia “Il disprezzo”.
Guion sellado con la factura y escritura del propio Moravia que también incursionó en el cine. Nadie puede olvidarse de la maravillosa banda sonora de Georges Delarue y de la belleza tórrida de Brigitte Bardot, más B.B. que nunca, espectacularmente impresionante en el ritmo de su voz, el ritmo de sus pasos, porque la Bardot aquí funda su interpretación en un ritmo lento y sensual, tanto en la palabra como en el cuerpo.
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En el fondo de la relación matrimonial de la pareja Piccoli´-Bardot, se manifiesta todo el pensamiento sobre el deseo, en diálogos de un erotismo donde la palabra persigue el cuerpo extendido de la Bardot, con una pierna alzada , dialogando con su caída de caderas en una cama donde la actriz busca la confirmación de su atractivo frente a un Piccoli que se muere de amor.
Entre las dudas, las interrogantes, los miedos de lo que concierne a una pareja joven frente al deseo y a la intensidad del amor, tenemos otra perspectiva de corte ideológico y político que va más allá del desprecio en la pasión, es el desprecio por el cine intelectual, el cine de arte y ensayo, el cine de autor, en una palabra, el desprecio de la maquinaria de producción cinematográfica de Hollywood… que se impone con la arrogancia del capital…
Una película crítica que abarca las dudas del esposo de la B.B para no caer en las garras de un productor que interviene en el guión, con sus miras al éxito comercial y que lleva al guionista a vender su alma y su purismo por un cheque para resolver los problemas de la cotidianidad de la pareja.
Piccoli se defiende en nombre de la “cultura”. Tenemos en esta película el enfrentamiento más dramático entre cineasta de arte y productor comercial.
Aquí se demuestra claramente cuando el productor, es decir el capital, interviene y cambia la historia original de Homero .
Godard es un sabio en la conducción de los mensajes intelectuales.
Cambiando la historia original de Homero convierte a Penélope en una desalmada que no ama a Ulises y le es infiel. Como elemento trans textual de la novela, hacen que esta vulnerabilidad del guionista, aquí Piccoli, se convierta en la metamorfosis de su esposa Brigitte Bardot que sí va a transmitir un doloroso desprecio sicológico hacia su marido para convertirlo en una figura vulgar, reducida y mediocre abandonada por los dioses.
En “El desprecio”, es el sublime Fritz Lang que interpreta al productor de Hollywood dirigiendo un peplum serie Z.
Desde nuestra perspectiva crítica es muy difícil caracterizar por orden de valor e importancia la obra de Godard. Hemos dado estas dos dimensiones de “El aliento” y de “El desprecio”, porque dentro de una producción de 131 películas que marcan su obra, estas dos permiten abarcar la dimensión dramática y conceptual de un cineasta “revolucionario” en la amplia extensión de la palabra. Revolucionario por haber levantado en mayo de 1968 la anulación y suspensión del Festival de Cannes, por las contradicciones con las ideas vehiculizantes del momento, y revolucionario por todo el lenguaje estético de cada una de sus obras.
Invito a los cinéfilos y cinéfilas dominicanos a acercarse a su obra con “Pierrot el loco”, de 1965, y para los estudiantes de artes y cine busquen “Al final la escapada”, de 1960, ícono de la modernidad y obra fundacional de la nouvelle vague.