Había que tumbarlos (I)

Había que tumbarlos (I)

Matías Bosch

“Vamos a llevar las riendas de todos nuestros asuntos, y que de una vez se entiendan hombre y mujer, todos juntos. Porque esta vez no se trata de cambiar a un presidente: será el pueblo quien construya un Chile bien diferente”.

Son las primeras líneas de la Canción de la Unidad Popular, el proyecto político que llevó a Salvador Allende a la presidencia de Chile, caído en combate en el golpe de Estado cívico-militar de 1973, ejecutado con patrocinio de la CIA.

¿A qué “país bien diferente” se refería la canción?

Lo explica Allende en 1972 ante la ONU: “El nuestro es un combate permanente por la instauración de las libertades sociales, de la democracia económica, mediante el pleno ejercicio de las libertades políticas”. Y también lo responde en un informe al pueblo ese mismo año: “El pueblo nos dio como tarea avanzar en el camino de la democracia económica, para asegurar la liberación de los trabajadores (…) Durante siglo y medio, una minoría tuvo el control de la vida política y económica del país; y el desarrollo económico, el proceso industrial, estuvo al servicio de esta minoría”.

Esa misma idea sostuvo otro gobierno, derrocado diez años antes: el de Juan Bosch en República Dominicana. Llegando del exilio en 1961, Bosch dijo al pueblo “…esta tierra es de los dominicanos, no de un grupo de dominicanos; su riqueza es para los dominicanos, no para un grupo de dominicanos; su destino es el de la libertad, no el de la esclavitud; su función es unirse a América en un camino abierto y franco hacia el disfrute de todo lo que significa la libertad pública y la justicia social”.

Las políticas impulsadas en República Dominicana desde el 27 de febrero de 1963 hasta el golpe del 25 de septiembre, y condensadas en la Constitución promulgada el 29 de abril de ese año, materializaban lo que Bosch expresaba al decir que el momento histórico dominicano no se trataba de “trujillistas versus antitrujillistas”, sino de cambiar de raíz la sociedad mediante “una democracia revolucionaria que mantenga las libertades públicas, pero al mismo tiempo dé a este pueblo el progreso, la justicia social, la democracia económica que nunca ha tenido”.

Y como bien dice la canción: para Allende como para Bosch, el sujeto de esas transformaciones democráticas no podía ser un individuo ni un gabinete, sino, como es lógico, el pueblo libre, consciente y movilizado.

Lo dice Allende en su último discurso: “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Y lo dice Bosch exaltando “el millón cien mil dominicanos que salieron de sus casas y de sus bohíos y de sus ranchos, bajaron de las lomas, recorrieron caminos y fueron a las urnas a poner la primera piedra del edificio de la democracia revolucionaria”. Así como cuando señaló: “revolución quiere decir (…) presencia de la masa dominicana en el escenario de la República como actora del drama colectivo y no como espectadora que lo ve a distancia”.

Proyectos revolucionarios que, con plenas libertades públicas, apostaron por llevar las democracias “bastardas” y de cartón a la realidad efectiva de un gobierno de y para las mayorías y que, en lugar de reivindicar figuras y caudillos de una ciudadanía vacía, confinada a elegir entre campañas publicitarias o esperar “beneficios”, creían en construir auténtico poder del pueblo para ser sujeto de derechos y protagonista en las decisiones y las acciones… Esos eran proyectos imperdonables para quienes siempre han dominado. Y por eso había que tumbarlos. (Continuará)