¡HASTA EL PROXIMO BATEY, QUERIDO NADAL!

¡HASTA EL PROXIMO BATEY, QUERIDO NADAL!

Nadal Walcot


De todos mis amigos, Nadal Walcot era mi mitómano favorito y el único que hablaba con faltas de ortografía. Alto, negro y delgado, con la cintura muy baja como los hombres de Senegal, Nadal era uno de los cocolos más bellos de San Pedro de Macorís.

Hablaba una jerigonza donde según él se mezclaban el griego, el alemán, noruego, japones, “holandez” y por último “tres tipos de inglés” que “conclullen” de esta manera: el inglés británico, el americano y el inglés de las isla como “Jamaika”, Trinidad y las “WetIndies”.
A veces me traía sus cuentos que destilaban originalidad y buen humor, a pesar de que fuesen trágicos, y donde demostraba un vocabulario de antología. De cada lectura fui compilando un listado de los términos de su diccionario particular.

“Ubiera, abia, Maxsista, desir, ilezo, ayi, Beljica, asta, trankila, iso, cullos, abian, peyejo, aserme, rasista, dulsura, veces, proxsimo, difisil, resive, valla, ofisinas, susedio, estraña, nasido, aber, digera, felizida, exsilados, juyendo, hodio, amenasaba, ceria, ubiera, efurecieron, finao, mazana, azado, desia, abia, inmajinar, mendicar, oxsidados, iso, mardito, raises, barcones, esenas, resibo, Ejipto, ausilio, cer, pribilejio, simbolojias, mardecida, espardas, precensia”.

En ingles habría que compilar un diccionario aparte, pero primero tendría que descifrar lo que quieren decir las palabras, una tarea ardua para lingüistas, o para quienes puedan ocuparse de convertir en idioma el creole cocolo.

Nadal nos encantaba con sus relatos y descripciones sobre la vida de los Bateyes del Sur y Este del país: San Pedro de Macorís y Barahona, y sus experiencias como exilado de la dictadura de “Juaquin Balaguer”, en Europa.

Al Sur se debía su hablar “mardito”, aprendido en los “barcones” de las casas barahoneras: y su manera de mardecir constantemente, sobre todo a los americanos que según el viven del sudor de las “epardas” de los trabajadores de los ingenios.

Debo a Nadal el poco conocimiento del mundo del batey que poseo. Un día nos invitó a la inauguración del Centro Cultural Pedro Mir, en Macorís, y allá fui con una poeta boricua y su entonces novio, un rubio con ojos azules que se ha declarado negro y actúa como tal.

El Centro se encontraba cerca de la “Churcha”, iglesia episcopal donde asisten los cocolos con sus trajes de dril, zapatos de dos tonos, y damas con sombreros que envidiaría la realeza británica. De hecho, Nadal decía que los habían adoptado de la monarquía inglesa, sobre todo después de la coronación de la reina, el evento más importante para los negros descendientes de las colonias de habla inglesa del imperio, que fueron a Santo Domingo durante el auge de la industria azucarera.

“Yo, a los nueve años era más inglés que dominicano. Sabía más de la reina que de Juan Pablo Duarte, y estaba más atento al reloj Big Ben de Londres que a la sirena de los bomberos, que sonaba todos los días a las doce , en mis hoidos”.

Según Nadal, él se sabía todos los nombres de las calles de Londres y los había aprendido de una revista que le trajo su tíoJoms de Saint Kitts. Como, además, era limpiabotas en San Pedro de Macorís, eso lepermitió conocer muy de cerca a los “ilustres miembros de la “lojia inglesa, en su camino a “secionar” en San Pedro de Macorís, desde el África, la India y el Medio Oriente”.

Sus compinches habían sido “Romel, el zorro del desierto, y Majad Magandy, cuando Lord Carrington ordenó su prisión”. En esa época no era aun un hombre de izquierda, por lo que no sorprendía su devoción a la corona inglesa y su “apollo al arresto de Magandy, por “etarle fartando el repeto a la reina”.

Su maravillosa imaginación lo llevaba a afirmar que muchas veces cabalgaba “con el Sid, cada vez que conquistaba un castillo enemigo”, y que “en la conferencia de Yalta, estuvo con Wiston Churchill, Josep Starling y Delano Ruswelt”.

Fuese por imitación de la monarquía inglesa u holandesa, el desfile cada domingo de los cocolos y cocolas hacia la “Churcha” se había convertido en uno de los espectáculos más esperados de quienes veníamos de la capital, por eso aceptamos sin rechistar la invitación de Nadal a la inauguración del Centro Cultural Pedro Mir, hasta que llegó la madrugada y había que encontrar un lugar donde dormir.

Nada que Nadal no pudiera resolver, de ahí que fuéramos a parar a un motel frente al mar (que no veíamos porque estaba muy oscuro, pero escuchábamos), en un barrio conocido con el nombre de “La Arena”.

Al llegar, la boricua se horrorizó con el olor del sitio y su aparente falta de higiene, pero yo, la verdad, estaba tan cansada que habría dormido en el medio del parque.
Mi amiga pidió que levantara los colchones para asegurarnos de que no había sorpresas y le dije que lo único que se veía eranpequeñísimos insectos negros que debían ser chinches.

Nadal, imperturbable, dijo que eran ladillas y nos encogimos de hombros: ¿ladillas? También añadió que no había que preocuparse, que solo había que ir a la farmacia y comprar unos polvos que se llaman “Racaché”.

Por la cara del boticario supimos lo que eran las ladillas y al otro día, mal dormidos, descubrimos que estábamos frente al puerto, en un motel de mala muerte de marineros y prostitutas de turno.

Ese solo episodio debió bastar para que nunca volviera a aceptar una invitación de Nadal, pero un día, cuando nos reencontramos, estaba tan súper deprimida que él lo notó enseguida.
“Tas como de finao. Como llena de hodio. Como a punto de coger las de Villadiego y tirarte al mar. Argo te amenasa”.
No.
“No seas sínica. Ablame de tu suerte. Algún mardito te iso argo?”
No. NO.
“Ase mucho que no te beo así, como sin apollo. No puede ser tan mardecida y quedarte a esparda de tus amigos, sin desir lo que te pasa”.
Es la miseria humana…
“Miceria…¿De qué cabrones tamo hablando?
No se trata de eso…

“¡Ah bueno! Meno mal. De eso se cura uno. Lo otro e ma difícil. ¡Bamo pa Consuelo! Mi Batey. Ai tengo una amiga que ase trabajo. Te saca ilezo, te alluda y te sarva er peyejo. ¿Cómo tu cree que toy vivo? Por lo cervisio que ella me ase. ¡Ay que joder a eso tíguere!”

Más por curiosidad que por venganza acepté la invitación. Entramos a una estrecha calle, sin asfaltar, donde todas las casitas eran iguales, a una casa de concreto que en nada se parecía a lo que imaginaba como un centro espiritual. Hasta que llegamos a un patio, donde había una estructura circular (que solo había visto en África), como una gallera, con una columna en el centro, techada de canas, que daba acceso a otro salón donde estaban los altares.

Allí nos recibió con gran alegría una mujer joven y atractiva que abrazó a Nadal con tanto entusiasmo que llegue a mal pensar que se trataba de una de sus novias.
Es muy larga la historia para contarla aquí, y la nostalgia me ahoga.
¿A qué batey voy ahora sin ti, querido Nadal Walcot, en busca de la alluda de tu inagotable y risueña bondad?

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