Henríquez Ureña y la construcción de redes de solidaridad intelectual

Henríquez Ureña y la construcción de redes de solidaridad intelectual

Pedro Henríquez Ureña

§ 1. Durante el proceso de construcción de las redes trasatlánticas entre escritores hispanoamericanos y españoles para resolver los problemas del racionalismo historicista que Consuelo Naranjo Orovio y sus pares asumen como “decadencia”, “degeneración”, “crisis” y “caída” (historia agustiniana) luego de la pérdida del poder colonial a finales de 1898 los intelectuales de España vieron en los de Hispanoamericana un empuje que podía ayudarles a remontar la “depresión” histórica en que habían caído y solo se conformaban con preguntarse ¿por qué le sucedió esto a España?

En las Cartas con historia, Naranjo Orovio vio también las dificultades entre intelectuales hispanoamericanos en esta ayuda a España a superar un discurso pesimista: «El estudio epistolar ha hecho posible adentrarnos en el origen de algunas instituciones, revistas y colecciones de libros que animaron las relaciones y propiciaron la aparición de otras nuevas redes formales o informales.

Asimismo, nos permite cincelar las conexiones transnacionales y transatlánticas, y la trama cultural creada. La correspondencia encierra los acuerdos, pero también las discrepancias y las tensiones en el interior de las redes que originaron desencuentros y rupturas, y el abandono y surgimiento de nuevos espacios de comunicación y colaboración.» (P. 34).

Tanto españoles como hispanoamericanos «compartieron el sueño de hacer de la cultura y de la instrucción herramientas de progreso y de debate.» (P.35).

El objetivo español tras la derrota colonial fue claro: de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas «dependió el Centro de Estudios Históricos, el primer centro de investigación inaugurado por al JAE en virtud del real decreto del 18 de marzo de 1910, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal.

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Ramón Menéndez Pidal

A él se le encomendó investigar el pasado español, la historia, el arte, la arqueología y la filología para establecer las raíces de la identidad española que, a la vez, sirvieran de argumento y base de un proyecto político más amplio en el que América tenía un lugar especial.» (P. 37).

Pero no todos los españoles llamados a colaborar con Menéndez Pidal poseían la mente ancha para compartir con los vecinos de unos países que desde 1810 combatieron con el fusil en la mano la pretensión de España de dominarles.

Ya que no pudo ser a través de la fuerza, ahora algunos pretendían que tal dominio se ejercería a través de la hegemonía ideológica y el mandarinato literario que España ejerció durante cuatro siglos en América de habla española.

Y el desacuerdo surge de esta pretensión, Algunos intelectuales hispanoamericanos estaban dispuestos asumirlos; otros no, sobre todo lo que venían del nacimiento del lado crítico de la revolución francesa y su proclamación de los derechos humanos y más aún de aquellos que deseaban, aunque de boca, el industrialismo de América, como fue el caso de los “científicos” de Porfirio Díaz.

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Naranjo Orovio vio claro el problema, que todavía hoy subsiste bajo la modalidad de un patriarcalismo y un eurocentrismo cultivado por la nobleza, la aristocracia y los partidos políticos que están amarrados a la Constitución que permitió que el franquismo sobreviviera a través de la monarquía y no a través del régimen que era de esperarse de una Europa mediterránea que había desterrado la realeza por la república parlamentaria y desde la Constitución de Cádiz y las sucesivas repúblicas parlamentarias desembocaron en la que causó el levantamiento de Franco y produjo la guerra civil de 1936-39.

La autora lo expone de esta manera: «Con Hispanoamérica de trasfondo, a la impresión valga decir que el hispanoamericanismo, en el sentido amplio del término, es un concepto complejo con múltiples matices que fue variando a lo largo de los años, y cuyo uso guarda relación con los diversos actores que lo formularon y la correlación de fuerzas políticas de cada país, como en el caso de España.

El hispanismo de Pedro Henríquez Ureña, al igual que el de otros eruditos de su época, situado en un tiempo determinado, surgió como oposición a la cultura anglosajona —a la que juzgaban materialista—, al imperialismo y a la modernidad [modernización ha debido decir la autora, DC] impuesto desde fuera, a la vez de ser una vía que propiciaba el encuentro y la alianza entre los pueblos de América hispana, que alimentaba su identidad.» (P. 43)

Hoy, aquellos esfuerzos de construir las redes trasatlánticas para unir a España e Hispanoamérica, si no es un anacronismo al menos pertenece a un mundo literario y político basado en la hegemonía de la teoría del signo y la filología propios de la ideología de la primera independencia latinoamericana que culmina con Bolívar, los demás libertadores oligarcas y el romanticismo liberal liquidado como proyecto social por el naciente imperialismo norteamericano que arropa todavía el arco de las Antillas, la ocupación militar de Centroamérica y el dominio de las economías del Cono Sur.

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Hoy hay que plantearse otra estrategia política y literaria distinta a los que fue aquel siglo XIX y principio de siglo XX.

El nacionalismo de hoy vis a vis al hegemonismo de los imperios de los Estados Unidos, España y Europa y hasta la China están obligado a plantearse una nueva teoría del signo, del lenguaje, de la historia y la de la literatura, pero no por la vía de la teoría política del partido único con el objetivo de construir una segunda independencia de los países de América Latina.

En el siglo XX final (1970) y principio del XXI, es la crítica de la teoría del ritmo la que renovará el inconsciente lingüístico en que encuentra sumido el Occidente.

Ninguna de los discursos teóricos y sus propuestas de renovación cultural y literaria en América y España habían tocado la llaga de la teoría del signo en que se asienta la cultura occidental, pese a estar dicha teoría del signo disponible desde 1916 con la publicación del Curso de lingüística general, de Ferdinand de Saussure, teoría lingüística e histórica que ha sido leída y enseñada hasta hoy en las universidades del planeta por profesores que la han leído al revés y la han pervertido tomando de ella las nociones facilistas y abandonando la parte fuerte de su componente científico, los cuales son sus conceptos de lo radicalmente arbitrario del signo, del lenguaje, y de la historia y los de sistema, valor, funcionamiento y la lengua concebida como forma, no como sustancia.

SÍNTESIS: EL RACISMO DEL SIGLOS XIX,XX Y XXI ES EL MISMO

Porque lo produce la teoría del signo: El español Araquistaín y del dominicano Pedro Henríquez Ureña son casos de racismo.

En carta memorable a Amado Alonso fechada en Santo Domingo el 25 de marzo de 1932, casi al final de su mandato de Superintendente General de Educación, Pedro le escribe este párrafo a su amigo: «Volviendo al lenguaje: aquel señorío que tuvo el español de Santo Domingo está desapareciendo rápidamente.

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Uno lo observa todavía en las personas mayores, pero la juventud –y cosa rara, las mujeres— es ya muy descuidado, sobre todo en la pronunciación: el relajamiento de todas las consonantes en final de sílaba es fantástico. Hay para esto una causa general que es la boga del plebeyismo en el mundo (…) Pero, además, la agonía antillana como dijo Araquistaín, en el título de su libro.

La agonía antillana es principalmente la invasión negra que amenaza ahogar a la población blanca y a la mestiza y a la negra cultivada: es la invasión del negro ineducado de Haití –analfabeto que ni siquiera habla una lengua europea: su lengua es el patois francés que se ha formado entre ellos— y del negro muy poco educado de las colonias inglesas, el cocolo.

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Estos analfabetos acuden a Cuba y a Santo Domingo para trabajar en las fincas de caña: y los de Haití vienen a Santo Domingo aun sin ese pretexto, porque tienen la frontera libre. Haití tiene dos millones y medio de habitantes (últimos cálculos 2,650,000) y Santo Domingo, en doble territorio, 1.200.000): La invasión es natural. Al llegar a la capital después de 20 años de ausencia, vi con asombro que se había ennegrecido.

Hablé del asunto con el presidente y me dijo que ya le preocupa: Efectivamente, se están dictando leyes que para contener la invasión* (Dato que no debe publicarse) Yo le dije que nuestro esfuerzo en la escuela se perdía, porque por cada analfabeto nuestro a quien enseñamos a leer nos llegaban dos de fuera.

Ahora se va a establecer un fuerte cordón de escuelas fronterizas de primer orden, además de colonias similares y colonias agrícolas que ya existen, recientes.» (Pp. 44.45, Epistolario de Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso. Ed. De Miguel de Mena. Santo Domingo: Cielonaranja, 2021).

Se anuncia ya, incluidos los discursos de Peña Batlle, la solución final que Trujllo asumirá en 1937 con el asunto denunciado aquí por un moralista de la lengua como Pedro Henríquez Ureña.

El moralismo y la estética de la lengua redoblan la teoría del partido del signo, el cual redobla a su vez el racismo. Araquistáin y cualquier miembro del Centro de Estados Históricos de Madrid pudo servirle de pie de amigo.

La única receta que libra al sujeto del racismo es la asunción de la teoría del partido del ritmo.