Por: Bienvenida Polanco Díaz
A principios del siglo xx aparece el primer historiógrafo de la actividad dramatúrgica dominicana en la persona de fray Cipriano de Utrera. En 1924 Utrera dio seguimiento, en la entonces importante revista Panfilia, al hallazgo del filólogo Francisco de Icaza, quien dos años antes había encontrado en el Archivo de Indias de Sevilla el que hasta hoy es el documento más antiguo conservado de escritura teatral dominicana: conocido como el ‘’Entremes, de Llerena’ por haber sido compuesto por el clérigo criollo Cristóbal de Llerena, en 1588. Se trata de un texto corto de unas cinco cuartillas.
Fray Cipriano -Manuel Higinio del Sagrado Corazón de Jesús Arjona y Canete, de Utrera provincia española de Andalucia- amplió considerablemente las investigaciones que sobre aquel texto inédito habían sido publicadas en la Revista de Filología Española en 1922. Las informaciones aportadas por Utrera sobre el estreno en Santo Domingo y otros datos sustentaron los subsiguientes trabajos pioneros que sobre el teatro y la literatura dramática hispanoamericanos publicarían en las siguientes décadas los historiadores desde las principales universidades del mundo, entre estos Juan José Arrom, desde Yale, y su Teatro de Hispanoamérica en la época colonial. En la América Latina el ‘Entremés, de Llerena’ es el segundo más antiguo texto conservado de literatura teatral ; el de mayor antigüedad es la pieza ‘Desposorio espiritual entre el pastor y la Iglesia Mexicana’ escrita por el mexicano Juan Pérez Ramírez, en 1574.
Cipriano de Utrera, 1886-1958, de la Orden de los Capuchinos, llegó a Santo domingo en 1910 dedicándose a la enseñanza y a la investigación histórica y en particular de la época colonial; Licenciado en Filosofía y Letras en el antiguo Seminario Conciliar de Santo Tomas de Aquino. Fue nacionalizado dominicano durante ‘La era’ por el decreto número 8571 que le concedió la investidura a título de naturalización privilegiada. A su muerte, ocurrida en tierras de España, los restos fueron trasladados a Santo Domingo e inhumados con honores de patriota, descansan en la ciudad colonial. Autor de numerosos estudios; incansable científico en las ciencias de las Humanidades, fue jefe de la Misión Dominicana de Investigaciones Históricas en los archivos de España. Perteneció a la Academia Dominicana de la Historia; a las Reales de la Historia de Madrid, Venezuela, Colombia, Cuba, Nicaragua, Antioquena de Medellín y de The Academy of American Francisca History, de Washington.
A los estudios de Utrera sobre el siglo XVI siguieron los de Pedro Henríquez Ureña con su libro de 1936 La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo —Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos aires—. Corrian los tiempos de las primeras investigaciones y libros de historia –Dauste, Ripoll, Anderson Imbert…- sobre las literaturas en las ex colonias de la península ibérica. En 1945 el segmento “Teatro” del libro Panorama Histórico de la Literatura Dominicana de Max Henríquez Ureña recogió la primera reseña ampliada, en edición, de registro escénico y literario.
Aquel mismo año, 1945, en los Anales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo se publicaba un opúsculo de Manuel de Jesús Goico Castro: “Raíz y Trayectoria del Teatro en la literatura Nacional” que circuló durante mucho tiempo en los ambientes académicos. El ensayo había obtenido el primer premio Arístides Fiallo Cabral en el concurso de la Facultad de Filosofía y Letras. Quienes escribían sobre nuestra dramaturgia en aquellos años dentro y desde fuera del territorio dominicano se nutrieron de este ensayo, en ocasiones sin mencionar la fuente, lo que ocurre aún en la actualidad. Goico Castro -1916,1990- fue un abogado, historiador y diplomático. Se graduó de la Escuela Diplomática y Consular en 1943, se licenció en Filosofía en 1946 y se doctoró en Derecho en la Universidad de Santo Domingo en 1951. En la administración pública desempeñó importantes funciones como embajador adscrito a la Secretaría de Relaciones Exteriores, presidente de la Comisión Nacional de Fronteras y director general de Estadísticas.
No fue sino hasta principios de la década de los ochenta del siglo xx cuando se editó debidamente aquel acreditado texto de Goico Castro encabezando el tercer volumen, dedicado al Teatro, de la ‘Antología Literaria Dominicana’ —Instituto Tecnológico de Santo Domingo, Editora Corripio, Santo Domingo, 1981, pp. 1-29—. Goico Castro ofrece a la historiografía de la literatura teatral dominicana un gran número de valiosísimos datos inéditos que dan cuenta de una disciplinada labor documental, apasionada, y que marcó un antes y un después definitivo en ese espacio de la dramaturgia nacional.
El historiador García Arévalo no se equivocaba cuando en el panegírico, a la muerte del académico, enfatizó su gran dominio de la dramaturgia. Recordemos aquí que la ‘Dramaturgia’ es cualquier espacio intelectual o físico donde confluyen texto y representación referidos al Teatro; Literatura y Teatro son artes distintas con rasgos definitorios específicos. Es importante anotar en este punto que su Biblioteca, que tuve ocasión de visitar en mis años de estudiante, era una de las más completas y contadas especializadas en Dramaturgia dominicana, con increíbles primeras ediciones y múltiples códices de diferente data; resulta inspirador saber que su hijo y heredero Rubén Goico Castro se ha cuidado de custodiar tan maravillosa colección.
En 1952 Américo Cruzado publica el libro ‘El teatro en Santo Domingo’ en el que presenta un inventario de las compañías de teatro que visitaron el país entre 1905 y 1929 incluyendo esporádicas informaciones relacionadas, algunas de especial interés entre las cuales destacan las referidos a la actividad directriz y de autoría de José Narciso Solá, padre de la primerísima actriz Monina Solá.
En 1959 un breve libro recapitula lo dicho por Goico Castro y agrega de novedad sólo unos pocos datos de puesta al día sobre la producción de los autores durante aquella última década: ‘Teatro dominicano: Pasado y presente’, de Jaime A. Lockward. Posteriormente los años sesenta y setenta del siglo pasado vieron la aparición de algunas reseñas en ediciones enciclopédicas nacionales y antologías internacionales que repitieron lo ya escrito sobre el pasado teatral y en cada caso actualizaron tangencialmente las nuevas facturas y estrenos: constante, e invariablemente se usó la repetición sostenida de las investigaciones de Goico Castro y, en la mayor parte de los casos, sin acreditar la autoría.
El año 1972 vio la salida al público un estudio breve de Marcio Veloz Maggiolo: “Evolución Histórica del Teatro Dominicano”, que sirvió a los fines de establecer categorías entre las principales figuras de la escritura teatral desde los años cincuenta a 1970. Se mantuvo la carencia de proyectos investigativos a gran escala para la documentación -tales como las imprescindibles carteleras cronológicas, o artículos amplios de fondo en revistas o periódicos-.
También en 1972, el volumen tercero dedicado al Teatro en la ‘Antología de la Literatura Dominicana’, preparado por José Alcántara Almánzar presentó la primera compilación diversificada de literatura dramática —en este caso fragmentos—. El texto sirvió de pauta nacional e internacional prácticamente definitiva sobre cuáles podrían considerarse como principales autores modernos y las antologías de teatro latinoamericano y del Caribe en adelante se cuidaron de incluir a aquellos dramaturgos como representativos de lo contemporáneo: Máximo Avilés Blonda, Héctor Incháustegui Cabral, Iván García, Manuel Rueda, Franklin Domínguez. Además, relacionados con las nuevas formas de los sesenta, Efraim Castillo,y Carlos Esteban Deive: se trataba de vincular un grupo pujante de escritores de la literatura dramatica de Vanguardia; intelectuales más o menos contemporáneos, participantes de la general algarabia por la naciente Democracia, y todos participantes, sesenta años atrás, de aquel memorable ‘Primer festival de teatro dominicano’ de agosto en 1963. (Continuará. 1 de 2).