Desde el momento que irrumpió en el local, los indicios fortalecían la percepción. Esa manera de expresarse sin palabras, fue santo y seña. Sin dudas, era un compatriota. El tono de voz, el piropo, la solicitud imperativa de una información, ratificaban aquello que las miradas intercambiaban.
La diligente empleada abandonó a los clientes que atendía, antes de la llegada del sujeto, para concentrarse en el advenedizo.
Un juez colombiano, indignado, manifestó su desagrado debido al desaire y a la descarada manera de favorecer al “árabe”, como luego, en un intento de resarcir la ofensa, quiso explicar la joven. El cuchicheo de los funcionarios dominicanos, frente al mostrador, despertó la curiosidad de los presentes. Raudo, el privilegiado cliente, abandonó el lugar y el asombro de la obsecuente dependiente fue palmario.
Ocurrió en Madrid -1989-. Un grupo de jueces y fiscales de Sur, Centro América y El Caribe, estaba en la capital española para completar un ciclo de formación académica, en el Centro de Estudios Jurídicos de la Universidad Complutense. Ese día, visitábamos la oficina de IBERIA para verificar datos de los pasajes. Saldríamos durante el fin de semana de Madrid y aprovechamos un receso para la diligencia.
Fácil fue identificar a uno de los prófugos dominicanos más famosos: José Michelén Stefan. Los colegas nos preguntaban qué podíamos hacer: nada, dijimos al mismo tiempo.
Más que poderoso en sus años de creación de la “Avanzada Electoral”, movimiento que auspició la candidatura de Jorge Blanco. Amo y señor de INESPRE -1982-1986, ganó una diputación para el periodo 1986-1990, pero prefirió huir. Transformado en Jim White, dijo adiós, para nunca volver. La fuga fue encubierta, acallada, gracias al apañamiento de poderosos hacedores de opinión.
Vergüenza o miedo, nunca se supo. El fugitivo no esperó la prescripción, como hizo Fulgencio Espinal, otro de los prófugos de aquel periodo de procesos judiciales contra influyentes funcionarios del gobierno de las “manos limpias”.
La historia de fugitivos y desaparecidos es fascinante. La creatividad, la complicidad y esa manera descarada de tener culpables favoritos, ha permitido la variedad de subterfugios para evadir la aplicación de la ley.
Muchos se reinventaron, lograron exorcizar demonios. Ocurrió con los asesinos de la tiranía y de los periodos subsiguientes. Abbes García convertido en leyenda, León Estévez fervoroso en la puerta del templo, Alicinio, Candito y la sarta de generales reivindicados hasta por sus víctimas.
A esos los dejaron quietos. Útiles para el relato y la ficción, porque a los apóstoles de la ética la sangre le escuece. Suman matones y espías de otra época, para pedir condena contra sus elegidos. La circunstancia y la conveniencia decidirán quienes son, en cada ocasión.
Fugitivos, desaparecidos, sentenciados, jugaron siempre con las autoridades o las autoridades se sumaron al juego. Infaltable la inclusión de Mazurka, Sam Goodson, los Palmas Meccía. Figueroa Agosto y el realismo mágico, el narco que después de vivir feliz entre nosotros, se esfumó de las calles capitalinas y apareció en Puerto Rico. Mención merece Angito, asesino de JR Beauchamps Javier. Quiso ser Enrique Blanco hasta que se cansó de guasábaras y cuevas y apareció.
Entre prófugos y desaparecidos existe un abismo, igual que entre estafadores de zaguán y aquellos con aquiescencia y protección. A veces hay una mezcla, pero indefectiblemente, para declarar la desaparición de una persona, es necesario agotar un procedimiento diferente, establecido por la ley.
Evaden y vencen quienes tienen respaldo o el interés en capturarlos es inexistente. Los prófugos deben ponderar su estrategia. Si pueden vivir como Jim White, a pesar del desarraigo, libres del encierro en una celda, valdría la decisión.
Sin embargo, en este momento es difícil escapar de la persecución trasnacional. Aunque no somos un Protectorado, las banderas estrelladas se exhiben en las sedes locales de persecución del crimen.
Es mejor apurar el cáliz que desmontarse esposado del avión, luego de una travesía ocupando asiento trasero.
Desfavorable es el efecto que producen soplones enaltecidos e imputados prófugos. Huir delata, perjudica. Cuando el disfrute ha sido colectivo, el agravio debe compartirse