La fijación de salarios mínimos, sectorizados o generales, no provoca evidentemente el efecto dominó a que se aspira para beneficio de los asalariados de todas las categorías también necesitadas de remuneraciones que cubran el costo de la canasta familiar que para el punto más inferior del espectro resulta de RD$42.060,47; pero que ha experimentado elevaciones escalofriantes para los siguientes estamentos en la escala del mundo laboral. Cada quien con su penuria.
Lo que como ingreso promedio reciben los hombres y mujeres que venden su fuerza de trabajo no pasa de RD28,382.09 para el género masculino y de RD$28,697.00 para el masculino. Estadísticas oficiales sitúan en apenas un 11% a los empleados dominicanos que perciben mensualidades entre RD$30.000 y RD$50.000.
Los últimos topes mínimos que ponen precio al sudor de los trabajadores pautan RD$21,000.00 para empleados de empresas calificadas como grandes; RD$19,250.00 para los de las medianas; RD$ 12,900.00 para adscritos a pequeñas empresas y RD$11,900.00 para los de microempresas. Tales resoluciones han estado repercutiendo escasamente como pistoletazos para pagar más y de manera generalizada a la composición completa de las nóminas privadas.
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En vista de que un 57.7% de los habitantes del país depende de desempeños informales para sostenerse sin protección del Código de Trabajo que regula las formas en que deben pagarles; y otra proporción de individuos que se cansan de buscar ocupación y no encuentran, se pueda afirmar que la marginación del bienestar social en el país incluye más ciudadanos que el integrado por quienes logran insertarse a los medios de producción y servicios del sistema económico en el que sus derechos valen más.
El Estado llega con ayuda a una parte de los habitantes del terruño que atraviesan situaciones económicas calamitosas, asistencia que es dirigida con permanencia a algo más de un millón de ellos, según estadísticas oficiales.
El Gobierno además ha destinado hasta junio de este año 35 mil millones de pesos a subsidios a ciertas áreas de importaciones y comercios, y a los combustibles, facilitando en cierta medida el acceso a consumos esenciales, barrera de protección social en pie a base de un endeudamiento público que eventualmente encendería un bombillo rojo en los organismos multilaterales de la vigilancia financiera mundial.
Mientras funcionan las mitigaciones que hacen un hoyo al presupuesto, el ancho segmento de la población en edades en que se debe producir dinero supera con mucho a los tres millones y medio de dominicanos o poco más del 34% de la población total en la que está incluida la proporción mayoritaria de quienes sobreviven en la informalidad (57.7%) o perdieron sus empleos durante la pandemia. No hay sábana que alcance para tantos.
Golpes al ingreso
En un año, medido a junio 2022, el incremento de precios en República Dominicana fue en promedio de 9,47%, unos RD$3.641,46, más para la canasta familiar, golpe severo ante la proverbial inflexibilidad de los montos salariales endurecida por el azote de la pandemia y el impacto sobre la economía mundial de la guerra en Ucrania.
El único factor de la producción de costo inmutable es el laboral, aunque los precios de las materias primas e insumos estén trepados a una espiral a la que la iniciativa privada se acoge casi sin chistar. ¡Ahí sí que no se puede hacer nada!
Ya para ese mes y lo que vino después, se calculaba que el común de los trabajadores dominicanos no calificados, y a los que la fijación del salario mínimo debería salvarles la campana, habrían de necesitar el triple de lo que conceden las resoluciones del Ministerio de Trabajo para sobrevivir.
Las propias estimaciones del Banco Central, que toman en cuenta los costos de la vida diferenciados por quintiles o categorías de consumo (desde comer plátanos con revoltillo hasta variedades de buenas carnes) están dejando ver que para aquellos que en estos tiempos no agreguen RD$3.664.30 o probablemente algo mas, a su poder de compra mensual las alacenas van a perder contenido.
A las góndolas de supermercados, escaparates de farmacias y del ramo ferretero se va generalmente a confirmar que la vida no solo sube por el lado de los alimentos: también cuesta mucho más hacer reparaciones en el hogar, sustituir colchones desgastados, adquirir escobas y suaper; medicamentos y artículos para reparaciones de automóviles de modelos atrasados a los que tienen derecho las billeteras en crisis. No solo de pan vive el hombre.
Campanazo de Altagracia
Columnista de reciedumbre en la defensa del consumidor, Altagracia Paulino sostiene categóricamente en su última entrega aparecida ayer en este diario que lo que debe existir para recuperar el poder adquisitivo en tiempos de alzas (como el actual) es el mecanismo de ajustes por inflación a partir de que «los precios que deja la inflación jamás se devuelven, nunca bajan a los niveles que compensen» el poder de compra de los asalariados.
Recordó la época, hasta la administración del presidente Antonio Guzman en 1978, en que los salarios eran bajos pero los precios, también; citando la singular experiencia de que la fijación de salarios mínimos dispuesta por el malogrado mandatario «empujó a los demás salarios» y no hubo por esas causa un brote de inflación, lo que vino a ocurrir con el gobernante sucesor doctor Salvador Jorge Blanco.
Esa siguiente gestión del PRD se plegó a los ajustes de la economía recetados por el FMI que implicaron pérdida del poder adquisitivo del peso, devaluación que hizo conocer la inflación en el país. «La inflación es el peor impuesto a los pobres, y mientras la sombra de la guerra persista las posibilidades de mejoría son mínimas”, escribió Altagracita.