El ser humano ha anhelado la inmortalidad y la IA se la ofrece. El hombre de la antigüedad vivía una larga vida. La Biblia, uno de los libros sagrados de la humanidad, expresa en el Génesis que Matusalén vivió 969 años, Jared 962, Noé 950, Adán 930, Set 910…Al observar la lista de reyes sumerios vemos como se confirma la edad a que se llegaba en aquella lejana época. Hoy la expectativa de vida a nivel global es de 72.2 años (Unicef, 2022). La mitología, los libros religiosos y gran parte de la literatura hablan de la vida, la muerte y de la inmortalidad de los dioses, pero el ser humano observa que los seres que ama desaparecen, mueren. Es así como desde tiempos inmemoriales busca encontrar la planta de la inmortalidad, el elixir y la fuente de la juventud.
“La Epopeya de Gilgamesh”, el poema épico más antiguo de la antigua Mesopotamia (2500-2000 a. C) narra el viaje que Gilgamesh emprende en busca de la inmortalidad, la cual le lleva hasta los confines del mundo, donde vive el sabio Utnapishtim y su mujer, únicos supervivientes del Diluvio, a los que los dioses concedieron la vida eterna. En el camino de vuelta, encuentra una planta que devuelve la juventud a quien la toma; pero una serpiente se la roba y Gilgamesh vuelve a Uruk, convencido de que la inmortalidad es patrimonio exclusivo de los dioses.
El ser humano teme a la muerte y en la mayoría de los casos ansía la eternidad. Sueña con la inmortalidad quizás recordando la frase bíblica: “En el último día de la creación, Dios dijo, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). Sin dilación, con esta aseveración en mente, el hombre anhela ser inmortal como su Dios. Ansía la vida eterna. Acaso el deseo de inmortalidad viene escrito como información en su ADN ancestral o quizás su deseo anida en el temor a lo desconocido; a lo que se oculta tras el misterio de la muerte; al más allá, a las posibilidades tras la desaparición del cuerpo físico o al infierno de Dante…
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La IA tiene objetivos tecnológicos puros y científicos en el campo de la medicina. Ambos son importantes. Los tecnológicos provocan cambios sociales que impactan la economía y el trabajo; los científicos producen un conocimiento médico que mejora la vida de los seres humanos. La medicina del siglo XXI cuenta con la IA y la tecnología de última generación que puede aplicarse prácticamente en todos los campos de la medicina: la nanotecnología, los análisis médicos y de imágenes; diagnósticos certeros y precoces; análisis de las secuencias genéticas; sistema de reconocimiento facial que permite detectar enfermedades raras. Una simple fotografía es suficiente para que esta tecnología pueda procesar una base de datos de hasta 8000 enfermedades diferentes; la visión del feto mejorada; prótesis inteligentes que memorizan los patrones de movimiento de la persona y pueden ser controlados mediante una aplicación; la farmacogenómica; ciborgs, micro chips cerebrales, biotecnología; estudio, diseño y desarrollo de la materia a nivel de átomos o moléculas; la construcción del primer atlas celular o mapa de los 37,2 billones de células humanas. “Un esquema para capturar y examinar millones de células de forma individual utilizando las herramientas más potentes de la genómica moderna y la biología celular” (MIT, 2018), entre muchas otras aplicaciones.
Los aportes de la IA a la medicina son invaluables. De eso no hay duda. Pero existe la necesidad de leyes, reglamentaciones y sanciones sobre el uso y abuso para evitar excesos en contra de la humanidad; supervisión y controles éticos sobre todo en ingeniería genética; herramientas modificadoras de conducta humana y, muy especialmente los procesos del “transhumanismo”. Además, cuando reparamos en las paradójicas opciones que brindan algunos países respecto a la inmortalidad y la muerte: prolongar la vida eternamente a través de máquinas y avatares Vs. poner al alcance de la población píldoras o métodos que permiten decidir a la persona morir y el Gobierno permite y pone a su alcance métodos como “la píldora dulce de la muerte digna” considerada muerte pacífica, electiva y legal o un depósito al que se entra para morir. Estas nuevas formas de actuar deben ser sopesadas a fondo porque son revoluciones culturales extremas que cambiaran el mundo. Jamás en la historia de la humanidad se han dado este tipo de disrupciones en la que el ser humano deja de ser lo que es para convertirse en otro desconocido.
Hay un importante grupo de científicos de Silicon Valley que aseguran que los avances actuales de la medicina y la IA podrán lograr curar el envejecimiento y con ello prolongar la vida. Este grupo de investigadores considera que la vejez es una enfermedad curable y se encuentran, según explican, en el proceso de lograrlo. José Codeiro y David Wood, autores del libro “La muerte de la muerte”, son defensores del proceso. Ambos refieren que el hecho incontrovertible de la muerte ya puede rebatirse desde fundamentos científico-técnicos.
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“La muerte será opcional hacia 2045 gracias a los avances exponenciales en IA, regeneración de tejidos, tratamientos de células madre, impresión de órganos, criopreservación, terapias genéticas o inmunológicas que resolverán –resuelven ya- el problema del envejecimiento del cuerpo humano. Un envejecimiento considerado ahora como una enfermedad que puede y debe ser curada”. (Codeiro y Wood, 2018, p. 318)
El “Proyecto conectora humano” pretende digitalizar todo el cerebro de una persona; el “Proyecto cerebro humano”, realizado por un equipo suizo bajo la dirección de Henry Markram, trabaja en crear un programa informático capaz de simular todos los aspectos básicos del cerebro utilizando transistores en lugar de neuronas; existe una ruta biológica que está siendo trabajada en Estados Unidos llamada Iniciativa BRAIN. La universidad de Stanford trabaja con la ontogenética que consiste en aislar la proteína opsina. Elon Musk, por su parte, trabaja con la instalación de microchips en el cerebro humano con el fin de monitorizar su desarrollo y así prevenir o tratar enfermedades, brindar la capacidad de comunicarse con la nube, computadoras, dispositivos electrónicos e incluso otro cerebro de cualquier persona que tenga una interfaz similar. Se trata de un sistema de comunicación a través del «pensamiento».
Luego están los científicos del transhumanismo (Iniciativa 2045) que andan en busca de desarrollar la inteligencia supra humana. Hablamos de una copia robótica del cuerpo humano controlado vía una interface cerebro-computadora [BCI]; un avatar sobre el que se incluye nuestro cerebro al final de nuestras vidas; un avatar con cerebro artificial; un holograma. Las intenciones que se describen en el proyecto 2045 según refieren sus organizadores van a favor de engrandecer la existencia humana. Sin embargo, debemos estar muy atentos, dados los cambios radicales de que se trata, observar y reflexionar sobre los intereses del fuerte poder que mueve la iniciativa: políticos, económicos y sobre todo de élites de poder tecnológico, científico y hasta religioso.
Expuestos a la situación es necesario acercarse con una actitud filosófica, es decir, una disposición interrogativa con relación a la existencia y sus fines, los misterios de la vida, la muerte, la conciencia y la inmortalidad. Muchas son las preguntas que surgen de todo lo antes expuesto: ¿Con el uso de chips, podrá transferirse la conciencia?¿Cómo puede evitarse la manipulación del cerebro conectado a la máquina de parte de la misma máquina (Deep learning) o los dueños del sistema? Como reacción surge la “tecno filosofía” que ofrece una exploración inicial a nuevas ideas y hechos de la vida de la Revolución 4.0 muy especialmente las relacionadas a la IA, los objetivos y objetos de la civilización tecno industrial. La Iniciativa 2045 nos presenta un cambio tan radical que resulta una amenaza a nuestra humanidad tal como la conocemos. Nunca antes habíamos estado tan cerca de encontrar la fuente de la juventud (la detención del envejecimiento a través de la ciencia) ni tan cerca de la inmortalidad. Nunca antes hemos estado expuestos a este grado de incertidumbre y riesgo.