La intuición y olfato político no es patrimonio de la jurisdicción partidaria. Ahora bien, el laborantismo y los ajetreos tienden a desarrollar un sentido previsor que los años afinan y acercan a la capacidad de prevenir situaciones lamentables. A gobernar se aprende gobernando, pero una parte importante de los servidores públicos sin cercanía al aparato organizacional y ajenos a la realidad social, casi siempre, no exhiben el tino indispensable en el ejercicio de las tareas públicas.
La conformación de un gabinete anda siempre asociado a las cuotas de retribución al esfuerzo electoral y recaudación financiera, indispensables en toda campaña en la búsqueda del poder. Por infortunio, los candidatos que permiten a recaudadores sentirse amos de la victoria corren el riesgo de cometer errores en capacidad de dañar la gestión, y por vía de consecuencia, actuar distantes de la prudencia porque sienten que están en deuda con estos, como resultado de los recursos recaudados.
Estructurar el triunfo del PRM necesitó de articular esfuerzos en múltiples sentidos. En el terreno de los hechos, se derrotó al poder y sus recursos. Y no es un acto de ingenuidad establecer que, ante la innegable realidad de que los votos no tienen un peso ético, se tocaron puertas que condujeron a resultados favorables. Alianzas invisibles, entendimientos opacos, sumas sin posibilidad de exhibir y pactos extraños, resultan “entendibles” como resultado de la selectividad ética desde la instancia oficial y el carácter impenetrable de funcionarios que rompieron el idiotómetro, pero no pueden ser sustituidos por las pesadas libras del compromiso político.
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A distancias se puede interpretar el peso sobre los hombros de un gobernante intentando suplir las falencias de una parte importante de miembros del gabinete. De paso, cuando la opinión pública devela tinglados oscuros y afán de acumulación con tintes de corrupción, la respuesta parece ser la rotación y/o darle una salida de amistad/protectora y status de “licencia”, con posterioridad al daño ocasionado a la gestión.
Afortunadamente, la ciudadanía no es tonta y puede interpretar la noción intermitente del interés moralizante, muy duro con con los de abajo y extrañamente tolerante y protector con los exponentes del perfume social beneficiarios de un decreto.
Al final, la mejor forma de entender e interpretar los excesos del incremento salarial y aumentos de la tarifa eléctrica obedecen a la escasa intuición, pericia política y desconexión de la realidad social. Por eso, la proximidad con la gente, pero esencialmente con los ciudadanos lejanos al aire acondicionado y los placeres de la nómina pública, contribuye a comprender la otra realidad. Los que se crispan, indignan y votan con rabia, también cuentan. ¿Por qué no lo entienden?