Islas Galápagos, un destino de ensueño

Islas Galápagos, un destino de ensueño

Día Uno – Isla San Cristóbal

Aterrizamos. Escéptica aún, enfrento el paisaje desértico pincelado por rocas volcánicas.

Equipaje en manos tomamos la ruta hacia el puerto. Antes de subir al barco encontramos al primer lobo marino durmiendo a sus anchas sobre la roca cobriza. Debo elegir qué rocas mirar: las que están forradas de lobos marinos o de cangrejos rojos.

En el atracadero los lobos marinos andan como Pedro por su casa. Duermen sobre los bancos del parque, juegan sobre el asfalto, se tienden al sol sobre la playa, se bañan de arena y, extrañados, miran a los extraños con ojillos negros y vivaces. Apáticos y somnolientos lanzan al viento su grito ronco, hambriento, sediento.

A 15 metros bajo el mar aparecen los dos primeros leones marinos. Me emociono al verlos. En el agua lucen mucho más hermosos y ágiles que en tierra. Miran mi máscara y yo los miro. Me sorprenden con sus volteretas veloces. Giran y giran en un juego infantil. ¿Serán más felices que los delfines?

Día Dos – Cabo Marshall

Vimos los primeros tiburones Galápagos y Martillos, imponentes y bravíos. Las primeras tortugas marinas. Morenas sinuosas y amenazantes en todos los colores y tamaños posibles.

Hay más vida que ayer. Un poco de corriente, la suficiente para que nos vayamos acostumbrando de que en Galápagos el buceo es extremo. Me aterro con la inmersión. Las corrientes son cada vez más intensas.

En mi camarote, en el silencio de la noche y el rítmico bamboleo del barco, agradezco el privilegio y me rindo al sueño.

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Día Tres – Isla Wolf

Navegamos toda la noche. La nostalgia de estar en medio de este mar, incomunicados con el mundo exterior, y el trajín propio en cada inmersión se vuelve sal y agua con la impresionante vida marina que nos recibe en el fondo.

Esta cortina de peces Ojones se hace más densa. En medio de la masa de agua interfieren mi conteo de tiburones martillos y la llegada de tiburones Galápagos que confundí con los Silky.

Aferrada al arrecife volcánico, en un intento valiente de que la corriente no me arrastre, me maravillo con la aparición de seis mantas que “vuelan” inmutables, serenas y señoriales. Van y vienen, imperturbables, en un nado calmo, mágico y armónico.

Colocándose en posición de “ataque aéreo” disparan su calma y anestesian mi corazón. No quiero volver a la superficie.

Día Cuatro – Isla Darwin

Despuntando el sol saltamos de los asientos sorprendidos por la llegada de los primeros delfines de nuestro viaje. Las cámaras atinan a atrapar los saltos divertidos de estas bellezas del mar. Las emociones se agolpan.

Nuestro buceo se corona con la imponente visita de un tiburón ballena a nuestro propio barco. Lo llena todo con su presencia y desde la panga, con aletas o sin ellas, con snorkel o sin él, con wetsuit o no, caemos todos al agua fría.

No puedo creerme que esté nadando al lado de un enorme tiburón ballena, que pueda ver sus ojos desproporcionalmente pequeños, la anchura de su boca chata cubierta de rémoras oportunistas y parasitarias.

Me embeleso en la piel azul grisácea de mi tiburón ballena, en sus manchas circulares, en su impresionante cola y en sus aberturas branquiales. Estoy a su lado y me pregunto si es cierto.

Dejar atrás el espectáculo de aves disputándose los espacios de roca volcánica, la exclusividad de las patas azules, sus pingüinos, iguanas y tortugas marinas es casi inaceptable. Los cardúmenes de barracudas y jureles se nos fueron haciendo costumbre.

La fiereza de las corrientes también. Literalmente gateamos entre las rocas. Agarrados muy fuertes a ellas ondeamos como banderines en son de paz.

Llegamos al punto de buceo más loco de todos. El “washing machine”. Sobrevivo. Temblando aún, reniego de seguir buceando en las Galápagos. El arrepentimiento se evapora en la próxima inmersión.

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Día Cinco – Punta Vicente, Isla Isabela

A 18 grados, 29 metros, 54 minutos de buceo y 700 PSI, no encontramos los Mola Mola. Hora de subir.

Una corriente decente me permite hacer tranquila la parada de seguridad. Tirito de frío. He de volver a Galápagos en busca de los Mola Mola que no vi.

Día Seis – Isla Santa Cruz

En el último buceo bajamos a 17 metros. A la primera vuelta, dos tiburones Punta Blanca. Uno de ellos me pasa por el lado, desciende al suelo marino y allí se queda, quieto, adormecido. Me voy acercando con sigilo, sabiendo que invado su espacio. Avanzo cada vez más confiada. Completamente arrojada.

Despojada de todo miedo. Y el Punta Blanca allí, posando para las cámaras, esperando que me acerque más. Y más. Y más. ¡He logrado la foto de mi vida!

28 05 2022 28 05 2022 areito El Pais2 1 3