§ 1.A los 74 años de publicado el segundo libro más demoledor en contra de la dictadura implantada por Trujillo desde el 16 de agosto de 1930 y cuyo título es Una satrapía en el Caribe. Historia puntual de la mala vida del déspota Rafael Leónidas Trujillo (Guatemala: Ediciones del Caribe, 1949), ¿Qué imperiosa necesidad llevó a José Almoina a escribir un año después una apología de esa misma dictadura de Trujillo donde desmiente todo lo dicho en este primer libro y pinta un paraíso de la vida política en la República Dominicana en Yo fui secretario de Trujillo (México: Ediciones y Distribuidora del Plata, 1950). El primer libro del cual han debido partir Almoina y Jesús de Galíndez en sus obras contra Trujillo, aunque no lo citen, quizá por orgullo eurocéntrico y minusvalía como mujer, fue ¡Yo también acuso! Rafael Leónidas Trujillo tirano de la República Dominicana (Nueva York: Azteca Press, 1946) de Carmita Landestoy quien, al igual que Galíndez y Almoina, fue entusiasta colaboradora de Trujillo, pero como intelectual verdadera que adquirió conciencia, al igual que los dos españoles exiliados en nuestro país, al vivir en las entrañas del monstruo, reaccionó virulentamente en contra de aquel totalitarismo como lo hicieron en segundo lugar, y una vez en el extranjero, De Galíndez con su libro La era de Trujillo. Un estudio casuístico de la dictadura hispanoamericana, publicada como tesis en la Universidad de Columbia en 1957 (Buenos Aires: Americana, 1962). La historiografía antitrujillista de nuestros exiliados dominicanos escrita desde 1930 merece un estudio aparte, pero no es este el lugar para semejante tarea.
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Repito la pregunta: ¿Qué necesidad imperiosa llevó a Almoina a escribir un año después de su “Satrapía en el Caribe” una apología de la dictadura de Trujillo sin la más mínima fisura crítica? Para salir del país en junio de 1947 hacia México, a algún acuerdo de colaboración debieron de llegar Trujillo y Almoina y que este último rompió al publicar con el seudónimo de Gregorio R. Bustamante y en Guatemala, lejos de México, para despistar al dictador, desconocedor el exiliado español que Trujillo tenía el mejor servicio de espionaje en el Caribe y América Latina y que pronto iba a saber el verdadero nombre del autor de “esa infamia y esa deslealtad” de quien había comido abundantemente de la mano de Trujillo y había sido distinguido con todos los honores. Si Almoina se aprestó a escribir “Yo fui secretario de Trujillo” fue porque todavía le servía al dictador, quizá como doble agente, pero a veces los dobles agentes se creen más listos que quien les paga. Pero Orlando Inoa, editor de la primera edición en el país de “Una satrapía en el Caribe” conjetura que con el libro «laudatorio al tirano (…) intentaba despejar dudas sobre su fidelidad al régimen de Trujillo.» Lo único que Trujillo no perdonaba a un opositor es que publicara intimidades personales de él y su familia y que además fuera desleal. Dicen los que hurgan en este tema que ese pecado le costó la vida a Almoina y a Galíndez por afirmar que Ramfis no era hijo de Trujillo. Todos los otros ataques que no fueran personales, Trujillo los dejaba pasar. Y aunque fuera verdad tal afirmación, Trujillo, so capa de perder el respeto y el miedo de su población aherrojada, no podía permitir aparecer ante la sociedad dominicana como un cornudo y mucho menos como un homosexual, tal como está escrito por Almoina. La bastardía de Ramfis la repitió Galíndez en su tesis de Columbia publicada en 1956. Eso le costó la vida, al igual que a Mauricio Báez que lo repetía desde la radio cubana. En el tipo de relaciones de intercambio de parejas, tal como lo refiere Almoina, era muy difícil saber, excepto para la madre, quién era el padre de Ramfis. En la época actual solo una prueba de ADN permitiría saber si Ramfis y Trujjillo eran familia. Solo eso permitiría descartar la filiación de Ramfis con el empleado de la compañía eléctrica que se casó con María Martínez para encubrir el embarazo del Ramfis bastardo de Trujillo.
El anecdotario trujillista relata que cuando el Jefe tuvo en sus manos y leyó o le leyeron el libro apologético de Almoina se limitó a preguntar para que la audiencia lo supiera: ¿Y a quién cree Almoina que va a engañar? Diez años le tomó a Trujillo vengar esa deslealtad: el 4 de mayo de 1960 Almoina fue asesinado en México, aunque los autores del homicidio cogieron cárcel y el dictador quedó al descubierto al probarse el crimen. Al igual que Trujillo y su prensa celebraron el suicidio de Juancito García en 1960, cuando faltaba apenas un año para el ajusticiamiento del dictador, quizás el fracaso de la expedición del 14 de junio y la muerte de su hijo José Horacio Rodríguez llevan a la depresión y la desesperanza al viejo luchador antitrujillista, quien sacrificó su vida y su fortuna para intentar derribar al usurpador.
§ 2. Almoina quiso jugar a las dos cabezas con Trujillo y perdió. Salió de Ciudad Trujillo para México con su mujer y sus tres hijos en busca la libertad política y económica que el austero Trujillo no derramó a manos llenas en los bolsillos del exiliado español y en el tiempo de su gran influencia como secretario particular de Trujillo parece que el sueldo no era suficiente para ahorrar bastante y mantener una familia de cinco personas. En México, luego de su llegada, a tres meses de publicar su notorio libro Una satrapía… le escribe Almoina a Trujillo en febrero de 1949 ofreciéndole sus servicios incondicionalmente, aunque fuera en un puesto en la Embajada dominicana. Pero al no recibir respuesta positiva, pues Trujillo estaba estudiando su comportamiento a través de los informes de sus embajadores Balaguer y Calderón, en julio de 1949 el gallego cruzó el Rubicón con la publicación en Guatemala de “Una satrapía en el Caribe” con el seudónimo de Gregorio R. Bustamente, una diatriba feroz contra la dictadura de Trujillo. Igual camino había escogido Carmita Landestoy cuando salió definitivamente de Santo Domingo para Nueva York con el pretexto de cuidar a su madre enferma, pero antes de escribirle a Trujillo proponiéndole ser propagandista de su gobierno en los Estados Unidos, ya había dictado varias conferencias en diferentes ciudades alabando las bondades del régimen. Y al no recibir respuesta positiva a su demanda, a los pocos meses, en 1946, publicó su tremenda diatriba contra la dictadura de Trujillo. Hay un paralelismo en estas dos conductas. En la carta de Balaguer a Trujillo de julio de 1948, este diplomático no encontró indicios de que Almoina hubiese asumido posiciones antitrujillistas, sino más bien que le obsesionaba «un afán de lucro fácil» (Bernardo Vega. Almoina, Galíndez y otros crímenes de Trujillo en el extranjero. Santo Domingo: Fundación Cultural Dominicana, 2001, p. 18).
§ 3. El nudo gordiano de la política trujillista y de algunos salomones del Jefe se dieron a la tarea de estudiar el estilo de “Una satrapía en el Caribe” con el objetivo de determinar si correspondía o no a la autoría de Almoina. Balaguer y Calderón, desde su respectiva poltrona en México y Santo Domingo se devanaron los sesos y no dieron con el acertijo. Sólo Trujillo, el genio entre todos ellos, encontró la respuesta. Almoina fue el autor de esa diatriba anónima: «El dictador estuvo completamente seguro de que Almoina era el autor tan pronto leyó la obra ‘por el solo detalle de que en el libro se nombra a un personaje de entonces, no con su nombre verdadero, sino con otro convencional, conocido únicamente por el Benefactor y sus secretarios. Es probable que ese escritor y diplomático haya sido Héctor Incháustegui Cabral, a quien Llorens describe en su libro como buen amigo suyo.» (Vega, op. cit., p. 21). El propio Vega dice que llegó a la conclusión de «que sin lugar a duda el libro de Bustamante de 1949 era de la autoría de Almoina, por la sencilla razón de que párrafos enteros del reporte de 1947 sobre la política internacional de Trujillo aparecen reproducidos en el libro de 1949.» (op. cit., p. 19). La resolución de este engorroso enigma por parte de Trujillo decretó el asesinato de Almoina, para lo cual el dictador esperó diez largos años, pero sin que el afectado cejara ni un momento en buscar protección policial de parte del gobierno mexicano ante la amenaza de muerte que pesaba en su contra y que en varias ocasiones los servicios secretos de Trujillo habían intentado librarse del hombre que primero escribió un libro denunciando todas las barbaridades del dictador en el libro anónimo de 1949 y luego en 1950, para despistar a Trujillo, escribió un ditirambo de 335 páginas para negar todas las afirmaciones que hizo sobre las atrocidades del dictador desde 1930 hasta 1949.
§ 4. Cuando Almoina llegó a Santo Domingo con su familia en 1939 apenas contaba con 36 años, pues había nacido en 1903, pero los estudios realizados en España (Historia, filosofía y letras) en la Universidad de Santiago de Compostela, en grado de licenciatura, por más sabihondo que fuera, no le aseguraban un puesto importante en la comunidad de los genios filosóficos de finales de siglo XIX y principios de siglo XX. Carente de método en la disciplina que emprendió en Santo Domingo (Historia, historia testimonial, biografía, crónicas de todo tipo en revistas y periódicos, no le aseguraban un método formal en ningún área, contrario a su compatriota Galíndez. El término mismo de “satrapía” aplicado a la dictadura de Trujillo es inexacto, pero no lo es en Galíndez. Sin juicio de valor, una satrapía no era más que una provincia persa y quien la gobernada se llamaba sátrapa. Tampoco es conveniente el título de tiranía aplicado a las dictaduras latinoamericanas, porque ese vocablo se aplica, en Historia Antigua, a un tipo de régimen autoritario exclusivo de Grecia, muy estudiado por antiguos y modernos a partir de Pisístrato y sus hijos.
Pero Almoina, según testimonio de un individuo que Vega cita (op. cit., p.11), «era una persona retraída, hasta antipática, introvertida y que se mantenía al margen. No asistía a tertulias y tenía pocos amigos. Pero, al mismo tiempo, reconoce que era muy culto, muy estudioso, brillante, modesto, no presuntuoso y hasta humilde.»
Quizá estos rasgos fueron los que Trujillo, sicólogo del alma humana, detectó en Almoina para nombrarle preceptor de Ramfis y luego su secretario particular. En los intrincados vericuetos de la estructura de poder de los cortesanos que rodeaban a Trujillo estos atributos de Almoina eran el mejor antídoto contra las intrigas que se tejían en torno al Jefe y que este alimentaba con el objeto de rotar periódicamente a los altos funcionarios para que no se creyeran dueños de los cargos. Pero esa sabiduría, al igual que la de Galíndez, le llevó a la perdición al creerse intocable, por ser extranjero, y creer que en aquella dictadura se podía jugar a las dos cabezas sin pagar el precio por ello. Con esos servicios secretos de cubanos, mexicanos y dominicanos ubicados en el extranjero y dirigidos por embajadores y agregados militares trujillistas, hay pocas posibilidades de que Galíndez y Almoina escaparan a Trujillo. La única que escapó a ese castigo grande fue Carmita Landestoy, la primera mujer que escribió un libro en contra de Trujillo y que inauguró incluso temáticamente lo que luego hicieron Almoina y Galíndez. Pero ella no se metió en intimidades familiares como el caso de la bastardía de Ramfis. Pero Trujillo podía esperar otros diez años para asesinar a Carmita Landestoy. Parece que en esto de esperar, el dictador no tenía prisa.
De modo que lo que comenzó bien para Almoina en el seno de la intimidad del poder de Trujillo, terminó mal. Y se cumplió el lema que dice que no es como se comienza, sino como se termina, ley de todo rasero de la conducta pública o privada de hombres y mujeres que se aventuran, sin una estrategia de poder, a colaborar con príncipes autoritarios en la creencia de que, consciente de la dictadura para la que trabajan, saldrán indemnes si juegan a las dos cabezas.
Parece que la estrechez económica de Almoina para subvenir a todos los gastos mensuales de aquella familia de cinco miembros no alcanzaban y el intelectual se vio obligado a escoger varios trabajos mal pagados y esto le llevó a escribir el libro “Yo fui secretario de Trujillo” con la esperanza de entrar de nuevo en la gracia de Trujillo. Pero ya era demasiado tarde.