La amistad entre Emilio y Vetilio, bajo el influjo de Clío (1)

La amistad entre Emilio y Vetilio, bajo el influjo de Clío (1)

Por ORLANDO INOA

Me siento muy honrado por tener la oportunidad de hablar sobre Emilio Rodríguez Demorizi y Vetilio Alfau Durán, los dos historiadores más importantes del siglo XX en la República Dominicana. Resaltar la amistad que ambos se profesaban es pertinente en estos tiempos de crisis de valores.

Emilio y Vetilio eran provincianos y, más o menos, contemporáneos. El primero nació en el 1904 en Sánchez y el segundo en el 1909 en Higüey. Como pueblerinos emigraron muy jóvenes en busca de horizontes académicos no ofrecidos en sus respectivos lugares de origen. Emilio salió hacia Puerto Plata y, luego, a La Vega, donde culminó sus estudios de bachillerato; en cambio, Vetilio salió para la ciudad capital cuando contaba con once años de edad, al matricularse en el Colegio Santo Tomás. Contrario a Emilio, a los pocos años volvió a su lar nativo, donde permaneció por algún tiempo, pero, en mayo de 1926, estaba de vuelta, esta vez poniendo a prueba su vocación religiosa al ingresar al seminario Santo Tomás de Aquino. Esta última experiencia fue descontinuada y Vetilio volvió a Higüey.

Desde muy joven, a ambos les unió la pasión por el estudio de la historia dominicana. Rodríguez Demorizi con 23 años se inició en el quehacer historiográfico publicando su primer artículo histórico en el periódico de Puerto Plata Boletín de Noticias el 19 de enero de 1927. Por su parte Vetilio empezó a publicar en la prensa mucho más joven que Emilio, a los 16 años, según Pedro Troncoso Sánchez, quien también dice que este enviaba colaboraciones históricas al Listín Diario desde finales de la década de 1920. A principios de la década del treinta, desde el periódico El Triunfo, en Higüey.

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Estos escarceos historiográficos acercaron a Emilio y a Vetilio quienes en la década de 1930 ya tenían una fluida correspondencia. Emilio se graduó de licenciado en Derecho el 2 de junio de 1933 entrando a trabajar en el bufete de Julio Ortega Frier. Allí permaneció poco tiempo al ser nombrado Abogado Ayudante del Procurador General de la República Cayetano Armando Rodríguez, quien además era su suegro. Mientras tanto Vetilio permanecía en Higüey, donde ejercía cargos burocráticos de poca monta, entre ellos el de secretario de la Cámara de Comercio de Higüey además de desempeñarse, en el 1933, como director de un periódico local llamado El Civismo.

Al inicio de la década de 1940 Emilio y Vetilio coincidieron como colaboradores de temas históricos en el recién creado periódico La Nación. Para esos años, Emilio ya había allanado su camino como profesional y se iniciaba en la burocracia estatal al ser nombrado en el 1941 director del Archivo General de la Nación. Mientras tanto Vetilio pasaba a ser Tesorero Municipal en Higüey, puesto que obtuvo el 12 de septiembre de 1941. Emilio, en comunicación con su amigo Vetilio, todavía residiendo en Higüey en el 1944, lo convenció de la importancia de venir a vivir a la capital, para lo cual le garantizó un puesto como catalogador de documentos del Archivo General de la Nación, donde era director, lo que se hizo efectivo el 17 de marzo de 1944, mudándose Vetilio a la capital dos semanas después. Entonces frisaba los 35 años.

Ahora, viviendo ambos en la capital, la amistad se estrechó más sirviendo como catalizador la Academia Dominicana de la Historia, institución a la que ingresó Vetilio, como miembro correspondiente, el 2 de julio de 1944, dos meses después de haberse mudado a Santo Domingo. Emilio lo había antecedido como académico, pues ingresó diez años antes, en junio de 1934, al ser nombrado miembro de número para ocupar el sillón D que quedó vacante tras la muerte de Emilio Prud’homme. Tenía entonces Emilio 28 años, cuando la media de edad de los académicos de número era 65. En el caso de Vetilio, este fue promovido a miembro de número de la Academia el 25 de julio del 1954, contando entonces con 45 años.

Ese mismo año formó parte de la comisión de publicaciones de la revista Clío, órgano de esa institución, junto a Fray Cipriano de Utrera y Emilio Rodríguez Demorizi, y por muchos años fue el secretario de la misma, un puesto que había tenido Emilio en los años cuarenta.

Los compromisos en la Academia hacían que la comunicación entre ambos fuera constante y en un día cualquiera solían hablar por teléfono varias veces. Era curioso que en esas llamadas Emilio, en tono jocoso que no era su estilo habitual, solía pedir que le pongan al teléfono “al viejito” o “al higüeyano”, nunca llamándole por su nombre de pila Vetilio.

Como si ambos debían de trillar caminos iguales, cuando Emilio abandonó su carrera de abogado, Vetilio iniciaba sus estudios de Derecho. Lo hizo en la Universidad de Santo Domingo, cursando primero la licenciatura en Filosofía, que le atajaba el camino, y se graduó doctor en Derecho en el 1952. Ambos fueron profesores de esa academia y Emilio llegó a ser su rector.

Emilio aventajó a Vetilio en la burocracia trujillista. En julio del 1947 inició su carrera diplomática como Ministro Plenipotenciario en Colombia. Luego, en el 1949, pasó a Italia donde estuvo hasta el 1952 cuando fue trasladado a Nicaragua. Iniciando esas funciones acompañó al presidente Anastasio Somoza en su visita oficial a Santo Domingo para asistir a la ceremonia de toma del poder de Negro Trujillo el 16 de agosto de 1952. Al retornar a su sede en Nicaragua, Emilio, y por la vía diplomática, se quejó del trato poco amable que había recibido el presidente Anastasio Somoza en su visita a Santo Domingo, lo que en la esfera del poder cayó mal. Fue cancelado como embajador y a su regreso a Santo Domingo se le negó la entrada a la Universidad como profesor. Emilio cayó en desgracia y fue relegado a un puesto burocrático sin importancia cuando el 23 de septiembre del 1955 se le nombró director del Archivo General de la Nación, un puesto que ya había desempeñado quince años atrás. Mientras purgaba su pena, en el año 1956, al coronel Luis José León Estévez se le asignó la tarea de formar una Academia Militar. En esos ajetreos, Ramfis le dio la encomienda de que visitara a Emilio Rodríguez Demorizi a su casa, localizada en la calle Mercedes, en la zona colonial, y le pregunta si no tenía inconveniente de ser profesor de Historia en la nueva Academia Militar, lo que fue aceptado con agrado. A partir de septiembre de 1956 Emilio enseñó la asignatura Historia Patria I a los cadetes del primer año permaneciendo como profesor hasta junio del año 1957. Al salir de la Academia, Emilio abrió el camino para que Vetilio sea nombrado profesor en esa institución, lo que sucedió el 10 de abril de 1958.

Terminada la Era de Trujillo, en el año 1963 el presidente Juan Bosch unió de nuevo a estos dos amigos al nombrarles miembros de la Comisión Oficial para la celebración del Centenario de la Restauración de la República. Emilio fue incluido por ser el presidente de la ADH y Vetilio por ser el director del AGN.

Los años pasaron y la amistad se mantuvo inquebrantable. En el 1982 la dirección del Museo Nacional de Historia y Geografía planificó brindarles un homenaje conjunto. En primera instancia ambos se negaron rotundamente a recibirlo alegando Emilio que eso debía de esperar a que se muriera y Vetilio sugiriendo que debía de elegirse en su lugar a François Sévez, un historiador de La Vega, entonces (y también hoy) totalmente olvidado. Cuenta Ángela Peña que después de ser abordados muchas veces y por múltiples emisarios, Emilio cedió, por lo que se tuvo que recurrir a su influencia para que persuadiera a Vetilio a que aceptara. Ambos asistieron al evento que se efectuó el 20 de abril de 1982, en un hermoso homenaje cuya actividad principal fue develizar sendas tarjas en los salones del Museo que llevarían sus respectivos nombres: Emilio Rodríguez Demorizi en la biblioteca y Vetilio Alfau Durán en el salón de conferencia, acto que estamos emulando en el día de hoy.

La timidez en ambos no era ensayo de teatro. Corría ese año de 1982 cuando asistí a una conferencia en Santo Domingo que dictó Harry Hoetink. El expositor había comenzado su disertación cuando de pronto se detuvo para dar la bienvenida a alguien que, sigilosamente, había llegado y se había sentado, sombrero en manos, en la última fila del auditorio. Era Emilio Rodríguez Demorizi. Hoetink, en la salutación que siguió a la interrupción de su presentación, le llamó “el historiador vivo más importante con que contaba la República Dominicana”. Emilio, sonrojado, medio se sonrió y permaneció callado. Fue la segunda vez que vi a Emilio Rodríguez Demorizi, si asumo, como narraré más adelante, haberlo visto en el 1978. Vetilio no se quedaba atrás en la modestia. Cuenta Arístides Incháustegui que cuando a principios de 1985 la dirección del Museo Nacional de Historia y Geografía se acercó a Vetilio para recabar su aprobación con el interés de publicar una compilación de sus escritos en la revista Clío, Vetilio se limitó a decir que “constituye para mí un honor la edición en volumen de dichos artículos, que nada valen en realidad…”.

La amistad entre Emilio y Vitelio aguantó la prueba del tiempo. Eran amigos frente a todas las circunstancias. Cuando en el 1974 Vetilio se vio en la necesidad de operarse de cataratas, Emilio se le apersonó para sugerirle que contemplara la posibilidad de irse a operar a España, para lo que le ofrecía su apartamento, estratégicamente colocado en el centro de Madrid.

Emilio y Vetilio compartían muchas cosas en común, y una de ellas fue su fervor por el patricio Juan Pablo Duarte. Sus respectivos discursos de ingreso como miembros de número de la Academia Dominicana de la Historia versaron sobre Duarte. Emilio leyó su discurso bajo el título “En torno a Duarte”, en solemne ceremonia realizada el 12 de octubre de 1935 en la sala Baralt de la biblioteca pública de la ciudad. Vetilio leyó el suyo, titulado “En torno a Duarte y a su idea de unidad de las razas”, el 25 de julio de 1954 en la antigua Capilla de la Soledad, al lado de la Iglesia de las Mercedes, entonces local de la Academia. Es bueno señalar que ambos estuvieron juntos en el Instituto Duartiano, no sin antes ocurrir un desaguisado que afectó a Emilio. Vetilio estuvo entre los miembros fundadores de esa institución en el 1967. Extrañamente Emilio fue excluido del selecto grupo de duartianos que formaba la lista incluida en el decreto que creaba el Instituto Duartiano. Nombres como R. A. Font-Bernard, Aliro Paulino h. y Altagracia Bautista de Suárez fueron preferidos en lugar de Emilio como fervorosos duartianos. La maledicencia y rencor del presidente Balaguer le excluyó, como castigo. Viejas rencillas que se remontan al 1961 cuando Balaguer pulseaba con Ramfis por el poder y Emilio era asesor de este último, le había enemistado. Fue uno de los escasos y raros casos en que Vetilio le sacaba la cabeza a Emilio en la primacía de alguna actividad pública o académica.

La exclusión de Joaquín Balaguer no fue impedimento para que Emilio ingresara a esa institución, lo cual hizo dos años después, en 1969, siendo desde entonces un asiduo colaborador de la misma.
[Continuará].

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