Friedrich Schiller (1759-1805) filósofo, poeta, historiador, editor y dramaturgo alemán vivió una vida activa y compleja y dejó a la posteridad una importante obra: escribió poesía lírica, poesía dramática, escritos históricos, filosóficos, escritos de teoría y crítica literaria, narraciones en prosa y sus famosas correspondencias (género epistolar que en siglo XVIII adquiere el significado de un arte autónomo). Se trata de un observador fino de la naturaleza y el accionar humano, pensador de talante contemplativo, estudioso de las particularidades y con gran capacidad de síntesis. Respecto a sus correspondencias, se sabe que escribió (entre otras) cartas sobre asuntos estéticos para su protector, el duque Federico Cristian de Augustenburg, quien, conocedor de la estrechez económica padecida por el poeta a causa de una larga enfermedad pulmonar, le había concedido una pensión por tres años. En la carta escrita el 9 de febrero de 1793 para agradecer ese gesto de generosidad, Schiller manifiesta su deseo de ver el arte “elevado al rango de una ciencia filosófica”. Al respecto señala que también la belleza ha de descansar, como la verdad y el derecho sobre fundamentos eternos, y las leyes originarias de la razón han de ser también las leyes del gusto (Schiller, original 1793).
Schiller tenía la creencia de que el arte debe ser considerado como medio de formación del individuo armónico, que crea libremente el bien, opinaba que únicamente el arte ayuda al hombre a adquirir una libertad auténtica. En su obra “Cartas sobre la educación estética de la humanidad”, determina dos tipos de impulsos: el del cambio y el de la inmutabilidad y afirma que ambos agotan el concepto de humanidad. Establece que: “Cuando el impulso formal es soberano y el objeto puro actúa en nosotros, se produce la más perfecta extensión del ser: desaparecen todos los límites y el hombre eleva la unidad numérica a la que lo reducía la indigencia de sus sentidos, a una unidad idea que contiene todo el dominio de las apariencias… Ya no estamos en el tiempo, sino que el tiempo está en nosotros con toda su interminable sucesión…Ya no somos individuos, sino especie; nuestro juicio expresa el de todos los espíritus, nuestro acto representa la elección de todos los corazones” (Schiller, 2021).
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Explica que, conceptualmente, el objeto del impulso sensible puede llamarse “vida” en su más amplio sentido y abarca todo lo material. En tanto que el objeto del impulso formal puede llamarse “forma”, esta abarca todas las propiedades formales de las cosas y todas las relaciones con las facultades del pensamiento. Resuelve que el objeto del impulso de juego podría denominarse “forma viva”, concepto que servirá para expresar todas las cualidades estéticas de las cosas, en suma, lo que llamamos belleza. Insiste en que por razones trascendentales la razón exige que se dé la unión entre el impulso formal y el material; es decir, “debe existir el impulso de juego, porque solo la unidad de realidad y forma, causalidad y necesidad, de pasividad y libertad, pueden completar el concepto de humanidad” (Schiller, 2018, 74). Para luego aclarar que la belleza surge de la acción recíproca de dos impulsos opuestos y de la unión de dos principios opuestos, por tanto, su más elevado ideal habrá que buscarlo en la más perfecta alianza y armonía entre realidad y forma.
Ahora bien, señala que la belleza produce un doble efecto de distensión y de tensión: distiende para contener sus límites tanto el impulso sensible como el formal; tensa para mantener la fuerza de los dos. Pero termina explicando que ambos efectos deberían reducirse a uno solo. La belleza debe distender tensando de manera uniforme las dos naturalezas, y debe tensar distendiéndolas de forma uniforme (p.81). La belleza se convierte en medio para abolir la doble tensión y hay que averiguar su origen en el alma humana, pero la belleza concilia esos dos estados opuestos y suprime así el antagonismo. Se concilian aboliéndolos, logrando la unión perfecta, llevada a cabo, según refiere, de un modo tan puro y completo que ambos estados desaparezcan en un tercero y en esa totalidad no quede rastro de la separación original. Acota que es la voluntad la que tiene poder (fundamento de la realidad) sobre cada uno de los impulsos, mientras que ninguno de los dos tiene poder sobre el otro.
En varias de las cartas habla de la humanidad del hombre: refiere que hasta que aparece la conciencia no somos humanos, y no puede esperarse de nosotros ningún acto de humanidad. Puntualiza que: “El impulso sensible despierta con la experiencia de la existencia (con el comienzo del individuo), y el de la razón con la experiencia de la ley (comienzo de la personalidad), y solo cuando ambos existen se erige la humanidad del individuo” (p.98). Igualmente, habla del alma y de la fuerza interior infinita, refiere que el “estado estético” es una negación procedente de una plenitud interior infinita. Es decir, niega todo lo que no produce la plenitud interior infinita (la del alma). Schiller indica que: “La cultura estética deja del todo indeterminado el valor personal de un hombre, o su dignidad, que solo puede depender del él mismo, y el único resultado que permite obtener es que en adelante el hombre pueda hacer de sí en virtud de una ley natural, lo que desee, y así le devuelve la plena libertad para ser lo que debe ser” (p.104).
Para Schiller el estado estético es ilimitado y tiene mayor peso en aquellos caracteres que obtiene más satisfacción en experimentar el sentimiento de la totalidad de las facultades que la acción aislada de alguna de ellas. Los primeros tienen tanto horror al vacío como los segundos a la limitación. Especifica que los primeros nacieron para el detalle y los segundos para la totalidad. Agrega que el estado estético es el más fructífero para el conocimiento y la moralidad. Y es que una disposición del alma que abarca la totalidad del ser humano también debe incluir, en potencia, toda manifestación aislada de la misma.
Schiller no menciona la “experiencia estética” con este nombre; trata el tema del “estado estético” y al respecto declara: “El estado estético es el único que constituye una totalidad en sí mismo, porque concilia en sí todas las condiciones de su origen y permanencia. Solo en este estado nos sentimos como fuera del tiempo, y nuestra humanidad se manifiesta con tanta pureza e integridad como si la acción de las fuerzas exteriores aún no le hubiera causado ningún menoscabo” (p. 107). Luego, declara que: “esa elevada ecuanimidad y libertad de espíritu, unida a la fuerza y a la energía, en la disposición que debe dejar en nosotros una auténtica obra de arte, y no hay piedra de toque más fiable de la verdadera calidad estética. Si tras un goce de esta índole, nos hallamos predispuestos a sentir o actuar de algún modo particular, y en cambio, poco inclinados a otro, ello constituye una prueba inequívoca de que no hemos experimentado un efecto estético puro, y la causa de ello puede ser tanto el objeto, como nuestra forma de sentir, o ambas cosas” (p. 108).
Sigue el punto manifestando que como la realidad no ofrece ningún ejemplo de un efecto estético puro (porque el hombre no puede sustraerse a la dependencia de las fuerzas), la excelencia de una obra de arte solo puede consistir en la mayor aproximación a ese ideal de pureza estética. Terminemos con una de las frases mágicas de Schiller: “el alma del espectador y el oyente debe conservar intacta su plena libertad; y cuando sale del círculo de hechizos que urde el artista, debe ser tan pura y perfecta como si saliera de las manos del creador”.