La pandemia nos ha descubierto y ha evidenciado a cada Estado, a cada grupo social en sus niveles de vulnerabilidad, sus debilidades y fortalezas, en cada una de las áreas: salud, educación, planificación, gerencia, economía, creatividad, enfoque y capacidad de salir fortalecidos de la covid-19.
En la salud nos encontró con pobres respuestas y con poco apoyo logístico y recursos humanos disponibles para afrontar la pandemia. Ahora le ha tocado a la educación.
El desafío de la escuela es empezar, ya sea virtual, en la televisión, radio, en espacios abiertos o semi-presencial.
Los alumnos no deben perder su año escolar; los maestros, junto a los padres deben enfocarse a dar lo mejor de sí para recuperar el espíritu de la escuela, de la información y del conocimiento.
Pero la educación virtual tiene sus limitantes, no favorece la socialización, no desarrolla las habilidades y destrezas de los alumnos para integrarse a grupos; tampoco al deporte, el recreo, la creatividad y la imaginación que permite la educación integral.
Además, la empatía, la inteligencia emocional y social que se adquiere en una escuela estimulante, asertiva, que apoye la diversidad, la tolerancia y la convivencia en la cultura de los buenos tratos.
Aun con todas las limitantes, la escuela debe empezar la disciplina de leer, pensar, aprender y mantener el apego, el vínculo y el sentido de pertenencia con la escuela no debe perderse.
Mantener las medidas sanitarias, la mascarilla y el distanciamiento social en lo que llega la vacuna.
Sin embargo, los maestros y los padres deben saber las huellas que deja la otra educación que ha favorecido la pandemia.
En la casa, los niños, niñas y adolescentes han disfrutado del apego, el vínculo, la afectividad y la vivencia familiar. Si los padres aprovechan la pandemia de forma positiva: enseñarle las tareas domésticas, organizar la habitación, lavar baños, arreglar una mesa, ayudar con la cocina, de seguro que los niños y adolescentes salen fortalecidos para el desarrollo social.
Pero también, si los padres le enseñan su tipo de trabajo, en momentos de ocio hablan, leen cuentos, ven los álbumes de fotos familiares, ven películas, programas, cuentos, juegos, encuentros, etc., de seguro que favorece la autoestima, la autoconfianza, el merecimiento, la compasión, la reciprocidad y la voluntad, que son emociones positivas que dejan huellas para toda la vida.
La vida rápida y estresada, el consumo, la tecnología, los múltiples espacios de aprendizaje en educación continuada han favorecido el desapego, la falta de afectividad, de conocerse los padres y los hijos, la solidaridad, el altruismo, los valores y el sentido del compromiso familiar.
Estas condicionantes de la educación existencial, doméstica, paterno filial, es la que desarrolla la parte humana, la personalidad y las emociones y espiritualidad para el equilibrio de los hijos.
Esa educación impacta y da resultados dos o tres veces más que la educación virtual.
En lo que se fortalece la educación virtual y tecnológica, se impone esta otra educación afectiva-emocional, en la casa, en actividades que podemos integrar a hermanos, padres, para crecer, madurar y fortalezca las emociones.
Muchos niños y adolescentes no saben cómo piensan sus padres, como surgió la familia, pero tampoco saben el porqué de los celos, la rivalidad y confrontaciones entre hermanos. Es ahora en estos nuevos espacios forzados por esta pandemia que debemos aportar a la educación que deja huellas emocionales, que son las que nos hacen más resilientes para la vida.
Para aprender a insistir, persistir y resistir para salir airoso competitivos y con fortaleza emocional para la vida.
La educación tiene que ir más allá del aprendizaje formal, para apostar por una educación integral, holística, preventiva, y que estimule las habilidades, el cerebro y las inteligencias, para favorecer un liderazgo en los adolescentes y jóvenes. Esa es la educación que crea mejores ciudadanos y mejores personas.