Lo que la gente percibe y el cómo esta percepción crea los patrones de creencias, valores, expectativas y accionar definen nuestro futuro como sociedad. La naturaleza de la cultura social es compleja e incluye conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y capacidades adquiridas por las personas como miembros de una sociedad. La cultura refleja una época, un tiempo y espacio, la naturaleza y todas sus variantes culturales y lo hace a través de símbolos, del lenguaje, los rituales, mitos, valores, tradiciones, ética y prácticas de trabajo, lealtad, compromiso, tecnología, patrones de comportamiento visibles y audibles, valores (comprobables por consenso social), relación con el entorno, naturaleza de la realidad, naturaleza de la actividad humana y las ideologías económicas y sociales.
Los valores y las normas son los constituyentes centrales de una cultura. Los valores son ideales abstractos acerca de lo que una sociedad cree que es bueno, correcto y deseable. Las normas son reglas y pautas de la sociedad que determinan un comportamiento apropiado en situaciones específicas. Los valores y las normas están influenciados por la filosofía política y económica, las estructuras sociales, la religión, el idioma y la educación. La estructura social de una sociedad se refiere a su organización social básica (individual, grupal y de estratificación). Sobre ello, hay algo en los dominicanos que define quiénes somos. Hay una identidad cultural, nacional, caribeña, latinoamericana. Somos una sociedad concreta determinada por un conjunto de rasgos y valores. Los dominicanos tenemos una forma de pensar, de ser y de actuar, de significancia simbólica y real, somos una comunidad mítica. Buscamos que cada individuo sea relevante por el simple hecho de ser humano. Creemos en el concepto dignidad.
Por otro lado, debemos tener a la vista la educación formal ya que es el medio a través del cual los individuos aprenden y se socializan en los valores y normas de una sociedad. La educación es fundamental en todos los aspectos, incluso en la determinación de la ventaja competitiva nacional. “La educación es un fermento activo que modela la cultura del país; en la escuela se crean rituales, se transmiten conocimientos, se forman actitudes, se desarrollan habilidades, se promueven valores, se construyen hábitos, se configuran las conductas y, en general, se enseña a pensar y a sentir’ (Guevara-Niebla, 2019). De ahí que importantizar e invertir en educación es pensar en enriquecer el presente y futuro a través de uno de sus principales ejes.
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Dentro de la cultura en que vivimos y socializamos surgen deseos, necesidades conscientes, inconscientes y afectivas que guían el comportamiento: aprendemos a procesar la información a la que tenemos acceso en diferentes y nuevas formas; vivimos y trabajamos bajo normas específicas, tradiciones y rituales. Involucra suposiciones, adaptaciones, percepciones y aprendizajes que surgen de un patrón de supuestos básicos, inventado, descubierto o desarrollado a través del tiempo por un grupo dado: líderes políticos, religiosos e instituciones locales o globales. El poder se manifiesta sobre la cultura de una sociedad porque utiliza los medios a su disposición para adaptarla a sus necesidades, ideologías e intereses.
Existe una relación directamente proporcional (con raras excepciones) entre la cultura de una sociedad, la de sus organizaciones, la del núcleo familiar y la del individuo. Cuando se pretende estudiar una sociedad se estudia el comportamiento de sus individuos. Al hacerlo estamos develando los valores del sujeto, manifiestos en su conducta. La sociedad aprende a enfrentarse a los problemas de adaptación externa e integración interna. Esto ha funcionado lo suficientemente bien como para ser considerado válido y, por lo tanto, para ser enseñado a los nuevos miembros como la forma correcta de percibir, pensar y sentir en relación a los problemas.
Pero cuando una sociedad advierte que su cultura se enferma; cuando la fiebre es demasiado alta, cuando las convulsiones amenazan su salud mental, el piso de esa tierra tiembla, el cielo truena y envía una lluvia de relámpagos que a todos asusta porque sienten que su seguridad y felicidad peligra. Cuando la sociedad despierta de su letargo; cuando se da cuenta de que repite frases de felicidad y satisfacción que no aplican a su vida, provenientes de los sistemas que lo oprimen; cuando se da cuenta que se promueve la ignorancia para mantenerlo dormido y tranquilo; cuando los cantos ya no hablan del café del campo, del arroyito cristalino, ni de “si tú te vas” y a cambio se canta al sexo más barato y grosero acompañado de drogas y orgias; cuando vemos en ciertas redes sociales a niñas vestidas de adultas con movimientos de cintura que no hay vedette que pueda superar, vemos que algo anda muy mal. Cuando vemos a decenas de políticos expuestos en las primeras planas de los periódicos, muchos de ellos encarcelados por la vil corrupción ejecutada contra el pueblo que los eligió, nos damos cuenta que algo anda mal. Cuando vemos países pensando en valerse de bombas atómicas para resolver sus problemas fronterizos, nos damos cuenta que algo anda muy mal… Nos parece una pesadilla de la que no hemos podido despertar.
Parece ser que nos urge un cambio de cultura. Los que viven en un mundo caótico y hedonista utilizan los argumentos de la libertad de expresión y el libre albedrio. Se habla de que cada quien tiene derecho a decir o hacer lo que le plazca, pero ¿hasta dónde llega su libertad cuando con sus hechos se ocupa de evitar la del otro, cuando daña a los suyos y al futuro de la patria? Propicio es el momento para evocar las palabras de Benito Juárez, abogado y político mexicano: “El respeto al derecho ajeno es la paz” (1867). Nuestra sociedad necesita una cultura nueva en pos de un ser humano renovado. Una cultura que proteja lo nuestro: el derecho a una niñez sana, a una educación plena, nuestro lenguaje, nuestra música y sus líricas, nuestros medios de comunicación, nuestro suelo, nuestras costumbres y medios de sobrevivencia…
La cultura produce en la sociedad una especie de estabilidad; proporciona y alienta una forma de seguridad, así como un sentido de identidad. Queremos una cultura fuerte caracterizada por personas que comparten valores fundamentales del pueblo dominicano: honestidad, coraje, fortaleza, lealtad, confiabilidad, afabilidad, responsabilidad en el alma alegre de nuestro pueblo caribeño, sin vicios que empañen su pensar y accionar. Cuantas más personas compartan y acepten los valores fundamentales, más fuerte e influyente será la cultura dominicana.
Definitivamente, se puede moldear o cambiar la cultura. Sin embargo, es un proceso largo y dificultoso porque hay en sentido histórico envuelto; debe crearse un sentido de unidad; promover el de pertenencia; aumentar el intercambio; permitir que los miembros de la sociedad participen de la toma de decisiones trascendentes porque afectan su calidad de vida y bienestar. La cultura es un asunto profundo y complejo. La nación recibe presiones externas e internas, necesita responder a eventos críticos y, probablemente se vea expuesta a factores aleatorios que no pueden predecirse a partir del conocimiento del entorno o de los miembros de la sociedad. La comunicación recurrente justa, precisa y verdadera es fundamental en el camino de un cambio cultural. La cultura no es estática, pero evoluciona demasiado lentamente. Un cambio cultural provocado es necesario. Este proceso necesitará de planes estratégicos realizados por expertos; equipos multidisciplinarios que incluyan sociólogos, sicólogos, antropólogos, tecnólogos…; tiempo de implementación, esfuerzo y persistencia. El cambio hacia una cultura dominicana fuerte se hace necesario para enfrentar los grandes desafíos económicos, sociales, tecnológicos globales que trae consigo la tercera y cuarta década del siglo. Una cultura para un tiempo que amenaza con afectar nuestra identidad y nuestra forma de vida. Aprehendamos la frase de Julio Cortázar: “La cultura es el ejercicio profundo de la identidad” (Cortázar, s.f.).