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§ 12. Debido a la solidaridad entre los conceptos teóricos y sus efectos prácticos, la consecuencia lógica es un resquebrajamiento y desaparición del fundamento ideológico de la sociedad occidental: el protestantismo y el catolicismo. Es una constatación fáctica, libre del racionalismo positivista del atraso y el progreso, el azar o la suerte, el destino, la declinación o declive, la decadencia, etc., nociones que introducen la naturaleza y lo sagrado en las prácticas sociales de los sujetos, tal como apareció en La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler (Madrid: Revista de Occidente [1918] 1923), convertido en libro de culto del pensamiento conservador. El mismo Todd no está exento de esta metafísica al emplear continuamente, aunque no en esta parte que he citado supra, los términos de decadencia, declive (pp. 70, 73, 74, 203) y demás sinónimos que remiten a la noción del sentido de la historia y su ideología del atraso y el progreso.
§ 13. Para situar los efectos políticos e ideológicos de este discurso metafísico y salir de la trampa del racionalismo positivista que lo abriga y protege, solamente la asunción de los conceptos saussurianos de signo lingüístico como radicalmente arbitrario y radicalmente histórico, la lengua como pura forma y no sustancia y la meschonniciana del lenguaje y la historia como la misma y única teoría, libera a los sujetos de la sumisión, la aceptación y la práctica del racismo, la discriminación, el antisemitismo y los cinco instrumentalismos de la teoría del signo y los seis paradigmas antropológicos del signo (1) que le son dialécticamente solidarios. La asunción de la teoría metafísica del signo por parte de un sujeto reproduce al infinito la teoría y prácticas del racismo, la discriminación y los cinco instrumentalismos de ese signo. El partido del ritmo liquida para siempre este círculo vicioso de la metafísica.
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§ 14. El resquebrajamiento y la desaparición del Estado-nación (mejor si Estado nacional) inseparable de su fundamento familiar y sus conceptos solidarios de la unidad religiosa han colapsado en las democracias neoliberales con la aparición, según Todd, del matrimonio igualitario, el bautismo, la incineración, la muerte asistida y el reconocimiento de los derechos de la comunidad LGTB+Q, hechos reales sobre los que el investigador no emite juicio de valor, sino que constata su realidad y no la niega, como hacen los nihilistas. La aparición del Estado neoliberal con una oligarquía sin esclavos (nueva ampliación de este concepto) se dirige, en su evolución histórica, hacia una religión de estadios activo, zombi y cero. El autor describe la desintegración y desaparición de la religión cristiana y sus diferentes denominaciones: «… los valores de esta religión, que organizan la vida social, la moral y la acción colectiva, ya no cuentan» (Todd, 122).
§ 15. Todd expone, a renglón seguido, el método para detectar cuándo una religión ha llegado al estado de desintegración y desaparición: «… existe un método empírico bastante sencillo para distinguir las tres fases -activa, zombi y cero- de la religión cristiana, con todas sus ramas, y marcar las transiciones de una a otra. En la fase activa, la asistencia al servicio dominical es elevada. En la fase zombi, la práctica dominical ha desaparecido, pero los tres ritos de paso que acompañan al nacimiento, el matrimonio y la muerte siguen enmarcados en la herencia cristiana (…) La fase cristiana cero se caracteriza (…) por la desaparición del bautismo y el aumento masivo de la incineración. Es lo que se está viviendo» (Todd, ibid.). ¿Cómo se determina el fin de una religión?: «… los antropólogos tienen la suerte de disponer, por así decirlo, de una fecha oficial para la desaparición de la forma cristiana del matrimonio: la de la instauración del ‘matrimonio para todos’ o matrimonio igualitario. Si el matrimonio entre personas del mismo sexo se considera equivalente al matrimonio entre personas de distinto sexo, entonces podemos afirmar que la sociedad en cuestión ha alcanzado un estadio cero de la religión» (Todd, 122-123).
§ 16. ¿Cuál es la consecuencia lógica para el Estado nacional cuando la ideología de la religión que le otorga vida y cohesión a la sociedad se desintegra y desaparece? Esta es la consecuencia, según el autor: «El Estado-nación, a menudo ferozmente nacionalista, es la manifestación típica de un estadio zombi de la religión, con la salvedad de que el protestantismo había logrado engendrar Estados-nación incluso antes de su propia desaparición. Siempre fue una religión nacional y, en el fondo, sus pastores eran funcionarios» (Todd, 121). Por supuesto, la consecuencia lógica, debido a la coherencia interna de los términos de un sistema, es el colapso de la religión y la desintegración del Estado para dar forma a otro tipo de Estado que todavía no tiene nombre: «… pero solo entonces, aparece lo que estamos viviendo, un vacío religioso absoluto, con individuos privados de cualquier creencia colectiva sustitutiva. Un estadio cero de la religión. En este punto es donde el Estado-nación se desintegra y la globalización triunfa, en sociedades atomizadas y donde ya ni siquiera es concebible que el Estado pueda actuar eficazmente» (Todd, ibid.). En Occidente, ni el Vaticano logra revertir esta tendencia a la desintegración del catolicismo, pese a los esfuerzos de última hora por revivir un nuevo tipo de fundamentalismo que arrea a los fieles a refugiarse en la intimidad de su religión, dedicados a la misión de reclutar nuevos fanáticos. Contrario al islam donde hay castigos muy severos, tipo la Inquisición medieval, el Vaticano, sobre todo con la llegada del papa Francisco, se tiende a prácticas más laxas orientadas a no alejar a la grey del poder centralizador de la Iglesia católica. Pero no logra resultados contundentes y cada vez se acerca más el Vaticano a la tolerancia de los gays, los matrimonios igualitarios, mirar hacia otro lado con respecto a la incineración y la eutanasia y el respeto a los LGTB1/Q. Y a la tolerancia de ciertas rebeliones contra los dogmas revelados.
§ 17. El resultado final de la desintegración y cercana desaparición completa de la religión y el Estado nacional es el surgimiento de una nueva forma de Estado capitalista no vista hasta ahora: «La matriz religiosa original se construyó lentamente entre el final del Imperio romano y la plena Edad Media, y luego se condensó con la Reforma protestante y la Contrarreforma católica. Si es la llegada a un estadio religioso de cero lo que ha hecho desaparecer el sentimiento nacional, la ética del trabajo, la noción de una moralidad social vinculante, la capacidad de sacrificio por la colectividad, todas esas cosas cuya ausencia constituye la fragilidad de Occidente en la guerra, entonces resulta obvio que no van a reaparecer en los próximos cinco años, el intervalo de tiempo que he dado a los rusos para llevar su guerra a buen puerto» (Todd, 123).
§ 18. La culminación de la desintegración histórica de la religión y el Estado nacional es la innegable realidad que el nihilismo político contemporáneo se aferra dogmáticamente a no reconocer: «Ahora que nos hemos liberado en masa de las creencias metafísicas, fundadoras y derivadas, comunistas, socialista o nacionales, experimentamos el vacío y nos encogemos. Nos convertimos en una multitud de enanos miméticos que ya no se atreven a pensar por sí mismos, pero que, sin embargo, resultan ser tan intolerantes como los creyentes de antaño» (Todd, ibid.).
§ 19. Es un error garrafal del historiador su afirmación tajante de que con la desintegración y desaparición de la religión y de su Estado acompañante, Occidente se ha liberado «en masa de las creencias metafísicas». ¿Cuándo desapareció la religión cristiana, según el autor?: «No se trata (…) de volver sobre las polémicas que han rodeado la legalización del matrimonio igualitario, sino de verlo, fríamente, como un excelente marcador antropológico que permite determinar el fin absoluto del cristianismo como fuerza social (…) podemos definir de forma precisa y absoluta los años 2000 como los de la desaparición efectiva del cristianismo en Occidente» (Todd, ibid.).
§ 20. Mientras haya en el mundo formas de organización social, habrá sistemas de Poder para gobernarlas y las creencias metafísicas (falsas como todas las creencias) estarán ahí como prácticas de sujetos, con su teoría y su partido del signo para asumir la dominación de los sujetos. Solo lo radicalmente arbitrario y lo radicalmente histórico del signo, su partido del ritmo y la lengua como pura forma, no sustancia, pueden abolir la religión y sus dioses, porque son el inconsciente paradigmático de las sociedades.
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§ 21. Pero vistos y comprobados los hechos -como dicen los jueces- de la desintegración de los Estados nacionales y las religiones, su brazo ideológico acompañante, es de simple evidencia que cuando un modo de producción colapsa para siempre, no vuelve a aparecer jamás. La caída del Imperio romano, basado en la conquista de territorios y en la esclavitud de los vencidos, no se reprodujo jamás. Hubo esclavitud después de la caída de la Ciudad Eterna en manos de los extranjeros (“bárbaros”), es cierto. Pero en la transición, llegó la Edad Media, con su capitalismo mercantil, el cual luego culminó en el capitalismo manufacturero o industrial en los que sí hubo esclavitud, pero la fuerza de trabajo libre -uno de los rasgos distintivos del capitalismo-, terminó por sepultar a la esclavitud a finales del siglo XIX y ya en el XX desapareció por completo.
§ 22. De modo y manera que, si el Estado nacional desapareció, o está en vía de desaparición, es otra forma de Estado la que está surgiendo y que ella no tiene nombre todavía. En ese sentido, el Estado nacional creado por la burguesía industrial en el siglo XIX cumplió todas sus etapas: mercantilismo, capitalismo industrial, capitalismo financiero, imperialismo, complejo militar-industrial y oligarquías financieras, última etapa en la que estamos viviendo en tránsito hacia lo desconocido, que todavía no tiene nombre. Mientras tanto, cobran vigor ahora los tres eslóganes de propaganda política del siglo XX: “el imperialismo es la última fase del capitalismo”, “esperar en la puerta para ver pasar el cadáver del capitalismo” y “el imperialismo es un tigre de papel”. A los nuevos imperialismos emergentes (China, India, Rusia, Irán) no les queda otro remedio que esperar, al igual que a los países árabes, que viven en la Edad Media inquisitorial en pleno siglo XXI, época del fundamentalismo religioso que Europa vivió desde 476 a 1453: el devenir de Israel está inseparablemente unido al de los Estados Unidos. Es cuestión de tiempo, de saber esperar y esperar que el mango gotee de la mata, aunque no se sabe cuándo será. Donald Trump es una especie de emperador “outsider” al estilo de los Trajano, Adriano o Teodosio el Grande (con muy poco de Constantino), a quienes les fue imposible evitar la caída del Imperio. Y en lo que corresponde a América Latina, con suerte, pudiera ella ver la construcción de Estados nacionales verdaderos sin clientelismo y patrimonialismo, pero en una economía globalizada, de avanzadísima tecnología y con unas oligarquías sin conciencia política y sin conciencia nacional, se pinta difícil semejante construcción, sobre todo con el surgimiento de nuevas potencias emergentes con vocación imperial. ¿Será posible la utopía que planteo? ¿Quién cree en el eslogan de ganar-ganar? Una cosa es ser potencia mundial y otra estar, al acecho, en la oposición, a la espera de convertirse en un imperio. FIN).