Es triste para un país como el nuestro, aunque pasa en otros, que las personas ideológicamente parecidas, en vez de procurar grandes conquistas con solidez, que permitan dar saltos importantes y sostenibles, mejor se dedican a envidiarse, y me consta, que suele suceder que quien más noble parece, es quien más trabas para juntar voluntades, dejándose cautivar por la tentación de capitalizar ideas, que no son propias, pero que alimentan el gusanillo del confort de sentirse moralmente superiores, dejando a un lado el propósito de las causas en búsqueda de mejoras y la evaluación constante de pruebas y errores.
Resulta increíble, cómo, sentimientos tan personales y primitivos, terminan incidiendo en los destinos de los pueblos. Y difícilmente alguien se dedique a medir el retroceso que representa en materia de políticas públicas y la lentitud para poder superar verdaderos y profundos problemas sociales como son: el hambre, la falta de atención sanitaria adecuada, una mejor educación, dignificación de las zonas rurales, etc.
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Mientras tanto, la clase conservadora siempre se ha caracterizado por saber ponerse de acuerdo más fácilmente, primero, porque sus intenciones suelen ser más enfocadas en mantener un estatus quo garante del cuidado y crecimiento de su patrimonio económico y cuota de poder, por lo cual, no le dedican tanto tiempo a ser creíbles convenciendo a la sociedad sobre una moralidad o sensibilidad especial, más bien tienen un concepto de sí mismos como merecedores silentes del poder y entienden que su opinión importa más que la del resto, en base a sus privilegios, estudios, sociedades económicas, etc.
¿Quién es el pueblo? preguntaría Sartori. En el caso que planteo, diría que la mayoría de las personas que viven de percepciones y que sufren inconscientemente las consecuencias cuando las clases políticas que supuestamente tienen las mismas prioridades, se desgastan en temas proporcionalmente insignificantes.
Realmente, a cualquiera que tenga vocación política de servicio y cuyas ambiciones personales tienen límites establecidos, le entristece que las conquistas sociales, se vean siempre en amenaza, no por quienes no creen en ellas, peor, porque exista una especie de remolino “progresista” revolviendo las ideas, envolviendo a personas en pensamientos confusos y atropellando a otros gratuitamente. Logrando así, empañar la visión de los problemas del país porque se dejan cegar de odio y resentimiento.
Hoy, hasta quienes se catalogan de ser “la izquierda pura dominicana”, no presentan ninguna carta de lucha que no sea la corrupción, un tema importante, sin duda, pero magnificado para tapar las flaquezas evidentes de un gobierno que les absorbe sus convicciones y les exige posiciones a su favor, haciendo uso de sus debilidades personales, como la soberbia y el snobismo intelectual que les alimenta, y claro, acordándoles la débil democracia que tenemos y una que otra deuda pendiente.
Todo este embrollo, está generando que surjan brotes de “neonacismo tropicales”, probablemente producto de una tendencia natural de algunas personas con la necesidad de huir de la complejidad y abrazar posiciones simples y extremistas.
Seguiremos soñando con un país menos afectado por el individualismo y la toma de decisiones en base a sentimientos personales y no a objetivos colectivos.