La Historia, la literatura y la petite histoire

La Historia, la literatura y la petite histoire

Lo que los historiadores descuidan, la literatura se lo apropia; en particular la novela, el teatro, el romance, la poesía o cualquier otra manera de narrar o de contar. Sin tomar en cuenta los límites que restringen el campo de acción del historiador, los autores de “ficción”, narran con tanta autoridad hechos que suelen ser considerados “históricos” aunque simplemente produjeran, como les llamaba el crítico francés Roland Barthes, un efecto de realidad.

Los hechos desdeñados por los que cuentan la historia de los pueblos como Heródoto, por ejemplo, y, para no remontarnos más lejos en el tiempo, los primeros cronistas de Indias comenzando por Bartolomé de Las Casas, pasando por Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernal Díaz del Castillo e incluso aquellos que no vinieron a América como Antonio de Herrera y Tordesillas o Pedro Mártir de Anglería.

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Algunos de esos hechos que ciertos historiadores y cronistas no les dieron “importancia”, escritores como el dominicano Manuel de Jesús Galván se la dieron y reconstituyeron un mundo con todos los elementos de las primeras décadas de la conquista de La Española dando a la estampa novelas como Enriquillo, sirviéndose de uno que otros episodios de la vida cotidiana de la primera colonia española del Nuevo Mundo según la versión de los cronistas de Indias; de semejante manera había hecho anteriormente el español Alonso de Ercilla con La araucana (1569), conocido poema épico que da cuenta de la conquista de Chile; y, para acortar la enumeración, unos años después, el también poema épico Tabaré (1888), del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín. En estas obras tiene rango dominante la ficción, aunque el lector caiga en la trampa de considerarlas como históricas, a pesar de que de “históricas” solo tengan ciertos nombres de personajes, la época y el momento histórico en que se desarrolla la acción de la narración.

El historiador francés G. Lenotre (seudónimo de Louis- Léon-Théodore Gosselin), basándose en fuentes originales decidió publicar importantes obras anecdóticas de la Revolución Francesa que dieron categoría a lo que los franceses llaman la petite histoire. A finales de la década 1920-30, los historiadores Marc Bloch y Lucien Febvre fundaron l´École des Annales, que toma en cuenta los hechos de la sociedad en su conjunto, es decir tanto de la Historia como de la petite histoire abogando por una Historia total. De esta corriente de la historiografía destacaron después de la Segunda Guerra Mundial, Georges Duby (Histoire de la vie privée) y Fernand Braudel (Histoire de la méditerranée), entre otros eminentes historiadores franceses del siglo XX.

El historiador dominicano Frank Moya Pons, siguiendo la línea de l’École des Annales, publicó una colección de artículos, La otra historia dominicana; también José Chez Checo ha dado a la estampa su Historia total (1995-2022).

Por otra parte, durante el siglo XIX. Honoré de Balzac concibió un ambicioso conjunto de novelas que tituló La comedia humana que llamó la atención de Marx y Engels, a quienes solo les interesaba de la literatura lo que tuviera relación con su teoría filosófica y económica.

Ambos tomaron como referencia la obra de Balzac para poner ejemplos en apoyo a sus postulados. Marx, por ejemplo, utiliza la descripción de Balzac en una de sus “escenas de la vida campesina” para ilustrar la alienación del campesino. “[Balzac] describe con mucha precisión”, subraya Marx en El Capital, “cómo el campesino, con la finalidad de mantener la benevolencia de su usurero, realiza gratuitamente cualquier trabajo sin pensar que le hace un regalo porque su trabajo no le impone gastos”.

Este no es el único ejemplo de la observación del novelista francés a la sociedad de su tiempo. Engels, amigo de Marx y coautor del Manifiesto comunista, al opinar sobre City Girl (1887), la primera novela de Margaret Harkness, pone a Balzac como modelo: “He aprendido “[en Balzac] incluso en lo que concierne a los detalles económicos (por ejemplo la redistribución de la propiedad real y personal después de la Revolución [francesa]), más que en todos los libros de los historiadores, economistas, estadísticos, y todos los profesionales de la época. Sin duda, en política, Balzac era legitimista; su gran obra es una perpetua elegía que deplora la descomposición irremediable de la alta sociedad; sus simpatías están con la clase condenada a desaparecer. […] que Balzac haya estado obligado a oponerse a sus propias simpatías de clase y a sus prejuicios políticos, que haya visto el ineluctable final de sus amados aristócratas y que les haya descrito como que no merecían mejor suerte; que sólo haya visto los hombres del futuro que allí donde se les podía encontrar en esa época, eso lo considero como uno de los mayores triunfos del realismo y una de las características más importante de Balzac”.

Cuanto precede nos permite observar que la literatura es también fuente de la Historia, pues el escritor de ficción penetra en donde el historiador, limitado por las leyes que le dan categoría de ciencia a su disciplina, no puede acceder; me refiero evidentemente a la buena literatura, la que muestra mas no demuestra.

De esto hay muchos ejemplos en la literatura dominicana, desde que Javier Angulo Guridi diera el primer paso con La fantasma de Higüey (1957), seguido por El montero, de Francisco Bonó, en 1858, luego por Galván con su extraordinaria Enriquillo en 1882, siendo emulados por otros como Francisco Gregorio Billini con Engracia y Antoñita (1893), Tulio Cestero con La sangre, una vida bajo la tiranía (1919). Obras que, excepto las de Galván y Angulo Guridi, dan cuenta de los hábitos y costumbres de los dominicanos de finales del siglo XIX y albores del XX; hay que incluir también Cañas y Bueyes de Moscoso Puello (1935), La Mañosa de Juan Bosch (1936), Over de Marrero Aristy (1938) y Guasábara (1958), de Alfredo Fernández Simó y paro de enumerar para decir que todo lo dicho anteriormente me ha dado la pauta para estudiar los dos volúmenes que integran las Obras completas de Emigdio Osvaldo [E.O.] Garrido Puello que la Sociedad Dominicana de Bibliófilos despierta de un letargo de años.