La mafia, la plebe, la oligarquía y la gobernabilidad. Afortunadamente, todos sabemos de qué estamos hablando cuando nos referimos a estos tres actores colectivos de nuestras democracias.
Las mafias, con sus parientes cercanos las bandas, pandillas y demás especies que pululan en nuestros barrios; incluyendo barrios de clase media. Y aún en el Cibao, tienen magníficas y bien amuralladas residencias, en parajes donde vivían las familias más respetables de nuestra ruralía.
Las plebes, dicho más amorosamente, los pobres que abandonaron sus campos por razones ajenas a su voluntad hoy habitan en ambientes urbanos sumamente hostiles; lugares donde la lucha por sobrevivir frecuentemente los hace adoptar patrones de conducta, ellos y sus hijos, reñidos con la ley y las buenas costumbres: La participación en pandillas y redes de traficantes, entre otros modos delincuenciales de adaptación a su nueva vida “urbana”.
Por su parte, élites y clases medias también suelen tener, entre sus modos de supervivencia o patrones de adaptación, la formación de núcleos poder, oligárquicos, que imponen leyes, monopolizan riquezas y buenas costumbres, que dificultan la vida de los socialmente menos favorecidos.
Desde la antigüedad sociedades y pueblos han desarrollado mecanismos para manejar las grandes tensiones y conflictos sociales. La organización del Estado es probablemente el mejor, o el que ha dado mejores resultados. Empleando los mecanismos de la ley y de la fuerza, y otros que, como la propaganda y la mercadotecnia, canalizan los sentimientos de frustración y los afanes de supervivencia hacia formas de adaptación pacíficas, dentro de las reglas del juego “civilizado” establecido por las oligarquías y élites gobernantes, con gran apoyo de las clases medias.
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Esas estratagemas de poder y gobernanza no siempre tienen todo el éxito deseado, especialmente cuando pobres y clase medias no logran obtener promesas del sistema, ni las ofertas de la mercadotecnia; ya por razones económicas locales o mundiales, ya por cataclismos y fenómenos anormales de carácter local.
Otro mecanismo eficaz de gobernanza, que renueva esperanzas y abre diversos canales de ascenso social y de renovación de los cuadros y grupos políticos con acceso al poder, son las elecciones presidenciales y de autoridades y funcionarios congresales, municipales o locales. Debido a que renuevan estructuras y reciclan núcleos y grupos de poder; mientras, asalariados y pobres van aprendiendo a participar y a menudo a controlar instancias de poder, a través de partidos, sindicatos y otras vías menos formales, como asociaciones de traficantes, manejadores de juegos de azar, ocupantes de espacios y terrenos del Estado, entre otros.
Eficaces mecanismos de poder con los cuales hasta los más depurados líderes políticos suelen estar obligados a negociar; de lo contario ven reducirse enormemente sus posibilidades de ascender o mantener la dirección del Estado. Con interesantes resultados. Por ejemplo, aquello que le ganó el apoyo popular a un gobernante durante el proceso eleccionario, es exactamente lo mismo que una vez en el Gobierno lo deslegitima: sus vínculos con mafioso y oligarcas. Creando el eterno dilema de nuestros gobernantes: sin oligarcas o mafiosos no se llega; pero con oligarcas y mafiosos es difícil gobernar con justicia.