Hace tiempo que se viene estudiando los comportamientos sociales y sus resultados. Desde el neuromarketing, la publicidad y el mercado, se establecen las tendencias que deben asumir los grupos sociales en cualquier contexto.
La visibilidad, la despersonalización, la adolescentización del adulto, la ausencia de identidad asumida, predicen la nueva crisis de la angustia existencial.
Nunca antes se había visto un ser humano tan inseguro, vulnerable, temeroso, frágil y angustioso, como el hombre actual. Cualquier adversidad lo pone de rodilla, le da pánico, depresión, escapismo, se inadapta, o por temor a la pérdida acepta y convive las maledicencias.
La agonía posmoderna es el miedo al anonimato, a la exclusión, a no pertenecer a un grupo, o sentir que no se tiene visibilidad social.
Las redes sociales dominan el cerebro, las motivaciones y hasta la decisión humana. Siempre se discutió en la neurociencia de que el cerebro dominaba el cuerpo, pero ¿Quién domina al cerebro? Hoy en día se vive con la necesidad imperiosa de la visibilidad, la aceptación, y la validación social.
Desde allí, se busca la presencia, el protagonismo y la legitimidad. Desde ahí la compresión por subir sin límites todo cuanto se pueda a las redes, buscar que le validen, le acepten o le reconozcan méritos y “éxitos” en la vida.
Los seres humanos han perdido su privacidad, al exponer sus vidas, hábitos, costumbres, marcando tendencia que les crea un algoritmo de sus comportamientos de vida predecible.
Ese miedo al anonimato hace que se pierda la privacidad, la prudencia, ecuanimidad, armonía, autoestima, autoaceptación y autoconfianza.
Mas bien, el discernimiento, la discriminación y la autoconservación del adulto se pierde; se hace adolescente, se busca ser “noticia”, protagonismo o manifestación de bienestar y felicidad.
Antes, el anonimato era comprensible, formaba parte de la privacidad, del silencio, de resguardar parte de la vida, de la soledad, de la complicidad asumida, y del derecho que tenemos y que debemos de defender para conquistar la libertad, la autonomía y la felicidad.
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El neofilismo (consumir todo lo nuevo sin discriminar la utilidad) va en aumento, junto al hedonismo y a la hiper estimulación. Al cerebro humano se le demanda más activación de los neurotransmisores: dopamina, serotonina, norepinefrina y glutamato que en otras épocas.
Desde la televisión, las redes sociales, compras por internet, publicidad, etc., los estímulos no paran y el cerebro no descansa para recompensar y gratificar la necesidad impulsiva que demanda la visibilidad, la atención y el presentismo.
El cuerpo ha dejado de ser privado de cada cual, los espacios, su historia personal, su vida laboral, sus vacaciones, etc.
Ahora todo se expone, se comparte y se lleva al concepto del “deja ir”, “deja hacer” o el “deja pasar”.
Las alertas para medir consecuencias, o medir resultados de vida no existen; pero tampoco el poner los límites, decir que no, no se aplica ni se reconoce dentro de los comportamientos. Parecemos más permisibles, más influenciados o con temor a imponer o establecer diferencias.
En la madurez no se le debe temer al anonimato, ni a la soledad productiva, ni al silencio terapéutico. La visibilidad debe tener control, prudencia y la privacidad de cada vida asumida y responsable.
La utilidad de las redes sociales es importante, sin el presentismo desmedido, sin el narcisismo social y sin la angustia al anonimato.