Las democracias necesitan contrapeso para ser fuertes. Un Estado dominado por un único partido requiere de una oposición férrea, capaz de equilibrar las fuerzas si hubiese algún atisbo de abuso.
Aunque el presidente Luis Abinader dio garantías de que utilizará el poder que se le entregó con la prudencia que demanda la aprobación de las reformas que el país necesita, nunca debemos olvidar que otras reformas del pasado no fueron precisamente las que necesitábamos.
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Estar con ojo avizor es de rigor en estos momentos, algo complejo para una oposición que quedó muy debilitada tras el proceso electoral: hoy, como nunca, debe recomponerse para renacer. Para ello es vital que los dinosaurios que habitan en los partidos se echen a un lado y den paso a una juventud que no tenga manchas.
El descrédito que se ganaron a pulso con unos actos de corrupción que la sociedad no está dispuesta a perdonar -como se demostró en las elecciones- obliga al retiro de muchos de sus actores políticos. De no hacerlo, sus partidos morirán de inanición: no habrá filas para alimentarlos.
En la contienda pasada descubrimos políticos jóvenes con muy buenas ideas. Hay que dejarlos crecer y apostar a que ese relevo sea capaz de reencauzar al país. Urge hacer las cosas de mejor manera.