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En las últimas décadas, han ocurrido muchos cambios en el panorama mundial debido al desarrollo de las tecnologías de la información, de la restructuración económica, de la competencia internacional y de las reformas políticas en el ámbito estatal. En ese contexto, las escuelas, las universidades, los profesores y maestros han tenido que enfrentarse a nuevos problemas, incertidumbre y desafíos. La educación, la superior sobre todo, a pesar de los fracasos y de las crisis en su desempeño, todavía se considera como la solución a muchos problemas que afectan a la humanidad y como fuente de bienestar social y económico. El destacado educador brasileiro Delors J. en su obra “Educación un Tesoro a Descubrir” expresa que “las reformas educativas se imponen siempre la tarea de corregir problemas sociales y educativos, y en algunos casos pretendiendo “reinventar” la escuela para adaptarla a la nueva realidad”. En general, su discurso se centra en cómo conseguir que los profesores laboren en forma más eficaz y que los estudiantes mejoren sus resultados. Al igual que otros destacados autores, Delors considera que el compromiso de los docentes implica la búsqueda de forma y manera permanente de capacitarse para desarrollar mejor sus delicadas tareas de hacer que sus estudiantes aprendan más. Como bien lo expresara Álvaro Marchesi: “la calidad de la educación de un país no es superior a la calidad de su profesorado”. Al inicio del siglo 21, los profesores reaparecieron como elementos insustituibles, no solo en el fomento de los aprendizajes, sino también en la construcción de procesos de inclusión que respondan a los desafíos de la diversidad y al desarrollo de métodos apropiados de utilización de las nuevas tecnologías.
Los años 70 del pasado siglo 20 fueron la época de la racionalización de la enseñanza y de los esfuerzos por prever, planificar y controlar las actividades docentes propiamente dichas. Después, en los años 80, surgieron las grandes reformas educativas y, muy particularmente, la ingeniería del currículum; y más recientemente, en los años noventa, las dedicadas a las organizaciones escolares en lo relativo a su funcionamiento, administración y gestión.
En la actualidad, los servidores docentes aparecen como insustituibles no solo en el fomento de los aprendizajes, sino también en la construcción de procesos de inclusión que respondan a los desafíos de la diversidad y al desarrollo de métodos apropiados de utilización de nuevas tecnologías. Nos preguntamos: En materia de formación y capacitación docente, ¿qué ha estado ocurriendo en la República Dominicana en todos esos años?
Las reformas de la instrucción pública que aquí tuvieron lugar desde la llagada a nuestro país del insigne maestro y patriota puertorriqueño Eugenio María de Hostos a finales del siglo 19 hasta nuestros días giraron en torno al grado de capacitación que pudieran tener o no los docentes participantes en las mismas. Fueron más que reformas, cambios en el sistema orientados por la necesidad de expansión de los servicios de educación, sin que aumentase en la misma proporción, las inversiones económicas de parte del Estado.
Desde que Eugenio María de Hostos y Salomé Ureña de Henríquez fundaron en la ciudad de Santo Domingo las primeras escuelas de formación docente hasta el final de la dictadura trujillista, el ejercicio docente no era más que un oficio muy mal reenumerado ejercido, en el mejor de los casos, por bachilleres o por personas con poca o con ninguna perspectiva de futuro. Afortunadamente hoy ya no es así. Los profesionales de la educación egresados de las universidades y de los institutos que laboran en escuelas públicas y en colegios privados disfrutan de niveles salariales igualables a los de los profesionales de otras áreas del saber. En la actualidad, la profesión docente se cuenta entre las más preferidas por los estudiantes universitarios de nuevo ingreso.