Lila Alburquerque, lo saben quienes la conocen, no le coge corte a nadie. Tampoco baraja pleito ni tiene pelos en la lengua, por lo que nunca ha sido un problema para ella llamar pan al pan y vino al vino, ni poner en su puesto con un boche oportuno a quien se equivoque y se pase de la raya. Y aunque resulta fácil confundir su honestidad cruda y sin filtros con el descaro y la falta de vergüenza, su exitosa carrera política le da derecho a hablar con autoridad de algunas cosas, esté usted de acuerdo o no con esas opiniones. En estas navidades la exdiputada reformista regresó a los escenarios de la opinión pública con unas declaraciones que la convirtieron en tendencia en las redes sociales, en las que expresó su frustración por no contar con recursos para ayudar a los campesinos de su comunidad. “Primera vez en mi vida que no tengo nada que darles a mis pobres campesinos. Ningún gobierno, cuando digo ninguno, privó a mi gente de comer. ahora ni una fundida. Nada”.
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Luego de su queja publica, y fiel a su temperamento, le escribió al presidente Luis Abinader para gestionar la entrega de bonos navideños, pero no obtuvo respuesta. Según lo que contó en un programa de televisión, posteriormente se reunió con la Primera Dama, doña Raquel Arbaje, quien intercedió ante el mandatario y consiguió que finalmente le mandaran un camión con fundas y bonos navideños que dice repartió en su patio entre sus “pobres campesinos”.
Este es el momento de preguntarse porqué tiene que ser el gobierno el que vaya en auxilio, con dinero público, de la clientela política de la exdiputada reformista, que por suerte no es tan numerosa como en sus buenos tiempos. No sé si alguien se atrevió a formularle esa pregunta, pero me imagino la respuesta. Y si usted considera que después de todo, y no obstante su reproche público al presidente Abinader, fue complacida, tendría que concluir que así es de especial la política dominicana. Y Lila Alburquerque, la que no coge corte, lo sabe mejor que nadie.