Por: Amaury Pérez Vargas
La presencia de la mujer negra en Santo Domingo se remonta al año de 1501, cuando por instrucciones del gobernador Nicolás de Ovando ingresaron los primeros esclavos africanos. En esos primeros años de la colonización, sobresale la historia de la negra Micaela, cuya participación fue decisiva para la construcción del Hospital Nicolás de Bari, pues como bien nos indica el escritor Manuel Rueda «el origen de esta institución se debió a la actitud piadosa de una mujer negra que a falta de hospital u otro centro de salud en el nuevo enclave de la ciudad curaba en un bohío a los enfermos pobres, de acuerdo a sus magras posibilidades. Esta obra benéfica fue creciendo gracias a limosnas de los vecinos».
Según nos indica la historiadora Celsa Albert en su libro Mujer y esclavitud en Santo Domingo, las mujeres representaron aproximadamente un tercio de la compra de cautivos para Santo Domingo entre el siglo XVI y XVIII. Esta subrepresentación no puede explicarse por una supuesta debilidad física de las mujeres, pues estas fueron empleadas casi igual que los hombres en los duros trabajos de las haciendas, destacándose en las labores domésticas, jornaleras y de tala. En el Santo Domingo colonial, cuya base económica se sustentó en el modelo del hato ganadero después del siglo XVII, la formación de las familias esclavas encontró en la natalidad su principal fuente de renovación para la población servil, pues según nos dice la Dra. Albert “la mujer africana en el periodo de la esclavitud no solo fue mercancía y fuerza de trabajo, sino también una importante máquina reproductora de esclavos”.
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Esta realidad se pudo materializar gracias a la criollización de las poblaciones esclavas, las cuales con el tiempo pudieron progresivamente establecer un equilibrio en el sexo ratio como consecuencia del proceso natural de natalidad. En este hecho jugó también el declive de la economía de plantación, pues en los hatos no se requería de la importación masiva de hombres. Sobre este particular, aplicando la categoría de género, se ha establecido que en el comercio esclavista del siglo XVIII “el precio promedio de los esclavos varones es superior, aunque no en mucho al de las mujeres”. Al respecto, agrega Albert que esto era “algo anómalo frente a la tendencia generalizada que indica un precio más alto para las hembras, sobre todo cuando estas están en edad de procrear, lo que sin duda aumenta su valor”.
Un aspecto que se debe manejar con cuidado, por las violaciones y otras violencias que se generaron durante el período, es la cuestión de las relaciones que se desarrollaron entre amos y esclavas, las cuales dieron origen al “mestizaje o mulatización”, dejando “como resultado una sociedad mezclada en mayor o menor grado por generaciones ligadas a negros y blancos”. Una buena descripción del fenómeno nos la aporta Albert cuando señala que “la mayoría de estas relaciones se llevaron a cabo en el marco de las actividades privadas de la hacienda o comarca del amo, entre las que se contaban las relaciones sexuales con su amo si este las pretendía o exigía”.
Este factor, entre otros, contribuyó a que las mujeres beneficiaran más que los hombres de los actos de manumisión tanto en la sociedad colonial dominicana como en el resto de América Latina.
Prof. Amaury Pérez, Ph.D. Sociólogo e historiador UASD/PUCMM