“La única forma de que el sacrificio no haya sido inútil es darlo a conocer, referirlo. Si vence el enemigo, ni para los muertos habrá seguridad. Y ese enemigo no ha cesado de vencer”.
Luisa Block de Behar
La Soledad de Fragata. Hace unos días soñé (2009) con el maestro Manuel Simó y con Juan Bosch en los pasillos del Teatro Nacional. Imagino que me debe haber causado pena esa foto de las goteras en el escenario principal y ese hecho triste desencadenó mi memoria. El músico adornaba una partitura gigantesca de frutos y flores, don Juan canturreaba sensei y decía que la historia no tiene punto final porque la vida se renueva y florece cada día.
Debí soñarlos en la madrugada del 30 de junio que es la fecha en que cumplen años los dos y que además es el día del maestro. Recordé el libro del Teatro Nacional Eduardo Brito lo que construimos con Teatro Nacional Eduardo Brito
Me di cuenta que en el marasmo de corrupción, cleptomanía y sin sentido en que vivimos esos dos hombres con sus luces y sombras, con sus debilidades y fortalezas me habían marcado arquetípicamente. Era recordar a mi amado padre en toda su miseria y grandeza, como a pesar de las enormes penas y contradicciones que ellos representan como arquetipos de una cultura represiva, patriarcal y oscura son al mismo tiempo la herida y la espada que me enseñó a defenderme.
En 1985, Mary Loly (Q.E.P.D) y Jorge Severino (Q.E.P.D) me invitaron a exponer en La Galería una carpeta de aguafuertes titulada Los cuentos de Mauro y unos dibujos donde contaba en imágenes las peripecias narradas por mi hijo de cinco años. Don Juan Bosch y doña Carmen visitaron la exposición, nos conocimos e hicimos amigos. Esta pequeña introducción es para explicar cómo y porque mantuve amistad con don Juan hasta su muerte. Fue una amistad entre creadores y artistas. Al año siguiente seguí mi trabajo de solidaridad con Nicaragua y le propuse a Tony Capellán (Q.E.P.D) que hiciéramos un libro de poesía nicaragüense ilustrada con nuestros grabados.
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Le contamos el proyecto al embajador nicaragüense, y desde un principio don Juan no solo nos ayudó a seleccionar poemas y a buscar las voces más representativas de la poesía nica sino que escribió el prólogo. Tete Marella, Vladimir Lerner (Q.E.P.D) y Miguel Cocco (Q.E.P.D) fueron algunas de las personas que se sumaron al proyecto.
Pero, lo que comenzó como el arranque de dos creadores como éramos Tony y yo, trabajando en solidaridad para la revolución sandinista se convirtió al poco tiempo en un juego burocrático donde el matrimonio de embajadores en vez de ser la correa transmisora de la solidaridad con su pueblo se convirtieron en jueces, curadores, inquisidores y censores de grabados, poetas y grabadores.
Era el primer libro de mi vida. Nunca había hecho nada igual ni gráfica ni editorialmente, tampoco sabía cómo manejar las reglas del juego de la política, la burocracia y había una gran cuota de candor e ignorancia de mi parte.
En el colmo de la tensión y con el libro en imprenta las presiones del embajador para censurar a determinados poetas y el cambio de imágenes llevó la situación al punto que en connivencia con el impresor secuestraron el libro. Como me negué a los cambios y a la censura decidieron quitarnos el libro.
Cuando fui a ver a Juan Bosch y le conté lo que habían hecho el embajador y el impresor repitió varias veces el nombre de los dos e insistió: “¿ellos hicieron eso?” Insistió en la pregunta y cuando, ilusa de mi, esperé que tomara cartas en el asunto que era en resumidas cuentas para lo que había ido, por toda respuesta me dijo que dejara eso así, que no le diera más vueltas al asunto y me olvidara del libro.
Mas que sorprenderme me decepcionó porque no era la respuesta esperada de un artista. Como era quien era y por respeto no dije nada. Acaté la respuesta pero me sentí humillada como artista, como creadora, como mujer y como ser humano. En mi casa lloré de impotencia, de ira, de indignación y sobre todo de desilusión. Cerré el proyecto. Le avisé a Tony, Teté y Vladimir la respuesta de don Juan y me desentendí del libro.
Me encerré en mi taller y en buen porteño los mandé a la mierda. Me puse a trabajar y busqué entre los cuentos de Bosch alguno que interpretara mi frustración y al mismo tiempo mi capacidad de respuesta.
Elegí el cuento Fragata. Es la joven y gorda prostituta de Pontón. La extraña criatura que no puede tener hijos, que tiene escandalizado a un vecindario, mezquino, chismoso y pacato y que adora los niños. Que llega al pueblo de la niñez de Juan Bosch, y ella sola, como un acto de integridad personal, de respeto por sí misma cuando se entera de que en realidad puede dañar a los chicos con su comportamiento tumultuoso decide irse. No la echan, ella elige irse del pueblo. Sola, escarnecida y humillada ante un comunidad hipócrita, egoísta, cerrada y prejuiciosa.
En poco tiempo imaginé, dibujé, diseñé y grabé quince xilografías, inventé un diseño de libro grande y rotundo como mi prostituta de Pontón.
Con maderas, gubias y papel de arroz descifré el enigma de la soledad de dos mujeres. La puta y la artista. Mario Lebrón me abrió las puertas de Corripio para imprimir el libro, el embajador argentino Jorge Vázquez (Q.E.P.D) y Mario Bonetti desde el Instituto Humboldt me dieron los fondos para imprimir trescientos ejemplares. Lo hice.
En aquella época no existían derechos de autor, o por lo menos la práctica habitual era entregar ejemplares. Don Juan se sintió muy halagado cuando le llevé de regalo cien ejemplares, todos alabaron mi trabajo pero nadie se imaginó porque se me había ocurrido ilustrar aquel cuento. Para la mayoría de la gente mi trabajo era una forma de adular a Juan Bosch. Pero no. Como el dios de la fragua y los orfebres, como una versión femenina de ese dios griego llamado Hefestos, rechazado por su madre, engañado por Afrodita, ninguneado por sus pares y por los dioses no dejé que el rechazo y la humillación destruyeran mi creatividad. (Continuará)