«La tregua de los mamíferos» de Alexis Gómez Rosa

«La tregua de los mamíferos» de Alexis Gómez Rosa

POR WILFREDO LOZANO
A cuarenta años de haber ocurrido el acontecimiento que trazó el destino de nuestro país en la segunda mitad del siglo XX, la guerra de abril, la revolución constitucionalista, la guerra patria, la mayoría de nosotros, entonces muchachos que iniciaban su juventud, inevitablemente leemos esta gesta como un imborrable recuerdo, como un momento identitario en que tras el fin de la dictadura trujillista, y la larga crisis política que le sucedió incluido el golpe de 1963 que motivó la propia revolución constitucionalista, nos reconocíamos como nación en lucha, en que para mi generación de repente afirmamos un lugar en la historia, quizás sin tener aún una clara certidumbre del hecho: la de luchar por la democracia que nuestro país merecía, la de enfrentar los poderes mundiales en la búsqueda del espacio de libertad que como nación reclamábamos.

Se trata de eso que hoy pocos recuerdan, lo del principio de autodeterminación de los pueblos, lo del derecho de la gente a elegir su propio destino. Un día como el 28 de abril del 2005, debe siempre recordarnos ese derecho, sobre todo que el mismo debe ser defendido y puede conquistarse.

La guerra de abril fue algo más que una guerra, fue un momento de definición nacional. Como tal, el acontecimiento puede ser leído de muchas maneras, asume muchos rostros: la del hecho bélico en sí mismo, la de la gesta patriótica en la defensa de los valores nacionales, la del arte comprometido en la lucha contra la opresión, la del ciudadano común que empuñó su fusil sin mediar muchas palabras, la del poeta que como Jacques Viau empeñó su palabra y empuñó su fusil. En fin, las de las múltiples caras del pueblo que afirmaba su libertad.

La guerra en sí misma, como es natural, produjo toda una literatura. Podemos recordar hoy no sin cierta nostalgia –lo confieso- la poesía combativa de defensa de la soberanía (yanqui vuelve a tu casa) como los poemas de Mir, los cantos de Miguel Alfonseca, la poesía intimista de Abelardo Vicioso, la rabia épica de Blonda, la reflexión más filosófica de un Héctor Inchaustegui Cabral, pero toda la producción de ese tiempo enfilaba su quehacer al hecho global de la guerra. La tragedia nacional era vista en una amplia perspectiva que no se detenía a producir un argumento donde lo cotidiano de la condición humana chocara con el trauma del hecho bélico en sí mismo, y este último fuera visto, no en la perspectiva del héroe militar, del aguerrido soldado defensor de la patria, de la heroica mujer que empuñaba el fusil, sino en la de los simples hombres y mujeres dominicanos obligados a cargar con una cotidianeidad cercenada por la guerra misma y sus infinitos infortunios. Una lectura de ese tipo permitiría recuperar otra dimensión de la gesta de abril: la de la guerra como condición humana que no podemos evitar y que puede hacer precisamente heroicos a los pueblos. De alguna manera esa es la tarea que se impuso Alexis Gómez en su largo poema La tregua de los mamíferos.

La tregua de los mamíferos es un poema raro y seductor. Su rareza comienza con su título mismo. El poeta quizás nos esté asustando, o acaso planteando una especie de oráculo, una broma, o quizás podamos abrigar la esperanza de que su título mismo entraña una especie de sentencia. Quienes se encuentran en tregua según el poema son animales vertebrados homeotermos, con pelos sobre la piel y cuyos embriones están cubiertos de amnios y alantoides. Estos individuos mamíferos nacen con la forma propia del animal adulto y son alimentados por la madre con leche de las mamas. No por casualidad el término viene del latín mamma que significa tetas y fero que sugiere al animal.

Estos mamíferos al decir del poeta se encuentran en tregua, vale decir, todos nosotros y los que lean el poema estamos algo así como esperando a Godot. Hemos hecho la guerra, pero la misma quizás no termine jamás, pues la guerra no es sólo el combate militar, va más allá, sumerge a la nación toda en un interminable proyecto que diariamente debe encontrar su destino. A mi juicio, esa es la tregua de los mamíferos. La guerra de abril, fue un drama nacional y un bochorno la ocupación del país por la bota extranjera, pero para nosotros los mamíferos que habitamos en el lado oriental de la Isla de Santo Domingo y vivimos este tiempo, fue una gesta en perpetua disposición a la batalla de la vida, condición esa imprescindible para la sobrevivencia del mamífero.

La guerra fue fundacional. Permitió a los mamíferos dominicanos reconocerse, asumir su dolor, apreciar su grandeza, ser en una palabra, ellos mismos.

Mucho se ha cantado a la guerra de abril del 65, en general como empresa épica, como hazaña patriótica donde el poeta rechaza al invasor, al intervencionista, canta al héroe militar, al patriota caído. Otros han cantado al amor en el espacio cotidiano de la guerra en la zona constitucionalista como los poemas de Abelardo Vicioso, quien encontró el amor en medio de las batallas con su pluma militante.

Fue René del Risco quien recuperó la nostalgia de lo urbano salida del fusil. Pero es Alexis Gómez quien ha cantado lo cotidiano, la expresión urbana del conflicto: surge así la ciudad en lucha como sujeto poético y como héroe.

En toda su obra poética Alexis Gómez se ha enfrentado a la ciudad como su demonio interior. Conoce sus recovecos y trampas. Sabe de su grandeza y pequeñez. Aprecia los detalles exactos de su geografía tradicional que la modernidad tardía se empeña en destruir. Pero es ahora con La Tregua de los Mamíferos cuando Alexis Gómez asume la ciudad como héroe de la guerra, obligada al final a producir una larga tregua.

El poema La Tregua de los Mamíferos es raro y seductor, ya lo afirmamos, pero también representa una aventura narrativa y un formidable derroche de lirismo en clave épica. Montado como se organiza un filme, el poema tiene la difícil y rara cualidad de hacernos pasear por una galería de imágenes, de retratos, dramáticos algunos, exquisitamente tiernos otros. Tras este procedimiento el poeta poco a poco nos muestra un complejo y distinto universo de la guerra, el del hombre que al tiempo que sostiene la defensa del suelo nacional, vive la vida cotidiana, tiene miedo y cuando tiene que asumir su deber simplemente lo hace, a riesgo de terminar cargando la condición de un héroe.

La técnica del filme, de la fotografía, está explícitamente expuesta en el poema en todo su dramatismo y crudeza:

-Amplía el ángulo de observación sobre la ciudad

muerte y escombro;
saqueo y horror
desde la pantalla de televisión;
grueso y oscuro
aquel hongo de humo estrangulando el ombligo
terrestre,
tornasolea orillado por una vertiginosa
dentadura.

-Fija la cámara y desplázala lentamente;

se oyó al filmmaker decir:
¡Take over!, ¡Take over!

Hoy lo que ayer fue combate heroico es sólo imborrable recuerdo, ya lo dijimos. Pero ese recuerdo nos permite permanecer en una cimarrona actitud que mantiene abierta la posibilidad del destino propio.

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