Pocos de los problemas del país son menores de edad. De los más jovencitos es el tráfico vehicular en Santo Domingo y Santiago, y la peligrosidad en calles y carreteras. Natural: antes no había tantos carros, ni la combinación de éste con otros problemas bien complicados. La pobreza, el analfabetismo, uhhhh!, eso viene desde muy lejos. De pa’llá, del siglo XIX. La cuestión de la electricidad tiene alrededor de cincuenta años, cuando empezó la competencia entre electrificación, de un lado, y concentración urbana y aumento del ingreso, del otro. ¿Y la corrupción administrativa? Ese es bien pero bien viejo. He escuchado a algunos que lo remiten a la vida colonial, época en que un funcionario de la Corona se llevó parte de unos fondos que habían llegado de la metrópoli.
En cualquier caso, hay amplio consenso en cuanto a que durante la era de Trujillo él era el único que podía hacer. Además de que no tenía necesidad de transgredir la ley pues para eso tenía su congreso. Dicho en otros términos, la corrupción era legal. Por cierto, por ahí circula entre las redes un aforismo que dice, más o menos: “la esclavitud fue legal, el racismo fue legal, el sexismo también. La injusticia no es cuestión de leyes sino de poder.” El mejor ejemplo de esto es EUA, cuyo gobierno se pone a certificar otros países sobre problemas –entre ellos justamente la corrupción- en que él es campeón indiscutible.
El caso es que tras el ajusticiamiento podemos decir que estábamos en cero. Y en cuestión de poco más de cincuenta años estamos entre los primeros, es decir, entre los países más corruptos del planeta. ¿Estará en el ADN de éste nuestro mulataje caribeño? Es decir, ¿somos corruptos por naturaleza y herencia? En cuyo caso es poco lo que se puede hacer. ¿O es una dialéctica de forma de ser –es decir, forma de desarrollo ciudadano y político-, circunstancias históricas y oportunidades cotidianas? Cuentan –porque yo no lo vi con mis ojos- que para una de las elecciones de los 80s alguien escribió en la pared: “Vote por Juan Bosch, el único que ni mató ni robó.” Y un creativo le puso al lado: “… ni duró.”
Hoy tenemos por ahí varios grupos de “intelectuales”, que en la vida no han hecho otra cosa más que hablar, con una perspectiva puritana sobre el asunto. Dicen proponer una sociedad política honesta a carta cabal en que cualquier ilícito en la administración pública resalte como una mancha en una sábana blanca. Curiosamente, ellos mismos viven de lo que les paga el gobierno (corrupto), gobiernos extranjeros (más corruptos) o empresas que pueden pagar publicidad (de corrupción variable). Porque, ¿de qué es que estamos hablando? La corrupción administrativa es un fenómeno grande y complejo que va desde el policía que acepta un soborno (y el ciudadano que lo da), hasta las empresas que dan regalos a los superintendentes (y estos que las aceptan). Desde la producción de la droga –al sur del río Bravo-, hasta su consumo, que en EUA puede ser “recreacional” (¿Vemos lo de la “raya moral” que se mueve a conveniencia?) Desde la “alta política” que ataca un Irak que definitivamente fabrica armas de destrucción masiva –que nunca se encontraron allá pero que sí tiene EUA-, hasta una política oficial de dopaje para los atletas. ¿De cuál corrupción es que estamos hablando?
Nada más lejos de mi intención que justificar la corrupción en el país, sin duda el principal problema político y retranca al desarrollo nacional. Lo que no puedo es dejar pasar a unos señores que en base a tigueraje comunicacional quieren hacer sentir al otro culpable de lo que ellos son maestros. La corrupción no se va a detener por una razón muy fácil: porque es una habilidad, una forma de hacer las cosas que es más popular y democrática que el capital. Pongo un ejemplo cotidiano: los talleres que operan en la vía pública. Por supuesto que está mal, que no debe ser. En el espacio público no deben haber actividades privadas, menos de ese grado de incidencia. Ruido, sucio, densidad poblacional, obstáculos en la vía. Veamos ahora el lado de los que se ganan la vida haciendo eso. ¿Qué hacen? ¿Ponen un taller con los mil quinientos pesos que tienen en los bolsillos? En la economía dominicana hay tres espacios: la actividad formal, altísimamente concentrada. El gobierno. Y la inopia: el desempleo, las penurias, el hambre. ¿Qué de extraordinario tiene evitar esto último a toda costa?
Bernard de Mandeville, un autor muy poco conocido, muestra (La fábula de las abejas) cómo lo que llamamos virtudes no lo son tanto, ni pueden sobrevivir sin lo que llamamos defectos. Para hacer arriba hay que dejar que hagan abajo. El que hace en un nivel tiene que dejar que haga otro en ese mismo nivel. No es un juego de honestidad sino de astucia. Los grandes son expertos en ocultar realidades, imponer perspectivas y cambiar nombres. Mientras sea ésta una economía de sobrevivencia, la corrupción siempre será moneda de curso forzoso (hasta legal). Para sacarla de abajo, de lo vulgar y menudo, hay que subirla arriba, donde sea elegante y sumamente poderosa. Ahí tiene otro nombre: politics. Mientras eso llegue, los de arriba van a seguir arrugando la nariz de asco con la corrupción de los de abajo. Al cabo, ellos no van al baño. Pero eso no cambiará nada.