Esta obra, más de ficción que de realidad, es la novela de un pequeño árbol familiar en el que es fácil descubrir la sicogenealogía y la ramificación histórica de un núcleo básico corto gallego-español y criollo que funcionó y sigue funcionando en la República Dominicana con resultados notables en el mundo de la literatura, el arte, la judicatura y hasta la milicia.
El arbolito genealógico es el siguiente: El tronco de ese pequeño árbol es el «jornalero, albañil» Salvador Otero, llegado al país hacia 1862 con las tropas de la Anexión española, a los «… 27 años, natural de Villalba, provincia de Lugo (España), hijo de José Otero y María Otero, difuntos, casado con Felícitas Nolasco, 27 años, hija de Matías Nolasco (3/N1/H5) y Florencia Aguiar, 27 de febrero de 1865», en Carlos Larrazábal Blanco, Familias dominicanas, t. VI, Santo Domingo: Academia Dominicana de la Historia, 1978, p. 48, abreviado en FM, más el tomo y la página).
De ese matrimonio nacieron dos hijos: Salvador y Josefa Otero Nolasco. El niño Salvador Otero Nolasco, ya adulto, graduado de abogado, será el paterfamilias del núcleo familiar sobre el que gira la novela al casarse con Francisca Silveria Damirón Guerrero (n. 1867), hija del general Leopoldo Damirón Burgos y de Francisca Guerrero (Larrazábal Blanco, t. III, pp. 8-9).
Así quedó fundado el árbol genealógico de los Otero Nolasco-Damirón Guerrero, cuyos vástagos serán cuatro hembras y un varón y cuyo itinerario vital está trazado por la novela Las consentidoras, de Matos Rodríguez (abreviada de ahora en adelante LC, seguido del número de la página), miembro el autor de pleno derecho de ese árbol genealógico por las zigzagueantes y escabrosas razones que se verán más adelante.
Los hijos de Salvador Otero Nolasco y Silveria Damirón fueron: Genoveva, Isabel, Flérida, Mercedes, Julieta y Salvador, hijo.
La novela de Matos Rodríguez se encargará de trazar entre la ficción y la biografía testimonial, el itinerario de estos cinco hijos y los nietos del matrimonio Otero Nolasco-Damirón Guerrero a través de la memoria vicaria de las tías, la madre y la red de mujeres que construyeron aquel matriarcado ampliado.
Por de pronto, están las consentidoras que tuvieron descendencia: Julieta Otero (3/XII-1897), la famosa soprano coloratura, que deslumbró, admirada más por el canto que por la belleza, al capitán de la primera ocupación militar estadounidense Joseph Hamilton Miller, con quien se casó en 1917 y se fueron a vivir a los Estados Unidos, a la ciudad de Savannah, Georgia, pero se divorciaron al poco tiempo y la bella Otero regresó a Santo Domingo con los vástagos debajo de los brazos: Clarence Alvin y Fredy.
Luego del desastroso matrimonio con el capitán Miller, la bella Otero se casó con el general Fernando Sánchez, con quien procreó a Fernando Sánchez Otero, hijo; este siguió la carrera militar con resultados distintos a los del progenitor.
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Las otras tres hermanas Otero-Damirón fueron Isabel (Belisa en la intimidad familiar), quien también se matrimonió con un soldado de la ocupación militar yanqui: Iván Fitch, con el que procreó a Charles, Iván, Jimmy y Lorenzo.
Su destino, al igual que el de Julieta, fue el divorcio. Mercedes se casó con un banquero puertorriqueño y con él, Pedro Rodríguez, se marchó a Hato Rey, cerca de San Juan en plena ocupación y allá procreó a Olga, Silveria, nombre en honor de la abuela, Junior y Eddy.
Al fallecer Mercedes Otero a temprana edad, los cuatro hijos vinieron a vivir a Santo Domingo a casa de los abuelos, la misma que ocupa hoy en la calle Las Damas la Sociedad Dominicana de Bibliófilos. Por último, Mencía procreó con Deogracias Martí Guerrero (FM, VI, 48) a Marina, José, Enriquillo y Salvador (nombrado en honor del abuelo y del tío).
Pero el tío Salvador, abogado como su padre y solterón empedernido, encargado del Departamento Legal del Impuesto sobre la Renta en la misma calle Las Damas esquina El Conde, fue atrapado por su secretaria Conchita Jiminián (hija de los campesinos Pura Jiminián y Pancho (LC, 88), aparentemente bobalicona, pero con buen ojo para elegir marido, cuya descendencia fueron Salvador y Mercedes Otero Jiminián.
Pero hay que decir que, en esta saga familiar en clave, solamente el apellido Jiminián es real, pues lo de Pura, Pancho y Conchita es pura ficción, ya que la secretaría del solterón se llamaba María Jiminián.
El resto es humo, invento ficticio del narrador-personaje allí donde el autor no pudo imponer la realidad a causa de un desconocimiento y ese será el mecanismo de funcionamiento de la novela familiar y testimonial.
Flérida, la menor de las hermanas, cayó víctima de los encantos del seductor Ángel Abelardo Rodríguez Batista con quien procreó a Olga (LC, 133) y casada Flérida en volandas por la voluntad férrea del paterfamilias Salvador Otero Nolasco.
Conani deposita ofrenda floral en el Altar de la Patria
Ángel Abelardo, fotógrafo al igual que el padre, fue hijo adulterino, pero reconocido, del gran fotógrafo y pintor Abelardo Rodríguez Urdaneta y la bella Altagracia -Tatá- Batista Amiama, cuyo retrato, pintado por el seductor, figura en (LC, 189).
Ángelo Abelardo emigró joven a Puerto Rico, donde gozó de fama y nombradía en la profesión de fotógrafo y con él fueron a dar a San Juan su madre y su hija Olga Rodríguez Otero, futura madre del autor de Las Consentidoras, la cual se matrimonió con el ingeniero Tulio A. Matos, sismólogo.
Si la novela de Matos Rodríguez no desenreda estas historias familiares, las mismas hubiesen quedado como secretos de familia en la sicogenealogía del árbol de los Otero-Damirón-Rodríguez-Batista.
Síntesis
Las consentidoras, y no creo equivocarme, se empalma con la tradición de las novelas de la sociología de la familia (Engracia y Antoñita, Solo cenizas hallarás, etc.) en las que se narra, entre ficción y realidad, la escabrosa historia de la sexualidad dominicana en la que domina:
Desde el punto de vista del poder y las leyes, el patriarcado y el machismo, pero que la obra de ficción muestra, como discurso de deseo, que el dominio real lo ejercen las mujeres, desde el aprendizaje del gobierno de las casas de muñecas por las niñas hasta su preparación para ejercer ese dominio en el hogar de verdad una vez matrimoniadas y en cuyas novelas el papel real del hombre como jefe de familia es el de un espectador de lo que deciden las mujeres.
Y en cuanto a novelas extranjeras, nada más parecido a Sido, de Colette, que Las consentidoras. Por tal razón, en la novela de Tulio A. Matos las cuatro hermanas, la madre, la tía, las hijas de las consentidoras y hasta el itinerario de las víctimas de los seductores (Tatá Batista y Mencía) ocupan el 90 por ciento de la masa narrativa.
Mientras que el espacio dejado al paterfamilias Salvador Otero Nolasco, su hijo del mismo nombre y los maridos de las hermanas es muy reducido, al igual que la mención del tío lejano, José Claudio Otero Nolasco (FM, VI, 48), no José Eladio, como figura en la novela, quien era cura y fue a buscar el saber filosófico a la Sorbona.
Pero murió en París, en 1912, no de la gripe española como se inventó el narrador personaje, sino de otra enfermedad guardada como secreto de familia, pues la gripe española comenzó su mortandad entre 1918 y 1921. (Continuará).