Por Gustavo Morel
“Procedente del fondo de la noche, vengo a hablar de un país”. Una sociedad que tuvo su génesis en el siglo XVI a través de una mezcolanza de colores, culturas, mestizaje, violaciones, dolores y amores. Allí nació el criollo. Aquel que perdió el brillo peninsular porque nació en ultramar. Aquellos, fruto del cruce entre europeos, amerindios y africanos, llamados dominicanos desde 1621.
Entre contrabando, piratería y despoblaciones dos imperios coloniales se apoderaron de Bohío. Entre batallas, acuerdos de paz y tratados fronterizos se definieron dos sociedades culturalmente distintas con disímiles derroteros. En la parte occidental nació Saint-Domingue y de esta, la República de Haití. En la oriental, se consolidó Santo Domingo Español.
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Esa “consolidación” quedó de manifiesto en 1808 tras el movimiento de Reconquista y la posterior Junta de Bondillo para decidir el futuro político de los “pueblos de la parte este de la isla de Santo Domingo”. Los liberales Ciriaco Ramírez y Cristóbal Huber, líderes de la batalla de Mal Paso y Sabanamula, reflejaban un atisbo de nacionalismo al arengar a sus conciudadanos “a luchar por la patria, pueblo dominicano” (Clío 180). Pero, los terratenientes y hateros se salieron con la suya.
Esa decisión, entendible desde la óptica actual como entreguismo o abandono de principios, llevó al pueblo a un período de miseria como no se había visto antes. Allí tuvo su inicio el período de la España Boba (1809-1821). Bobos, porque mientras los demás pueblos de América buscaban independizarse, y estando la “Madre Patria” ocupada por José Bonaparte, y Fernando VII bajo prisión en Francia, los dominicanos, olvidando que en Basilea nos trocaron como mercancía, volvíamos como lacayos a pedir aceptación.
El período de la España Boba duró doce años. Doce miserables, pero memorables años. Pues muchos de los padres de la Patria nacieron en él. Movimientos de resistencia importantes se llevaron a cabo como la Rebelión de los Italianos y la de Mendoza y Mojarra siendo todos enfrentados y castigados con dureza.
Pero como reza la vieja frase, ningún mar en calma hizo experto a un marinero, fue necesario una buena dosis de vicisitudes, miserias, estrecheces e infortunios para despertar el espíritu nacionalista y que alguien se decidiera, tal cual lo estaban haciendo los líderes criollos en virreinatos y colonias de América como Washington, Toussaint, Bolívar, de San Martín, de Miranda, O’Higgins o Sucre.
El día 1 de diciembre de 1821, en la Plaza del Homenaje de la ciudad virreinal de Santo Domingo, el político y académico dominicano, José Núñez de Cáceres, cambió el estandarte español por el de la Gran Colombia y proclamó la Declaración de Independencia Dominicana. Había nacido el Estado Independiente de Haití Español el cual solo duró 71 días, razón por la cual fue llamada Independencia Efímera, pues el 9 de febrero de 1822 se produjo la ocupación haitiana, misma que se extendió hasta 1844.
La ocupación haitiana fue marcada desde el principio por serias tenciones políticas, sociales, económicas y culturales debido a las diferencias étnicas de ambos pueblos. Tanto es así que se consideró un yugo para los dominicanos. Desde tener que pagar deudas que Haití contrajo por concepto de su independencia, hasta querer restringir su cultura hispánica.
“Entre los dominicanos y los haitianos no es posible una fusión. ¡No, mil veces! ¡No más dominación!” Esta es una frase célebre del patricio Juan Pablo Duarte, fundador de la Sociedad Secreta La Trinitaria y padre de La Independencia Nacional de la República Dominicana llevada a cabo en la Puerta de la Misericordia el 27 de febrero de 1844.
Esta fecha de declaración de independencia es tenida por los dominicanos como única y original y las razones están bien argumentadas. Primero, porque la de 1821 no contó con el concurso del pueblo y, además, estaba sujeta a la voluntad de Simón Bolívar sobre aceptar o no la integración de la naciente nación al proyecto suramericano de la Gran Colombia.
Para 1861, diecisiete años después de aquel memorable febrero, la República Dominicana fue anexada a España por el presidente Santana, quien esgrimió como argumentos que el país estaba económica y políticamente inestable, a la vez que buscaba protección de la antigua metrópolis colonial debido a la afinidad cultural de los dominicanos con la tierra de Cervantes.
Otra vez el pueblo dominicano perdió su soberanía. Pues lo acordado entre Santana y el gobierno instaurado por España en la persona de José Rivero como gobernador, no fue respetado, pues la población mulata y negra dominicana fue discriminada, se desplazaron los funcionarios y militares leales a Santana, además, el “Marques de las Carreras” pasó a depender del Capitán General de Cuba ya que sus funciones y decisiones estaban supervisadas por sus superiores en la jerarquía burocrática española, a pesar de haber sido nombrado Capitán General de la provincia de Santo Domingo. Por si fuera poco, el nuevo arzobispo no vio con buenos ojos algunas prácticas que llevaba a cabo el clero dominicano, especialmente asuntos económicos y masónicos.
Naturalmente, el pueblo dominicano no iba a tolerar esa situación eternamente. En la región del Cibao comenzó un movimiento que llevaba por finalidad restaurar la independencia y soberanía de R.D. El 16 de agosto de 1863, en el Cerro de Capotillo en la provincia de Dajabón, un grupo de patriotas, con el “Grito de Capotillo”, enarbolaron la bandera dominicana dando inicio a la Guerra de Restauración la cual dos años más tarde provocó que la reina Isabel II derogara mediante decreto la anexión del territorio dominicano el 3 de marzo de 1865.
Para 1916, los dominicanos perdieron nueva vez la autodeterminación debido a problemas políticos y deudas fruto del incumplimiento de acuerdos con Washington, precisamente cuando las políticas expansionistas de la Doctrina Monroe se encontraban en alerta como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. El 12 de julio de 1924, el pueblo dominicano recobró su soberanía en la persona de Horacio Vásquez.
En 1965, una segunda intervención Yankee malogró de nuevo nuestra soberanía. “Es Guerra Fría, no queremos otra Cuba, protegemos nuestros intereses”, dijeron. Cerca de año y medio después dejaron suelo dominicano, pero proporcionando la logística para que “alguien de su confianza” ocupara la presidencia.
Desde 1966 la R.D. no ha sido intervenida directamente, pero algunas aves de aguda vista vigilan desde lo alto.
En fin, el pueblo dominicano ha tenido que librar grandes batallas y hemos salido victoriosos. Sin embargo, quedan cadenas que debemos romper: corrupción, baja calidad educativa, debilidad institucional e informalidad laboral. Pero, aunque suene a utopía, a espejismo, a milagro, como dice Angelita, los dominicanos jamás perderemos la fe. “Dadme tiempo, coraje para hacer la canción”. ¡Dios les guarde!