Las memorias de Brunilda Amaral Un libro crítico y autocrítico. Para sonrojo y escarnio de lo que Juan Isidro Jimenes Grullón bautizó como “la falsa izquierda” en los lejanos años de 1970

Las memorias de Brunilda Amaral Un libro crítico  y autocrítico. Para sonrojo y escarnio de lo que Juan Isidro Jimenes Grullón bautizó como “la falsa izquierda” en los lejanos años de 1970

Si existe un lazo común entre las mujeres que han escrito acerca de su participación en la Revolución de Abril de 1965, es su queja de un dolor que ningún poder político está dispuesto, en razón de su especificad, a reconocer a las sujetos femeninos: la relación entre revolución, rebelión, insurrección y amor, o sea, el rol que toda organización basada en el patriarcado y el machismo le asigna en la sociedad a las mujeres.
A las obras de Margarita Cordero, Teresa Espaillat, Delta Soto y, ahora, Brunilda Amaral con su libro «Ni mártir ni heroína; una mujer decidida. Memorias (Santo Domingo: Archivo General de la Nación, 2016) las caracteriza una misma mirada: la relación entre el amor y lo político. Ese significante será borrado del mundo de los revolucionarios de abril al confinar a las mujeres al mismo rol que San Pablo les asigna en el cristianismo. La primera en rebelarse en contra de esa asignación de tareas consideradas propias de la mujer, y específicamente de las combatientes de abril, fue Margarita Cordero en “Mujeres de abril”.
Y al ser ese lazo común lo que une a esas obras, la revuelta de estas mujeres que han podido empuñar la pluma, lo han hecho para desmitificar lo que desde la revolución bolchevique no ha sido más que una tragedia en la que las mujeres han salido perdiendo, porque han sido instrumentalizadas. Y esa instrumentalización está en Marx, Lenin, Trotski y todos los que han ejercido el poder en nombre del socialismo o el comunismo, cuya careta ideológica vende la ilusión de una igualdad entre todos los seres humanos.
Y los libros de estas mujeres desmienten ese discurso propagandístico. No solamente a estas combatientes, sino a todas las que participaron en la Revolución de Abril les correspondió la asignación de esas tareas: la cocina, la enfermería, lavar la ropa, etc. Pero incluso cuando se les asignaron tareas revolucionarias como el trasiego de armas en el frente controlado por el bando de Imbert-Wessin y los norteamericanos, late en el inconsciente la idea de exposición a un peligro de muerte, la vida de una mujer tiene menos valor que la de un combatiente revolucionario.
Hay en el libro de Brunilda Amaral la documentación de que las tareas peligrosas se las encomendaban a las mujeres de la clase pobre o de clase media baja, mientras que las mujeres pertenecientes a la clase media alta o que eran familia de las cúpulas dirigentes de los partidos políticos que participaron en la contienda fueron libradas de estos tipos de tareas. Y el ejemplo que expone Brunilda Amaral en el caso de la difunta Emma Tavárez Justo es patético.
Pero existe incluso en el testimonio de Brunilda una justificación del título de su obra y el rechazo a considerarse una mártir o una heroína en contraste, dice ella, de los combatientes que luego de finalizada la guerra le han pasado factura a la república y se ha dado el caso de que la mayoría ni siquiera estuvo en las trincheras. Y esos son los falsos héroes con los que Brunilda no se identifica. Ella les conoce a todos y ha visto, gobierno tras gobierno, el desfile de aquellos antiguos camaradas sumarse a los fastos del poder, sobre todo después de la crisis moral del socialismo soviético con la caída del muro de Berlín y la pérdida de las ilusiones del racionalismo positivista de la marcha victoriosa de la humanidad hace un paraíso comunista sin lucha de clases.
Y en ese contexto, Brunilda revela y desmantela muchas creencias forjadas por el patriarcado «revolucionario». Entre estas creencias: el mito de la gloria participación de la mujer en la Guerra de Abril. La autora afirma que “las mujeres no sintieron la guerra como propia” (p. 51); el significado de la creación de la Academia Militar y el rol de la autora en ese centro de “entrenamiento” fantasma (p. 51); la diferencia de clases dentro de la revolución (y remito al caso patético de Emma Tavárez Justo (p. 53); el nacimiento de la “mala conciencia” de Brunilda después de la resaca del viento frío, la cual le sirvió para adquirir una nueva conciencia (p. 153) que le permitió distanciarse de los mitos y leyendas creados por los héroes del momento.
En estas Memorias, la autora también ejerce de jueza justa cuando critica la manipulación de la Línea Roja (p. 93), al 14 de Junio dividido en pedazos (pp. 102-105), los casos lamentables de Jean Latour y José Rafael Sosa y la entereza de la narradora que rechaza con lucidez las concepciones pequeño burguesas del amor o los fantasmas disfrazados de la homosexualidad masculina (pp. 108-109), el análisis que acomete desde su nueva concepción del amor al clasificar los diferentes tipos de infidelidades: el fiel pasivo, el fiel apático y el fiel valorativo (pp. 113-115 y, finalmente, la crítica acerba a la izquierda falsa y al sistema político corrupto (pp. 143-144).
Y casi al final de su texto, Brunilda ratifica su afirmación inicial: que incluso fueron tan excluidas y relegadas a las tareas que el machismo les tiene asignadas a las mujeres, que hasta de lo militar fueron excluidas (p. 185).
La prueba de este aserto es concluyente: «… no existió entre las “Mujeres de Abril”, ninguna con el rango de ‘comandante’, sino como instructoras, salvo las que comandaban las labores domésticas, las que estaban al cuidado de los heridos, a las que se les permitía participar en reuniones del ‘Buró Militar’ del 1J4 y las que hacían todo tipo de recados. Esas eran, y son, las que más presencia han tenido, en la opinión pública, en los medios de comunicación.» (P. 185).
La humildad es virtud rara. Brunilda le ha pagado tributo. Al final de sus Memorias confiesa lo que otros han propalado a borbotones y han medrado con el comercio del falso heroísmo: «No es mi intención presentarme ante ustedes {es decir, los lectores} como un ser que tiene la pretensión de convertirse en ejemplo. Tampoco me anima el deseo de presentarme como una víctima, una sufrida, una mártir. Por el contrario, mi deseo al escribir (¿cuánto trabajo me costó decidirme a hacerlo!) obedece a mi creencia de que la vida carece de sentido si al poseer algo no se puede compartir. (P. 196).
Un libro crítico y autocrítico. Para sonrojo y escarnio de lo que Juan Isidro Jimenes Grullón bautizó como “la falsa izquierda” en los lejanos años de 1970, convertida hoy en “la verdadera derecha” clientelista y patrimonialista, acumuladora originaria desde el Estado, y celosa guardiana de la corrupción y la impunidad.
Y constata, amargamente lo siguiente: «… si cuento las personas que me he encontrado a lo largo de estos 37 años que me han manifestado ‘yo estuve ahí’, hubiésemos ganado la guerra… ¿y por mucho!» (P. 184).

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