§ 1. Si no yerro, los historiadores dominicanos no han hecho un estudio de historia crítica a fondo del decreto del presidente Santana del 18 de enero de 1845 que creó las Comisiones Militares, salvo los escasos artículos de Francisco Elpidio Beras y Carlos Nouel, que cita Emilio Rodríguez Demorizi en su libro La Constitución de San Cristóbal. 1844.1854 (Santo Domingo: Del Caribe, 1980). Al contrario, nuestros intelectuales se han centrado más en el análisis del artículo 210 que fue intercalado en nuestra primera Constitución según el cual, mientras durara la guerra en contra de Haití, Santana podía gobernar el país dictatorialmente. Hay que recordar que Santana en persona fue con sus tropas a San Cristóbal a exigir de los constituyentes la inclusión de dicho artículo como condición para él aprobar y promulgar dicha Carta Magna. Este es el verdadero origen del totalitarismo padecido por la República desde su fundación hasta el Gobierno de los doce años de Balaguer, ayudados esos regímenes de fuerza por la falta de conciencia política y de conciencia nacional del pueblo dominicano y a una infraestructura con agricultura de subsistencia y el todo dio origen al clientelismo y el patrimonialismo que nos gastamos al día de hoy y que reprodujo en cada rincón un cacique o un caudillo con su pequeño ejército, verdadera plaga que consumió los recursos del presupuesto público y generó, en la lucha por apoderarse del único lugar de acumulación de riquezas, el Estado, las dictaduras cortas, medianas y largas en su duración en el tiempo.
§ 2. Es cierto que la creación de las Comisiones Militares es una consecuencia del artículo 210, pero pienso que tales Comisiones, implantadas en la Capital y las principales provincias del país, fueron la verdadera Constitución de Santana y tanto esta como el susodicho artículo no fueron a partir de ese decreto del 18 de enero de 1845 más que un simple pedazo de papel, como llamó Lasalle a las cartas magnas, hechas para ser violadas desde el día mismo de su promulgación. Los considerandos del decreto de Santana son una ampliación y racionalización del sentido del artículo 210, la excusa perfecta para gobernar como un dictador sin responsabilidad alguna de sus actos. Las Comisiones Militares fueron la verdadera excusa para la instalación de una dictadura militar que no tenía justificación, pues en 1845 ya Haití había sido derrotado en todos los frentes de guerra en la frontera y lo sería mucho más desde la victoria de la Estrelleta y Santomé hasta la derrota total y retiro de la amenaza de invasión de nuestro país por parte del reyezuelo tribal Faustino Soulouque.
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§ 3. Y digo que ya Haití no era amenaza grave para nuestro país porque a partir de las batallas del 19 de Marzo en Azua (único hecho de armas en el que participó Santana) y la del 30 de Marzo en Santiago, el miedo a una ocupación de nuestro país por Haití fue cultivado con creces para que la sociedad dominicana sintiera la necesidad de unos salvadores como Santana y Báez y esta práctica del miedo a los haitianos subsiste en nuestro país, como lo dijo Emilio A. Morel, cada vez que hay elecciones presidenciales o cada vez que se produce una crisis por la ambición de los caciques y caudillos por apoderarse de los empleos del Gobierno. Las derrotas de Charles Herard, Pierrot y todos los que intentaron venir desde Haití a conquistar la perdida parte rebelde del Este no encontró una explicación histórica y crítica de parte de nuestros historiadores liberales y conservadores, quienes creyeron siempre que la Providencia o la Virgen de la Altagracia guiaron la victoria de los ejércitos dominicanos. Esta fue, y sigue siendo, la concepción teológica de la historia estudiada por el belga Chaïm Perelman en su ensayo “Sens et categories en histoire” (Bruxelles: Institut de Sociologie, 2ª ed. 1965). Con esta concepción, nuestros historiadores nunca saldrán a camino al encarar el discurso histórico dominicano. Fue el difunto historiador Franklin Franco Pichardo quien estableció las razones y las causas socio-políticas de las victorias fronterizas dominicanas sobre los haitianos al examinar la batalla del 30 de Marzo y «las condiciones políticas y sociales que existían en el marco de la realidad haitiana y dominicana en marzo de 1844,» (Sobre racismo y antihaitianismo [y otros ensayos]. Santo Domingo: Vidal, 1997, 57-64, aquí, 57). Muchos mitos y exageraciones se han inventado los historiadores dominicanos sobre la batalla del 30 de Marzo, la cual nunca, hasta los textos de Ramiro Matos y Radhamés Hungría Morel, fue analizada desde la perspectiva de la historia militar. Es desde esta perspectiva y menos desde el historicismo positivista, que Franco Pichardo establece, al sumarle el análisis socio-político, la desastrosa situación de crisis económica que abatió a Haití desde Boyer hasta Soulouque, razón por la cual los rasgos distintivos de Haití fueron la desintegración del sistema productivo, crisis financiera por la deuda que le impuso Francia y una indisciplina generalizada en el Ejército, lo que explica que cada invasión planeada por los presidentes y los generales haitianos contra nuestro país se viera afectada por las deserciones de los soldados haitianos inconformes con la situación de pobreza, atraso en el pago de los sueldos y las luchas internas entre los propios generales haitianos conductores de la guerra.
§ 4. Según Franco Pichardo, «las causas que originaron las aplastantes derrotas, primero, de Herard en el Sur, y luego de Pierrot, en Santiago, solo pueden ser encontradas en las condiciones internas que se desarrollaban en la sociedad haitiana, de la misma manera que las razones de la victoria afloran en la monolítica unidad alcanzada por nuestro pueblo en torno a sus anhelos de separación y consolidación de su independencia nacional. En marzo de 1844, Haití se encontraba atravesando una tremenda crisis económica, social y política, «cuyas primeras manifestaciones explosivas ocurrieron meses antes, con el estallido del Movimiento de la Reforma (1843) que derribó a Boyer, continuó con nuestra separación, pasó por la confrontación militar entre bandos opuestos y no se detuvo siquiera con la instauración del sainete imperial de Faustino Soulouque, en 1849.» (P. 60) Y como colofón, el historiador acierta a describir la crisis socio-política que azotaba a Haití: «En 1844, retomo el año, Haití era un país sacudido por una profunda lucha de clases, agobiado, dividido y en su ejército se reflejaba como en un espejo todo aquello (…) Es decir, esta convulsiva situación tuvo su viva manifestación en las tropas que nos invadieron, primero con las deserciones a montones en las filas de Herard, en el Sur, «a causa del desaliento general de sus soldados y oficiales, y segundo, en las ambiciones que, como expresión definida de esa lucha social, se desató entre su más alta oficialidad.» (Ibíd.) Otro factor que vino a agravar la profundidad de la crisis fue, según Franco Pichardo, la decisión de las masas campesinas de Haití que decidieron incursionar en la historia y organizaron el “Ejército Doliente y de las Reclamaciones Populares” que organizó la “revolución de los Piquets”, «cuyo objeto central era la distribución de las tierras, en manos de la alta oficialidad del ejército y la burocracia civil, que desde la muerte de Dessalines administraban para su beneficio a esa Nación.» (P. 61). Todos los intentos de los gobernantes haitianos de reconquistar la parte Este de la isla se vieron afectados por esta lucha de clases entre la base y la altura de la pirámide social hasta el día en que Souloque desistió de su empeño de invadir nuestro país, pero la ideología que motivó a esos generales a conquistar la parte Este quedó grabada en los libros de historia de Haití y en la oralidad de aquel país según la cual Santo Domingo le pertenece a Haití, porque no fue más que un Departamento sublevado (el del Ozama).
§ 5. Como veremos luego en su articulado y en el resultado de los militares y civiles asesinados y las familias trinitarias destruidas y sometidos unos y otras a juicio, no por ser prohaitianos, sino por conspirar contra la dictadura de Santana o Báez, las Comisiones Militares fueron el argumento perfecto para ambos dictadores perpetuarse en el poder.