Es posible lograr un consenso en los juicios que hacemos sobre el arte?
En un mundo dominado por una tradición relativista, la respuesta parece ser negativa o por lo menos muy problemática.
El arte constituido como Estética en el siglo XVIII y que aspiraba a tener una ciencia de los valores estéticos, es decir, de nuestras afirmaciones sobre los objetos que crean una comunicación sensible, no puede ser definido, analizado, o enjuiciado de tal forma que todos los que participan de su conocimiento tengan las mismas ideas o certezas.
Las teorías del arte son contingentes, es decir que las ideas de los artistas y críticos de arte van cambiando con el tiempo y con el desarrollo de la técnica, con los diversos acontecimientos sociales, y con la diversidad de formas para pensar el arte. A lo que podemos agregar el papel de las nuevas instituciones artísticas, como los museos y las fundaciones de promotores y coleccionistas que aportan cierto valor a la obra artística.
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Pero no podemos aplicar las mismas nociones de desarrollo que provienen de otras disciplinas. Sin embargo, el concepto de arte parece ser más permanente. Las meninas, de Velázquez y La Venus de Milo son las mismas para el observador del siglo XVIII y para el del siglo XXI.
Propuestas distintas han existido siempre. Tal vez la modernidad del arte está más impregnada de otras ideas, por ejemplo, de lo moderno como moda, como actualización constante de los elementos culturales. Mientras eso pasa, es decir, que cambia la técnica, lo que queda sigue siendo el arte como objeto sensible.
La primera pregunta de estos artículos, de qué hace que un objeto sea una obra de arte, sigue siendo pertinente. Ahora bien, la siguiente es cómo podemos pensar el arte en la postmodernidad. Y si podemos hacer tabula rasa de todas las ideas anteriores sobre el arte.
Pero, como señalaba Pedro Mir, no podemos trastocar el lugar de la pregunta. La filosofía del arte está constituida, tiene su valor, y podemos decir que en poca cosa ha cambiado. El relativismo posmoderno quiere llevarnos a afirmar que todo es arte y, por lo tanto, no existe la verdad artística. Por lo que nadie tiene legitimidad para establecer juicios firmes sobre las obras de arte. Si bien la modernidad filosófica basada en la razón tiende a tener un juicio más permanente sobre el arte; la modernidad artística tiende a buscar el arte no en lo que el arte es o representa, sino en lo que el artista dice del arte. Desde los impresionistas, el arte parece más interesado en la técnica que en la representación.
No olvido aquí que me encuentro frente a las botas de Van Gogh, y los juicios que sobre el arte y la técnica emite Heidegger al analizar la poesía de Hölderlin (Martin Heidegger, El origen de la obra de arte, 1996). Y también en la idea del arte en los tiempos de la reproducción mecánica (Benjamín, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, 1989). El arte es un ser en sí y un ser para nosotros. Hacer depender los juicios sobre el arte solo de la técnica, no deja de ser importante en la medida en que la técnica nos ayuda a describir el arte, nos dice cómo el arte es realizado. Aunque sigue siendo una descripción muy buena para iniciar un conocimiento del arte, no determina la valoración del arte ni responde del todo a la primera pregunta de por qué un objeto es una obra de arte. La primacía de la técnica en los juicios sobre el arte es muy propia del estructuralismo que en su origen ruso se llamó formalismo. Tenía un propósito, crear una ciencia. Participaba de la gran querella entre objetivistas y subjetivistas.
El problema epistémico no se resuelve. No es posible conocer el arte sólo desde la técnica. Y, en otras palabras, los juicios de los artistas que crean las técnicas y las reconocen mejor que el filósofo no pueden estar por encima de los juicios de estos. Porque el conocimiento de los artistas en general sobre el arte son conocimientos de la particularidad, de la teoría, de cómo el arte está hecho o debe ser. Veamos que el papel del creador de arte es fundar lo nuevo, la fundación del ser y la verdad del arte. Pero el filósofo intenta realizar juicios valorativos generales. De ahí que la estética no es transformada tan fácilmente por los eventos artísticos. Es decir, el arte griego, la teoría del arte griego se mantiene en el arte romano, lo que cambia es la técnica.
Cambiar la forma de representación, la mímesis o la técnica como medio para realizar el arte, no cambia necesariamente la filosofía del arte, sino la teoría, terreno de los artistas que no siempre la plantean en un discurso, sino en la obra misma. Es, generalmente, el crítico de arte quien hace aflorar esa teoría. Pienso en Apollinaire frente a la primera exposición cubista. En su filosofía del arte, Hegel cambia sustancialmente la libertad del artista en cuanto a la representación, restringida por Platón en República y presentada como mímesis por Ricœur en Temps et récit, 1983.
El problema de la posmodernidad, más allá del individualismo del artista, es destruir el concepto moderno de arte. Sustituirlo por la idea de que todo es arte. Pensar que no existe ninguna jerarquía de ideas, por lo tanto, todas son aceptables, así como todo es arte. Este relativismo en los juicios estéticos le quita toda autoridad a la filosofía, a los artistas creadores del ser del arte y su verdad y, finalmente, a los críticos que lo valoran. Pero esta es una estrategia mayor que implica una deshonestidad teórica y un gran engaño.
Si tomamos a Lyotard (La condición posmoderna, 1989), podríamos estar de acuerdo en que lo que es arte o los juicios que hacemos sobre el arte tienen valor, o logran su mayor consenso, en las opiniones del conjunto de filósofos, críticos, artistas, teóricos y sociólogos del arte. Es decir, el saber está en los expertos y los juicios consensuados nos dan la verdad de sus enunciados. Aparece aquí la noción de consenso. Elemento que habría que discutir a partir de una crítica radical a Habermas y su teoría comunicacional.
En la práctica no todo es arte, como parece decir Danto (2018), el arte de nuestros días no tiene valor en sí. Por lo menos para aquellos que deciden qué es arte. Y no son los artistas, sino las grandes corporaciones, los museos, los comerciantes y, finalmente, los coleccionistas de arte quienes establecen el ’verdadero’ valor del arte. El arte de la posmodernidad, el arte plural de Danto es el arte de nuestro tiempo. Y el valor de toda mercancía es un valor del mercado, que no sigue la lógica del filósofo, el teórico, el crítico y el sociólogo del arte.