Son analfabetos funcionales, pero no se atreven a aceptarlo ni mucho menos confesarlo o dejar que se les note.
Están “enterados” de todos los chismes del barrio, pero más aún y más modernamente, de los asuntos locales y nacionales, y sobre todo de las fallas y los defectos de políticos y gobernantes.
Su drama es múltiple, por el desempleo, por su falta de formación técnico-profesional, pocos recursos y posibilidades para iniciar negocios propios. La tasa de desempleo real es su mayor barrera; pero también el hecho de que a lo sumo califican para oficios domésticos, tareas manuales en el sector informal, transporte de pasajeros, movilización de cargas y paquetes, y similares.
La política es a menudo “la esperanza” de muchos de estos ciudadanos, pero eso acaso sucede con partidos emergentes si es que llegan al poder, y rara vez con Gobiernos que ya tienen varios años en ejercicio.
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Suelen estar descontentos con el Gobierno de turno, pero les temen al regreso de políticos y gobernantes que llegaron a exhibir demasiadas malas costumbres con los dineros públicos.
Lo peor es su drama diario, de un ambiente malamente distinto al que fuera su campo natal, al Nueva York soñado y al que les prometen los políticos cada cuatro años.
Los agobia la delincuencia y los delincuentes, el dominio de narcos establecidos a los que la policía tiene ubicados y hasta protegidos durante décadas. Los colmadones y el tigueraje a menudo no los deja dormir, ni siquiera cuando tienen enfermos en la casa, pues lo que ocurre es que el barrio demasiado a menudo se vuelve una “retreta de estruendos” y de músicas infernales, que los mayores y los más rurales nunca podrán asimilarla.
Pero jamás se atreven a llamar a la Policía, ni a nadie; ni siquiera quejarse con otros vecinos, igualmente afectados.
Conozco activistas barriales hasta con cierto liderazgo y buenas relaciones en el partido o en el Gobierno, que se declaran absolutamente incompetentes; y a presidentes de asociaciones de vecinos que no se atreven a llamar a la policía cuando hay estos excesos de ruidos o trifulcas, por temor a que los propios policías, según dicen, revelen a los mafiosos la identidad de quienes los llaman.
Muchos de estos barrios sufren el total desamparo de las autoridades policiales, incapaces de poner orden a tanta componenda y soborno del lavado, el narco y el tigueraje; ni a los colmadones que suenan bocinas a los decibeles que les venga en ganas…hasta avanzadas las madrugadas.
Aseguran que los agentes, cuando vienen o pasan, suelen colectar ofrendas, especies de impuestos o coimas.
Es una terrible realidad que la esperada Reforma Policial “se tomará su tiempo” para llegar…, y que las autoridades actuales, aun cuando se esfuerzan en ocasiones, no tienen capacidad para controlar el tigueraje generalizado, ruidoso, violento y engreído que controla esos barrios pobres; y no suelen pasar de algunos “operativos, donde ejecutan algún delincuente, incluso individuos que nada tenían que ver.
A muchos de estos barrios les queda el nombre de “Villa Desamparo”.