(Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)
El verdadero peligro para América Latina no eran las potencias europeas, sino el naciente imperialismo norteamericano en su primera etapa del maquinismo industrial que le permitió una enorme acumulación de riquezas y con su entrada en la guerra de 1914-18 los Estados Unidos iniciaron su control de Europa. Y, en la segunda etapa, su involucramiento en la Segunda Guerra Mundial les permitió a la Unión Norteamericana el control planetario hasta hoy, pero ese control se lo disputan, en la actualidad, las potencias nucleares de China, Rusia, Francia y la Unión Europea, India, Irán, Pakistán y Corea del Norte, que les planta cara con el único objetivo de que se la reconozca como miembro del exclusivo club de las potencias nucleares (aunque su gente muera de hambre).
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Ya en esta última fase de declinación del imperialismo yanqui, ¿podrán iniciar los Estados Unidos su tercer “debut” imperialista a escala planetaria y espacial con la patentización de los grandes inventos de la informática, la cibernética, la telemática y la robótica? El enorme endeudamiento externo norteamericano (sobre todo con China), la anunciada reanudación del programa espacial por parte de Donald Trump con la meta de colonizar la luna y Marte, y la vuelta de las grandes empresas norteamericanas diseminadas por el mundo entero, ávidas de ganancias extremas en la vasta zona franca internacional, así como la vuelta al proteccionismo con la coacción del poder estatal de penalizar a tales empresas que no regresen a los Estados Unidos, después de haber embarcado al planeta en la aventura del neoliberalismo y su libertad de mercado, ¿le permitirán al país del Norte lanzar este tercer “debut”?
Hasta con el Congreso Científico Panamericano celebrado en la capital del imperio en diciembre de 1919 vio el puertoplateño Juan Vicente Flores muy claro que esta nueva instancia de poder dominada por los Estados Unidos se convertiría, con el andar del tiempo y el buen cálculo, “en el Ministerio de Colonias Latinoamericanas” del Gobierno de los Estados Unidos, primero denominado Unión Panamericana y luego llamado OEA, o sea, Organización de Estados Americanos (obra citada, pp. 53,55).
Aunque sea como simple recordatorio, el antecedente del discurso antiimperialista de Juan Vicente Flores afinca sus raíces no solo en Duarte, sino también en la práctica política y discursiva de Gregorio Luperón, quien abrevó, luego de derrotar al imperialismo español en las sabanas del Cibao y Guanuma, e hinca también en las ideas firmes de Betances, Hostos y Martí. Con Hostos el primero y Betances el segundo, afianzó ideas suyas hechas prácticas cuando encabezó en 1871 la lucha contra el intento de Buenaventura Báez, ese filibustero de la política criolla, de convertir a la República Dominicana en un Estado más de la Unión Norteamericana. Bueno es decirlo, porque Luperón y Hostos se conocen en 1875 cuando el eminente pensador llegó a Puerto Plata para instalarse allí y dirigir mejor la lucha por la independencia de Puerto Rico y Cuba.
Aunque Flores combatió a Luperón y a Ulises Heureaux, habrá que investigar si este combate se debió al apoyo de Luperón al Lilís dictador. Pero si el héroe de El Memiso se distanció de los métodos brutales de Lilís, hasta el grado de romper con él y exiliarse, habrá que determinar cuáles fueron las consideraciones últimas del puertoplateño nacido en 1868 y muerto en Barcelona en 1920 acerca del gran Luperón antiimperialista y que supo distanciarse de los métodos brutales del hijo que formó en los cuarteles del Cibao durante la Guerra Restauradora, con lo que permaneció liberal como su compatriota de nacimiento y destierro.
Si no yerro, la ingratitud de los munícipes de la Capital no ha honrado con una calle la memoria de Juan Vicente Flores, olvidado como todos aquellos patriotas que se han opuesto siempre al dominio del frente oligárquico dominicano y su valedor extranjero, el imperialismo norteamericano.
Espero que en Puerto Plata los concejales no hayan obrado de la misma manera que los ediles capitaleños.
Detonante de los demás documentos contenidos en esta obra y primer documento del libro de Alejandro Paulino Ramos titulado “La verdad de los hechos” fue la carta que la Comisión de Damas dirigió el 24 de mayo de 1916 al ministro norteamericano William W. Russell y al contralmirante de la Armada Americana, W. B. Caperton, para urgirle que si el Gobierno de su país quería la paz y la democracia en la República Dominicana debía apoyar de inmediato la elección libre de un presidente interino de la República y solo así los dominicanos que se habían levantado en armas en contra de la ocupación militar, las entregarían al gobernante elegido libremente.
Al no obtemperar a este requerimiento, Russell y Caperton cumplían el objetivo de mantener la ocupación militar hasta que los Estados Unidos controlaron totalmente el arco de las Antillas, Centroamérica y parte de Sudamérica como forma de aplicar la doctrina Monroe a los países europeos, sobre todo a Alemania, que comenzaban ya a “hegemonizar” el comercio con los países latinoamericanos. Así se garantizaron los Estados Unidos el control de la navegación a través del Canal de Panamá, para lo cual, ya se vio, declararon república independiente a esta provincia de Colombia.
La Comisión de Damas respondió a los dos petulantes funcionarios con esta frase que quedará grabada indeleblemente para siempre en los anales del patriotismo y el antiimperialismo dominicano: «Por última vez insistimos en ver si los señores Representantes de los Estados Unidos convenían en que se reuniera el Senado y eligiera un presidente interino. Empero tanto el señor ministro como el contralmirante Caperton formularon su rotunda negativa, fundada en las mismas razones que anteriormente hemos expuesto. PUES ENTONCES, DIJIMOS A UNA, TODAS LAS PRESENTES, EL PELIGRO ES INMINENTE, LA SANGRE CORRERÁ, PORQUE ESAS ARMAS QUE ESTÁN EN EL MONTE EN MANOS DE NUESTROS COMPATRIOTAS, SON, AUNQUE DÉBILES, NUESTRA ÚNICA GARANTÍA. JAMÁS LOS QUE SE HALLAN EN ARMAS COMO BUENOS PATRIOTAS DOMINICANOS, PODRÁN ENTREGAR ESAS ARMAS A NINGUNA NACIÓN EXTRANJERA. ES ESA NUESTRA CONVICCIÓN Y NUESTRO ORGULLO.» (pp. 20, mayúsculas de DC).
Estas mujeres, cuyos nombres y apellidos figuran en las páginas 18 y 20 de la obra de Paulino Ramos, atravesaron los ocho años de ocupación militar norteamericana sin mancharse y asumieron la misma postura ética y política frente a la dictadura de Trujillo. Salvo error u omisión de mi parte, no figuran en la biblia de la abyección al trujillismo que es ese tomo 20 de la bibliografía de Emilio Rodríguez Demorizi donde figuran todos los que escribieron ditirambos, hasta 1955, a favor del dictador (“La Era de Trujillo. 25 años de historia dominicana”). Ellas prefirieron la invisibilidad y el bajo perfil de maestras o amas de casa a colaborar con el régimen impuesto por el yanqui invasor, actitud radicalmente contraria a la sostenida por las socias del Club Nosotras y la Acción Femenina Dominicana. Estas prefirieron desde 1934 entregarse, de inmediato, a las sucesivas reelecciones de Trujillo a cambio de puestos subalternos. Finalmente, cuando en 1942 el dictador les concedió los derechos civiles a cambio de su lealtad absoluta, lo hizo para que pagaran impuestos según las riquezas que poseyeran, de acuerdo a la categoría que la cédula personal de identidad les asignó, y el dictador las mantuvo siempre a distancia y subordinadas a las mujeres antifeministas y machistas de la élite burocrática civil y militar del trujillismo
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(Continuará).