(Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)
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Cinco fueron los “fines fundamentales” de aquel Congreso de la Prensa cuyo nacimiento se verifica el 25 de noviembre de 1920 y que vino a desafiar la orden ejecutiva número 1 de los yanquis: la censura de prensa, madre de las demás censuras y prohibiciones. El primer objetivo del Congreso de la Prensa fue: “hacer que la prensa sea verdad y urbanidad”(Paulino Ramos, p. 127). Un enunciado general y moralista propio del siglo XIX. La verdad es relativa y depende de cuestiones culturales, políticas y de la posición de poder de cada sujeto.
El segundo objetivo dice: “acordar una norma de carácter puramente nacionalista que sirva de pauta común y unánime a las actividades editoriales de la prensa dominicana”. (Ibíd.). Esta pauta adquiere un peso político mayor en el objetivo número 3, el cual coloca la mirilla contra el usurpador: “acordar la absoluta prescripción de las secciones de información, de todo relato, versión o propaganda contrarios a los inmutables designios patrióticos que las empresas concurrentes abrazan como consigna irretractable”.(Ibíd.).
El objetivo número 4 está contenido en el número 1 y apunta a que la prensa pueda desarrollar sus actividades sin cortapisas. Pero el punto que da en el blanco es el 5: “acordar cuanta disposición estime pertinente a la rehabilitación de la República Dominicana en su antigua condición de Estado, absolutamente libre, absolutamente independiente y absolutamente soberano, sin mutilaciones territoriales”. (Ibíd.).
Este objetivo 5 parece haber sido redactado por Américo Lugo. Está contenido, en él, el grito de guerra de la evacuación pura y simple de las tropas de ocupación yanqui. ¿Cuál fue la recepción por parte del yanqui invasor de este manifiesto del sindicato de la prensa o lo que sería hoy el capítulo dominicano de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)? Primero enfrentar al sindicato, luego debilitarlo y tercero encarrillarlo por el sendero de la negociación, tal como ocurrió en la realidad, pues el cebo fue, dos años más tarde, el anuncio de la creación de un Gobierno provisional en 1922, es decir, el Plan transaccionista Hughes-Peynado que desplazó los gritos de la pura y simple, debilitándolos, y reforzando la posición de los grupos económicos afines al imperialismo, entregándoles el poder, tal como ocurrió con Juan Bautista Vicini Burgos y sus adláteres del grupo ligado al “Listín Diario”, cuyo director, Arturo Pellerano Sardá, encabeza, discretamente, la lista del resto de los síndicos del Congreso de la Prensa.
Continúan dicha lista los siguientes representantes de periódicos, revista y boletines: Emilio A. Morel, por “El Baluarte”; Raúl Carbuccia, por “El Tiempo”; A. Rafael Lamarche, por “Renacimiento”; Enrique Aguiar, por “Cosmopolita”; Oscar Delanoy, por “Quisqueya”; Manuel Gil Martínez, por “La Bomba”; José Casado R., por “La Confederación Obrera”; Abelardo R. Nanita, por el “Boletín de la Cámara” [de Comercio, DC]; Daniel C. Henríquez, por “El Diario”; L. Ney Agramonte, por “La Hora”; Enrique Apolinar Henríquez [Quiquí, DC], por el “Boletín Mercantil”; J[ohn] Molina Patiño, por “La Prensa”; Juan S. Durán, por “Pensativa”; Francisco Prats Ramírez, por “El Cibao”; José R[amón] López, por el “Boletín de Noticias”; Conrado Sánchez, por “El Pueblo”; Juan T[omás] Mejía, por “A.B.C.”; Rafael Damirón, por “El Anuncio”, Luis C. del Castillo, por “Ecos del Valle”; Rafael Matos Díaz, por el “Ideal”; Dr. Héctor de Marchena, por “La Conquista”; Dr. Arístides Fiallo Cabral, por “La Cuna de América”.
Como se observa a simple vista a través del análisis histórico-político y la genealogía de los apellidos de los propietarios de medios productores de ideologías, la mayoría de dichos medios impresos eran entelequias provincianas: salvo publicaciones de peso como “Listín Diario”, “La Cuna de América”, el “Boletín Mercantil”, “El Diario” y “La Información”. Habría que realizar una investigación o una tesis doctoral con los medios que formaron parte de este sindicato de la prensa dedicado a combatir la primera intervención militar norteamericana y establecer el destino final de estos durante la dictadura comisaria de Vicini Burgos, el Gobierno de Horacio Vásquez y después del golpe de Estado del 23 de febrero de 1930 y qué fue de aquellos patrióticos periodistas.
Por de pronto, y sin ánimo de bucear en el tipo de investigación y estudio que propongo, por experiencia, sabemos, más o menos, el destino de cada uno de estos personajes. El venezolano Horacio Blanco Fombona, director de “Letras”, en quien se escudaron los síndicos de la prensa, fue deportado por el usurpador yanqui. Volvió al país después de la evacuación, fundó la revista “Bahoruco” en 1930, la que duró hasta 1936 y, antes de que Trujillo se afianzara, se radicó en España.
Por su parte, Fabio Fiallo, representante del periódico vegano “El Progreso” fue uno de los pilares del nacionalismo de la pura y simple y fue eliminado junto al grupo de los Henríquez y Américo Lugo por el grupo transaccionista de Francisco José Peynado. Poeta romántico mimado por todos los círculos de poder del país y la Capital. Fiallo vino a dar con sus huesos como funcionario de Trujillo. Murió en La Habana en 1942.
El presbítero Eliseo Pérez Sánchez, incensario de todos los gobiernos, fue senador por Sánchez Ramírez durante la dictadura y recaudador de fondos para la construcción de la Basílica de Higüey; y, finalmente, a la caída de la dictadura, recuperado como miembro del Consejo de Estado diseñado por el Departamento de Estado norteamericano en colaboración con el reconstituido frente oligárquico dominicano, presidido primero por Joaquín Balaguer y luego por Rafael F. Bonnelly.
De Félix María Nolasco, el interventor guardó un informe desfavorable, que habría que estudiar para establecer si fue verdad o mentira que quiso colaborar con el invasor a cambio de la alcaldía de la Capital. De don Vicente Tolentino Rojas y su hermano Rafael César (uno de los cuatro Rafaeles del golpe de Estado), decir que fueron colaboradores desabridos del trujillismo. Don Vicente, jefe de Juan Bosch en la Oficina de Estadísticas, fue de los que guardó el secreto de la partida al exilio de su subalterno en 1938. Fue luego ministro de Agricultura de Trujillo y también miembro de la Academia Dominicana de la Historia. Su hermano fue ministro primero y diplomático después en Madrid durante el trujilllato y ambos participaron en la campaña contra la ocupación militar yanqui desde La Información y en la tribuna pública, pero y se sumaron al golpe de Estado del 23 de febrero de 1930 en el bando de su jefe Rafael Estrella Ureña, un perdedor nato.
Finalmente, de Antonio Hoepelman, de origen holandés curazoleño, y de los demás personajes socios del Congreso de la Prensa nos hablará en la próxima entrega el Tucídides dominicano Rufino Martínez.