Los intelectuales [dominicanos] y la intervención militar norteamericana, 1916-1924 (Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)

Los intelectuales [dominicanos] y la intervención militar norteamericana, 1916-1924 (Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)

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Los tres gobiernos fueron aprobados e instalados por la ocupación militar de los Estados Unidos y su misión fue desmantelar el surgimiento de aquellas dos leves conciencias (la política y la nacional), las que, hasta hoy, no han vuelto jamás a levantar cabeza, con lo que Américo Lugo fue profético en su carta del 20 de enero de 1916 al general Horacio Vásquez en la que le vaticinó que el pueblo dominicano zozobraría otra vez como lo hizo en 1861 con la Anexión al no poder fundar un Estado nacional verdadero a causa de su ausencia de conciencia política y de conciencia nacional.
Ese mismo espectáculo de 1916 a 1930 fue revivido con distintos actores en 1965 durante la segunda ocupación militar de los Estados Unidos a nuestro país. El símil es una caricatura de lo sucedido en 1916-24: una juventud intelectual guio al pueblo dominicano durante ocho años de resistencia al invasor yanqui para luego entregarse sin pudor, al cabo de seis años, a los caudillos personalistas y luego cerrar filas masivamente en apoyo de la dictadura de Trujillo, modelo de entrega total al imperialismo norteamericano y sus valores.
El espectáculo de 1965-66 fue, con la pequeña proporción guardada de los Comandos de la Resistencia y el insólito caso de la expedición de Francisco Alberto Caamaño en febrero de 1973, una reedición de 1916-24: una dictadura comisaria presidida por Héctor García Godoy, tutelada por los invasores norteamericanos y su Gobierno, seguido de un Gobierno similar al de Horacio Vázquez, pero esta vez personalizada por otro caudillo, Joaquín Balaguer, con quien, al igual que en 1924, cerraron filas los representantes del frente oligárquico y los de la pequeña burguesía y los intelectuales conservadores y, al final de su mandato, una parte de la izquierda y hasta una buena representación de combatientes y militares constitucionalistas.
Los sujetos sin conciencia política y sin conciencia nacional reeditaron como farsa y tragedia los sucesos de 1916-24; adoptaron los valores del sistema de vida norteamericano y muchos, por miles, terminaron en las entrañas del monstruo, según la feliz metáfora biológica de José Martí. Y después del final de la era de Balaguer, vino la era del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), y la juventud, desde 1996 hasta hoy, está dócilmente entregada al becerro de oro del neoliberalismo y la globalización, enferma de redes sociales, pues ha asumido el materialismo neoliberal (tanto tienes, tanto vales) y sus cuatro pilares ideológicos: el consumismo (vales por los objetos que ostentes ante los vecinos y la sociedad), el hedonismo (hay que gozar la vida hasta reventar, sin pensar en límites), la permisividad (todo se vale en esta vida) y el relativismo (to e to y na e na o mi verdad contra la tuya). Y nuestro país se encuentra hoy con el grueso de la juventud entregada a la cultura light y la otra parte entregada a las religiones a causa de la desorientación del sentido donde la ha hundido la crisis del capitalismo a escala mundial.
Es en este contexto donde nos encuentra el libro editado en 2017 por Alejandro Paulino Ramos por cuenta del Archivo General de la Nación, entidad encargada de salvaguardar el patrimonio histórico del pueblo dominicano y que contiene una selección de los textos y documentos fundamentales producidos por los intelectuales dominicanos que vivieron los ocho largos años de la dictadura militar norteamericana iniciada oficialmente el 29 de noviembre de 1916, pero que ya antes, los soldados yanquis habían invadido el país con el pretexto de ayudar a apuntalar el Gobierno del presidente Juan Isidro Jimenes amenazado por la rebelión de su ministro de Defensa Desiderio Arias, pero como ya ha sido establecido por historiadores nativos como Emilio Cordero Michel, Roberto Cassá, Wilfredo Lozano y otros, así como por norteamericanos como Melvin Knight y Bruce J. Calder y otros, es con las ocupaciones militares de Haití y Santo Domingo, el dominio de Puerto Rico y Cuba y el control de América Central que se inicia la verdadera etapa de la expansión del imperialismo de los Estados Unidos.
Para ese 1916, fatídico para la especificidad del Estado clientelista y patrimonialista dominicano, uno de los documentos señeros del libro editado por Paulino Ramos es el titulado “Protesta”, del intelectual puertoplateño Juan Vicente Flores, quien desde San Tomas, Antillas danesas, donde se declara exiliado y perseguido, traza para la cultura dominicana la primera tesis sobre el imperialismo norteamericano y ve claro, allí donde los transaccionistas veían oscuro, o no querían ver, porque sus intereses coincidían con los negocios de los exportadores yanquis, que el imperialismo norteamericano comenzó con la proclamación de la Doctrina Monroe en 1823.
Y continuaron acto seguidocon el despojo de Tejas y California a México en 1846; pero ya, previendo a largo plazo, compraron a Francia la Luisiana en 1803, la Florida en 1819, a Gadsden en 1853, le arrebataron Puerto Rico, Las Filipinas y Guam a España y Guantánamo e Isla de Pinos a Cuba en 1903; a Dinamarca le compraron las islas Vírgenes el 17 de enero de 1917 por 25 millones de dólares –cuando no valían ni dos, según el arzobispo Nouel (obra citada, p. 141) y tomaron posesión de ellas el 31 de marzo del mismo año, pero la paranoia americana ante el peligro alemán le decidió a esta locura–. Casi a mitad de siglo XIX siguieron con las ocupaciones militares de California y el arco de las Antillas y Centroamérica, además de la compra de Alaska a Rusia en 1867, como una forma de control de la navegación interoceánica a través del canal de Panamá, provincia de Colombia que los filibusteros norteamericanos proclamaron como república independiente, al igual que hicieron con el territorio mexicano de Tejas, que lo proclamaron república independiente para luego declararle la guerra y anexársela, y este es el origen de ese llamado Estado de Texas en inglés.
(Continuará).

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