Los intelectuales [dominicanos] y la intervención militar norteamericana, 1916-1924 (Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)

Los intelectuales [dominicanos] y la intervención militar norteamericana, 1916-1924 (Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)

¿Cuál fue la posición política de los personajes del Congreso de la Prensa durante y después de la intervención militar norteamericana?
Se vio, en mi crónica del 12 de mayo, lo que dijo el Tucídides dominicano acerca de Rafael César Tolentino. Léase ahora lo que dijo de su hermano Vicente Tolentino Rojas.
En Hombres dominicanos. Rafael Leónidas Trujillo y Heureaux, ya citado (p. 431), luego de enumerar a un grupo de incondicionales del trujillismo que van de Porfirio Basora a Armando (Lelé) Mieses Burgos, Rufino Martínez incluyó a don Vicente: «Para estos abandenaros (sic, por abanderados) todo estaba bien, todo tenía su justificación, aunque se tratara del luto llevado a los hogares de su comarca. El Jefe los tenía siempre presentes por ser solícitos en el suplir las circunstanciales fallas de cualquier elemento de la inmensa servidumbre con encargos especiales. Por su parte, cuando se permitían una bellaquería a determinada persona o familia, ya por razones políticas o de índole particular, aunque les asomara en la intimidad de la conciencia el reproche de sí mismos, hallaron pronta justificación y motivo de olvido en el estar cubiertos por el manto protector del idolatrado Jefe.»
Y más adelante concluye con estos personajes: «En el caso de ellos y de muchos más en otros aspectos, la historia se conforma con sencillamente consignar su papel en aquella estupenda representación escénica, donde el triunfo de la perversidad y las mezquindades humanos se ofreció con despectivo alarde para la sociedad.» (Ibíd.).
Por órdenes de Trujillo, un encargo especial fue eliminar, de la Academia Dominicana de la Historia a Guido Despradel. En esa sesión estuvo don Vicente. Cuando Guido inquirió por órdenes de quién se le excluía, los académicos le señalaron, unos con el dedo, otros con un gesto redondo de labios, sin pronunciar una sola palabra, la foto de Trujillo en la pared del recinto. El excluido comprendió. No se trata de un daño de sus cofrades.
Siguiendo con la maldad y la perversidad de los intelectuales del trujillismo, venidos de la lucha contra el yanqui y contra Horacio Vásquez, Rufino les pasa revista a dos de los firmantes del Congreso de la Prensa: Francisco Prats Ramírez y Emilio A. Morel, y de por medio, Cundo Amiama: «El primero, [Cundo Amiama] frente al régimen de Vásquez, que toleró oposición, se había manifestado leal campeón del liberalismo. Con Trujillo renegó de su pasado, y mientras tuvo a su cargo la dirección del periódico LA OPINIÓN, no hubo acción tiránica y criminosa que él no defendiera junto con su compañero Prats-Ramírez, aprovechando la ausencia de firma en las notas editoriales. La verdad, como acto perjudicial a Trujillo y su Gobierno, la cubrían de un velo o la negaban. Fueron los primeros en establecer que antes del año 30 eran tenidos por valores sociales individuos de la Capital y de las apartadas zonas pueblerinas, pero Trujillo vino a probar la insignificancia de los mismos.» (obra citada, pp. 471-18).
Cuando el lector lee estos juicios de Rufino Martínez debe comprender que está escribiendo un hombre que nunca se inscribió en el Partido Dominicano, que nació en 1893 y murió en 1975; y, además que, como historiador, observó, anotó y enjuició a la generación de intelectuales del siglo XX, los objetivos por los que luchaban y los intereses que perseguían, o sea, la que combatió la ocupación militar norteamericana, colaboró con Horacio Vásquez, le combatió y se pasó al trujillismo como promotora sin ética de los sistemas totalitarios.
Este es el capítulo que los intelectuales e historiadores dominicanos no han querido escribir sobre sus colegas que figuran en la biblia de los alabarderos de la dictadura de Trujillo, es decir, “Cronología de Trujillo”, de Emilio Rodríguez Demorizi y en el “Álbum simbólico” subtitulado “los poetas cantan a Trujillo” y en los libros de Luis Rivera de música popular que incluye los merengues escritos para loar a Trujillo. Es decir, que el Tucídides dominicano no es un trujillista, no es un resentido social, es un hombre que ha visto conspirar a tres generaciones de pequeños burgueses en contra de la intervención yanqui que les depauperó, un horacismo que amenazó con hundirles en la miseria y un trujillismo que les reivindicó, les llenó de riquezas y bienestar a cambio de la entrega de su respectiva cabeza, como sucede en el cuento de Juan Bosch, “La mancha indeleble”. Lo contrario de lo que es un intelectual. Y esa historia no se escribe porque los intelectuales surgidos después de la decapitación de la dictadura son hijos o nietos de los grandes promotores intelectuales de aquella dictadura.
De Emilio A. Morel, dice Rufino lo siguiente: «… por ese tiempo de su mayor bienestar, en sus escritos no perdía oportunidad de negarle valor al escenario vivido por él intensamente y que grabara con arte en el soneto “Dominicano libre”, producción que todos creímos le debía sobrevivir a su existencia material en este mundo. Se empeñaba en imponer que servirle a Trujillo era más alta honra que producir ese soneto. Fue, además, quien antes del año 30, había tenido de compañeros de camaradería, con derecho a estrecharles la mano, a individuos pobres y sin relieve social. Publicaba artículos y libros con el propósito exclusivo de mortificar y zaherir a personas que no le podían contestar, quedando así satisfecha su sed de venganza, o acaso la fermentación de ese fondo de maldad asentado en cualquier alma.» (obra citada, pp. 418-19).
No prosigo con el juicio de Rufino acerca de Emilio A.Morel porque la ciudad letrada conoce su final. La dictadura a la que sirvió, le molió al final. Se publicó un libelo contra él acusándole de robarse propiedades y dinero de la Legación que representaba en el extranjero y debió pedir refugio en los Estados Unidos, país donde murió sin pena ni gloria, pero el trujillismo que pervive en el Ayuntamiento del Distrito Nacional le ha “honrado” a él, a todos los poetas y escritores trujillistas y a los golpistas que tumbaron a Juan Bosch en 1963, con una calle en la Capital.
Otros cinco trujillistas que circunnavegaron la ocupación yanqui, el horacismo, el jimenismo y el trujillismo fueron Enrique Aguiar, Daniel C. Henríquez, Raúl Carbuccia, Oscar Delanoy y John Molina Patiño, miembros del Congreso de la Prensa, quienes no figuran en el libro de Rufino a causa de su insignificancia histórica y política, pero sí en la biblia de la bibliografía trujillista de Rodríguez Demorizi.
En cambio, Rafael Damirón figura copiosamente en la biblia trujillista de Rodríguez Demorizi, pero poco en la de Rufino, donde le describe en un parrafito: «A un pie sobre la línea de flotación enseña el rostro ajado, fiel reflejo de su alma desteñida, Rafael Damirón, jefe de la batería gruesa del insulto. Logra por fin realizar la más íntima y lejana aspiración de su vida, que había sido el poder detractar despiadada e impunemente a quienes en el pasado, de libre y responsable acción entre los hombres, no le fue posible mortificar con viriles ni menos procaces desahogos. Cerca del palo de mesana hay un cuerpo de bomba que funciona con regularidad, porque la embarcación, de madera al fin, hace agua. Vigilan la manigueta del instrumento Arturo Logroño y Ramón Emilio Jiménez, detrás de los cuales forman cola interminable literatos y periodistas.» (Obra citada, p. 489). (Continuará).

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