El aprecio por una mayor información acerca de las nuevas ovejas de la grey era reclamado en 1863 por el arzobispo Bienvenido Monzón Martín en su visita a la parroquia de San Antonio de Monte Plata, quien requirió consignar el nombre y apellidos de los abuelos paternos y maternos, el de los padrinos y de dos testigos.
En lo tocante a los nombres de los neonatos, fray Roque Cocchia advertía en sus visitas pastorales a las parroquias de Jarabacoa, Altamira, Puerto Plata y Mao en 1877 que no se aceptara para nadie el nombre de Jesús ni los sobrenombres de Papa, Obispo, Abad, Mártir, Confesor y Virgen. En una visita pastoral a la parroquia de San José de Ocoa en 1881, Cocchia reclamaba no admitir la calificación de reconocido para los hijos ilegítimos, por inmoral, mientras que el arzobispo Fernando Arturo de Meriño, después de verificar libros de bautismos en la parroquia de La Vega en visita pastoral de 1887, ordenó indicar con las iniciales h.l. o h.n. si el bautizado era hijo legítimo o natural.
En cuanto a las defunciones, las previsiones dadas atendieron a hacerlas más ricas en informaciones referentes a los vínculos del fallecido y su muerte ex testamento o ab intestato. En ese orden, en 1674, el arzobispo Juan de Escalante Turcios y Mendoza, en ocasión de su visita a la parroquia del Sagrario de la Catedral de Santo Domingo, mandó a que los entierros fueran solemnizados con la presencia del cura una vez se tuviera copia del testamento e hicieran constar las informaciones referentes al escribano por ante el cual se otorgó y a los albaceas y herederos.
En 1740, el arzobispo Domingo Álvarez de Abréu, hizo idéntico reclamo al cura de San Carlos so pena de excomunión mayor y multa de 25 pesos; lo propio hizo su visitador general, Dr. Antonio de la Concha Solano, al visitar Higüey en ese mismo año, con pena de ocho reales aplicados a la fábrica de la parroquia.