Gómez de la Serna “compuso” el extraño verbo “ventriloquear”. Con frecuencia inventaba palabras, algunas hermosas y literariamente útiles. También creó vocablos cuyo significado no sabía el propio Gómez de la Serna. Por ejemplo, al hacer el elogio de Guillermo Apollinaire dice: “un metabolismo de tierra filtrante y floreciente siempre hubo en Apollinaire, fantástico y escolbutador. (Esta palabra no sé qué significa ni si existe, pero la he necesitado aquí). No sabemos si quiso decir, inconscientemente, que Apollinaire fue un escrutador con escorbuto. Hago esta interpretación arbitraria porque entonces no se había generalizado la palabra carburador, pues todavía el automóvil no había alcanzado uso masivo.
No podía, por tanto, atribuirle una “combustión artística” parecida a la del motor de explosión. Gómez de la Serna estrenó la voz “pungencia”, pero la Real Academia Española le hizo ascos y por eso no aparece registrada en su diccionario. Lo mismo ocurrió con “maravillosidad”, “espiralismo”, “estrellificación”, “milagrizar”, “exquisitar”. Él dijo una vez de un hombre muy flaco que estaba “pomulado”, pues tenía los pómulos salientes. Inventar palabras casi nunca es “rentable”. Si las palabras “prenden”, corren y circulan, se vuelven propiedad común y no dan ni siquiera un mínimo de renombre a quien las inventa. Y si nadie las usa, el autor del nuevo vocablo queda marcado como raro y excéntrico.
O sea, a un paso de ser loco. Ventriloquear tiene varias acepciones desconocidas. La que todo el mundo conoce es la que se aplica al ventrílocuo de feria que “pone a conversar” a un muñeco. Un ventrílocuo, como su nombre indica, es alguien que habla con el vientre; cuando un periodista pobre defiende causas indefendibles, para cobrar un cheque, se dice que ventriloquea -que habla por dinero y por cuenta de otra persona- , o lo que es igual, que habla con el estómago.
Cuando una mujer se acuesta con muchos hombres, también ventriloquea, ya que hace locuras con el vientre, incurre en faltas movidas por el apetito venéreo. Existen escritos utilitarios, como es el caso de las cartas comerciales, los documentos notariales, las informaciones periodísticas, los partes policiales. Pero también hay escritos “inútiles”, que no rinden servicios prácticos. Surgen a causa de necesidades psíquicas de quienes los redactan. (2012).