La pandemia ha impactado la existencia humana de forma integral: en la salud, la economía, las emociones, la socialización, la expectativa de vida y la adaptación social.
De las personas que se han infectado de covid-19, una de cada seis desarrolla posibles trastornos neuro-psiquiátricos, es decir, se afectan los químicos del cerebro, altera las estructuras que tienen que ver con el miedo, la ansiedad, las emociones y el pensamiento.
Pero también afecta más a las personas que tienen un trastorno psiquiátrico y se contagian con el virus, así como a los que han abandonado su medicación psiquiátrica; donde sus niveles de recaídas son más severas y de mayor prolongación en sus síntomas, lo que se traduce en mayor coste de medicamentos y hospitalizaciones.
La depresión y los trastornos de ansiedad, junto al insomnio y al abuso de alcohol y drogas ilegales se han triplicado.
Sin embargo, en los últimos meses, también han aumentado las ideas de suicidio y los suicidios consumados. El suicidio, es una autoagresión al yo, o una decisión sin retorno donde la persona deliberadamente ha tomado la decisión de quitarse la vida.
La depresión, los trastornos bipolares, esquizofrenia y las adicciones están dentro de las causas más frecuentes de suicidio. Aunque la carga genética, tipo de personalidad y la madures y habilidades para manejar los estresores psicosociales, también influyen en las causalidades de los suicidios.
Problemas sociales como desempleo, ruina económica, pérdida de ahorros, deudas, frustración, fracasos, desesperanza, estrés crónico, impotencia, problemas emocionales y afectivos, han incrementado la depresión y el suicidio más en los hombres que en mujeres.
La pandemia y sus daños colaterales en la posmodernidad: soledad, individualismo, desapego, distanciamiento social, el incremento de la exclución, las desigualdades, la falta de espiritualidad y de bienestar social, han representado riesgos y vulnerabilidades para millones de personas frente al suicidio.
Se imponen campaña de prevención, diagnóstico temprano y tratamiento para trastornos psiquiátricos y los conflictos emocionales para evitar el suicidio.
La disponibilidad de tratamiento dentro de la atención primaria; la facilidad de abordaje y medicamentos en la población vulnerable a los tratos neuro-psiquiátricos, continúan siendo las medidas preventivas para el suicidio.
El suicidio no es un tema tabú hay que hablarlo con las personas, en los medios de comunicación, en los servicios de atención primaria y secundaria. Para romper con el estigma del suicidio hay que quitarle los prejuicios, las influencias mágico-religiosas, las creencias limitantes de presentarlo como un problema para personas “poquita o flojas y de poco carácter”.
El suicidio es un tema de salud mental y social que se debe prevenir, tratar y de buscarle soluciones a través de las enfermedades que son predisponentes a su intencionalidad.
La pandemia está afectando la salud mental, impacta y aumenta los estresores psicosociales. Las personas deben buscar la ayuda a tiempo, el Estado tiene que facilitar el acceso a la salud mental en las comunidades.
Literalmente, los trastornos mentales van aumentando en la pandemia. Las nuevas patologías sociales también van aumentar. Las nuevas realidades han creado más conflictos espirituales, morales y estructurales.
El ser social en cualquier tipo de sociedad ha cambiado su percepción, sus emociones y sus comportamientos.
Lamentablemente, el suicidio es una expresión multifactorial de un mundo más enfermo, más deshumanizado, dividido y más desigual, que necesita de mayor acceso a la salud mental y a los tratamientos para poder disminuir y prevenir los intentos de suicidio.