Sao Paulo.– Enfundado en su papel de “ministro” sin cargo, el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva tantea desde hace semanas apoyo político para frenar el proceso legislativo que amenaza con desbancar de la Presidencia a su delfín político, Dilma Rousseff.
Cargado del carisma que le caracteriza, Lula se ha embarcado en “gira” política para conseguir el respaldo de las bases y recabar los apoyos necesarios para garantizar la permanencia de Rousseff en el cargo. Lula está dispuesto a llevar el timón de la articulación política y esta semana se lo advirtió a Rousseff durante un encuentro con sindicalistas en su ciudad, Sao Bernardo do Campo- “Le voy a decir a Dilma que vaya a gobernar Brasil, que yo converso».
El exmandatario, cuya designación como ministro se encuentra suspendida por el Tribunal Supremo, ha comenzado una ofensiva política para intentar convencer a los parlamentarios de estados del norte y nordeste del país, donde el grito en las calles a favor del “impeachment” suena con menos fuerza que en las grandes ciudades del sureste de Brasil.
El fin de semana el exjefe de Estado se reunió en Fortaleza con los gobernadores de los estados de Ceará, Paraíba y Piauí (nordeste) y coqueteó con diputados federales de “bajo clero” de seis partidos diferentes. La estrategia de Lula está basada en números dado que la oposición necesita llegar a los 342 votos para que el ‘impeachment’ consiga avanzar en el Cámara de los Diputados.
Por ello, el Gobierno, liderado por el expresidente, trabaja a contrarreloj para persuadir a congresistas y evitar que el juicio político sea aprobado por dos tercios de los diputados, el quórum más alto exigido por la Constitución.
No obstante, las posibilidades del Gobierno de esquivar el proceso parlamentario contra Rousseff se redujeron después de que su principal aliado, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), del vicepresidente Michel Temer, anunciara su decisión de desembarcar del Ejecutivo.
Según Rousseff, Lula fue precisamente nombrado ministro para tejer apoyos, una función que continúa haciendo a pesar que su designación como titular de la Presidencia está suspendida, a la espera de que el Supremo se pronuncie sobre su validez.
Uno de los once magistrados de la Corte Suprema de Brasil anuló de manera cautelar el nombramiento del expresidente al considerar que su designación tuvo como objeto obstruir la Justicia, ya que, como ministro, Lula obtendría fuero privilegiado y escaparía de las manos del temido juez Sergio Moro, que concentra las investigaciones del caso Petrobras. Además de intentar arañar votos entre parlamentarios, Lula busca fortalecer el apoyo de los militantes y los movimientos sociales, desencantados con el giro “ortodoxo” que en último año ha dado la política económica de la presidenta Rousseff.
Lula participó recientemente en Sao Paulo en una multitudinaria manifestación a favor del Gobierno, salió a las calles de Fortaleza y esta semana se unió al sindicato de los metalúrgicos de la región metropolitana de Sao Paulo, del que fue presidente durante los años de la dictadura brasileña (1964-1985).
En sus últimas apariciones públicas, Lula ha dejado de lado el tono aguerrido que le ha caracterizado en los últimos años y ha optado por un discurso más relajado, más propio de su condición de ministro sin cartera. A diferencia de su ahijada política, Lula tiene el don de la palabra, domina el uso de metáforas para dirigirse a las bases y sabe contonearse en los bastidores políticos para granjear respaldo.
No obstante, sus problemas con la Justicia – es blanco de dos investigaciones por corrupción – le han marginado de algunos sectores de la política, incluido el PMDB, que durante años ha actuado como bastón del Gobierno y ahora deja cojo al Ejecutivo en un momento crucial para la supervivencia en el poder de Rousseff.