Fue fiel al mandato del presidente Caamaño de que debía responder con su vida la seguridad de los bancos localizados en la Isabel la Católica y desde ahí luchó con gallardía hasta detener a las tropas invasoras en Santa Bárbara. Junto a tres de sus hijos estuvo del lado de la Patria desde que inició la Revolución de Abril de 1965 y su casa de la Hostos esquina Luperón se convirtió en uno de los comandos más audaces de la zona constitucionalista.
El comandante Manuel María Méndez Ureña, intrépido capitán que en 1959 se atrevió a rechazar una orden del régimen de Trujillo y que fue apresado por haberse enfrentado al arbitrario Félix W. Bernardino, no se menciona pese a ser uno de los más desafiantes soldados de la Guerra Patria.
El tesoro nacional fue respetado por su arrojo. Llegó un momento en que fijó su base en el Banco de Reservas para dirigir desde allí sus operaciones bélicas.
El 15 y el 16 de junio, cuando los norteamericanos desarrollaron la más sangrienta embestida contra los rebeldes, Méndez avanzaba enérgico mientras los marines le gritaban que se rindiera. El respondía con fuego.
“Fue ahí donde el comandante, al lado de sus hijos, de hombres ranas y de gente del pueblo se creció impidiendo el avance de dichas tropas cuyo objetivo era entrar por la puerta de San Diego a la ciudad intramuros, cerca del correo”, escribió su hija Emna, su asistente en la contienda quien está escribiendo la gloriosa historia de su progenitor.
Este militar jamás ha recibido un homenaje.
Manuel Montes Arache y Claudio Caamaño, quienes junto a otros líderes de abril comprobaron su determinación, reconocieron sus méritos al pronunciar el panegírico cuando la muerte sorprendió al héroe anónimo, en 1990. “Jamás he visto que ninguna de las plumas que han escrito de la Guerra de Abril le hayan dedicado ni un comentario o recordado las hazañas de un hombre como el comandante Méndez que empuñó el fusil en defensa de la libertad y la democracia”, expresó el ex jefe de los Hombres Rana.El Jefe de Seguridad del Gobierno en Armas destacó “la pulcritud y la integridad moral del comandante Méndez” y significó que como francotirador esmerado, “nunca tuvo descanso”. Lo despidió exclamando: “¡Te saludamos, comandante, en nombre de la Patria, depositando una corona de flores por tu honestidad, tu valor y sacrificio!”.
“Desde que surgieron los movimientos por la vuelta a la constitucionalidad se integró inmediatamente a la lucha poniéndose en comunicación con su pariente Molina Ureña y alertando a sus hijos William y Marino de lo que estaba sucediendo”, consignó Emna. William se unió a Claudio Caamaño en el asalto a la fortaleza Ozama.
Además del Reservas Méndez debió proteger a The Royal Bank of Canada, Bank of Nova Scotia, Chase Manhattan Bank, Banco Popular Dominicano.
Para su misión, emboscaron una patrulla norteamericana y la despojaron de un jeep y pertrechos que fortalecieron sus puestos. Montes Arache le asignó varios hombres-Rana. Emna, quien le recargaba de tiros el cinturón, anotaba sus encargos, recibía y preparaba alimentos, afirma que Méndez fue dotado, además, de un potente equipo de comunicaciones para mantenerse en contacto con los líderes políticos y militares.
Tanto el presidente constitucionalista como “Lora Fernández, Montes Arache, Lachapelle Díaz, Gerardo Hernández le dieron una importancia primordial por la posición estratégica que ocupaba y los bienes bajo su custodia”.
Detuvo el ejército invasor. El 15 y el 16 de junio ya los invasores habían tomado el Alcázar de Colón e intentaban apoderarse del área custodiada por Méndez montando debajo de un pino un cañón de 105 milímetros. “Comenzaron a tirar y la embestida fue bestial: lluvias de bazucas, morteros, cañones y balas caían en toda la zona”.
Méndez y su gente repelían los ataques “pero un cañón impactó en el frontal del correo donde se encontraba, teniendo que salir raneando por la parte trasera del edificio y posicionarse en Telecomunicaciones para responder al agresor”.
La fuerte resistencia del Luperón detuvo la avanzada enemiga. “La baja reportada fue de cinco combatientes y una docena de heridos”.
Al día siguiente, Héctor Lachapelle visitó al comandante Méndez para informarle que Lora Fernández había ordenado colocar dinamita en los bancos y en Telecomunicaciones para hacerlos volar en caso de que los contrarios intentaran aproximarse. Esta determinación fue sustituida por gasolina y algodón para incendiar la zona pero ninguna medida fue necesaria.
Al concluir la refriega entregó los bancos al sargento Félix Pérez Valdez, de la Marina de Guerra “sin que faltara nada”. Días después, debido a la persecución contra los constitucionalistas, emigró a Estados Unidos con su familia. Regresó en 1972.
Autodidacta y versátil. Manuel María nació en La Vega el 1 de agosto de 1915, hijo de Luis Méndez y Ana Coloma Ureña. Huérfano a los nueve años, fue enviado a vivir con su tío militar Luis Méndez, residente en San Carlos, quien lo llevaba frecuentemente a las Fuerzas Armadas donde aprendió a tocar flauta, bandoneón, violín, corneta. Fue incorporado a la banda del ejército al que ingresó en la adolescencia.
No fue a la escuela pero llegó tan lejos en conocimiento y cultura que alfabetizó y disciplinó a sus nueve hijos, de los que hizo un equipo. Se distinguió por su espíritu justiciero. Conoció en prisión a Juan Isidro Jimenes Grullón y por el trato que dispensó al preso político lo pusieron en reserva. También debió cambiar su segundo apellido cuando el tirano entró en conflicto con Estrella Ureña. Firmaba Méndez Altahoja.
Su vida anterior a la Revolución está matizada por confinamientos y precariedades debido a que en 1959 le retiraron su pensión y lo cancelaron del puesto de técnico eléctrico en La Manicera por haberse negado a combatir a los expedicionarios del 14 de Junio.
Estuvo casado con Cándida Estela Núñez. Fue el padre de Marino, Freddy Nelson, William César, Emna Estela, Noris Rosanda, Lucitania, Mayra Ruth y Judith.
En sus últimos años se dedicó al comercio y a la música. Fundó la orquesta “Los grandes del ritmo”. Un derrame cerebral le produjo una parálisis que lo mantuvo en silla de ruedas. Falleció el 9 de febrero de 1990.
Con ojos llorosos Emna manifiesta: “Nos dejó como legado la honradez, la honestidad, el desprendimiento. Fue ejemplo de valentía, responsabilidad, disciplina y un padre abnegado que nos dedicó su vida”.
Les predicó siempre estar atentos al llamado de la Patria sin esperar nada a cambio. Él lo demostró con su propio ejemplo: se negó a aceptar la pensión que le ofrecieron por su decorosa actuación en la Revolución de Abril.