Todos los seres humanos, sin importar su estatus socioeconómico, tienen diferentes tipos y niveles de necesidades. En este orden, cada individuo o grupo humano buscará distintos mecanismos que le permitan satisfacer las mismas. Con respecto a dicho tema, el psicólogo humanista norteamericano, Abraham Maslow, desarrolló en 1943 una teoría sobre la motivación humana. Para Maslow, las necesidades psicológicas inciden directamente en el comportamiento y en la motivación humana.
Según el psicólogo humanista Abraham Maslow, determinados comportamientos humanos tienen como objetivo satisfacer ciertas necesidades, las cuales pueden ser ordenadas según la importancia que tienen para el bienestar. Uno de los planteamientos de la teoría de Maslow, establece que las personas tienen cinco necesidades básicas, las cuales impactan de manera directa el comportamiento humano. Por ejemplo, las necesidades: fisiológicas, de seguridad, de afiliación, de reconocimiento y la de autorrealización.
Tomando como punto de referencia la jerarquía de necesidades, tal y como se señala en la Pirámide de Maslow, es entendible el comportamiento y las actitudes que asumen algunas personas cuando ven que uno o varios de los medios que facilitan la satisfacción de sus necesidades, están en peligro. Es decir, las personas harían cualquier cosa para satisfacer su necesidad de comer, dormir, seguridad física, trabajar, disponer de seguridad social, vivienda, etcétera. Sin ninguna duda, la satisfacción de las necesidades humanas depende de muchos factores: sociales, económicos, políticos, culturales, ideológicos, educativos, jurídicos, entre otros.
Son muchas las situaciones, y hechos que suelen atentar contra la dignidad y las necesidades humanas. En este ámbito, pese a los efectos negativos derivados de esta mala práctica, muchas personas no tienen otra opción que aprender a vivir con ellos. Por ejemplo, trabajar en una empresa o institución en la que no se valore el factor humano. ¿Para qué sirve trabajar en una organización donde el mérito, los logros significativos, la lealtad, la entrega y el comportamiento ético de las personas, no se valoran?
En un entorno como la sociedad dominicana, lograr satisfacer las necesidades humanas básicas, tiene muchas consecuencias negativas para la estabilidad emocional y la movilidad social. ¿Cuántas lágrimas podrían las personas ahorrarse si se autovaloraran más y trabajasen en lugares donde se valore el factor humano? ¿Por qué aferrarse, casi de manera enfermiza, a empresas e instituciones que degradan, menosprecian, excluyen, enferman y hacen sufrir?
Más allá de los esfuerzos requerido para satisfacer las necesidades humanas, las personas tienen que esforzarse para fortalecer su autoestima, ya que con frecuencia suelen desconocer su propio valor. Por lo general, los que se valoran no rueguen cuotas de poder, no permiten maltratos, no aceptan injusticia, no se muerden la lengua, no se victimizan, no requieren la aprobación y reconocimiento de los demás para ser felices, no se afanan por visibilizar todo lo que hacen. En definitiva, hay que aprender a valorar.
Aplausos para los que no se quedan en aquellas organizaciones que no saben valorar a su talento humano. Venturosos los que saben irse cuando ya es hora, y no se quedan esperando inútilmente que el viento sople a su favor. Dichosos los que tienen la suficiente humildad para conocer lo que realmente agrega valor. Para comprender con mayor profundidad el valor de las cosas, véase la siguiente historia, en la un padre moribundo que llama a su hijo para dejarle lo único que tiene como herencia material: el reloj de su abuelo. (Esta historia fue tomado de la Red Social TikTok).
“Hijo, ya sabes que me quedan pocos días de vida…Te hablé porque quiero darte un obsequio. Es un obsequio importante para mí. Aquí tienes un reloj que me dio tu abuelo. Tiene casi 200 años. Pero antes de dártelo, ve a la joyería del centro y diles que lo quiero vender”.
El hijo llega a la joyería y le dice al comprador: “quiero vender este reloj ¿cuánto ofrece? El dueño de la joyería responde: “está viejo y no pienso darte más de cien pesos por el reloj. Bueno, si no quieres no hay trato”. A lo que el hijo responde: “mejor olvídalo”.
El hijo enojado, le dice a su papá: “me ofrecieron cien pesos en la joyería”. El padre consciente del valor que tiene el reloj le dice a su hijo:” eso es una miseria”.
Luego, el padre le dice a su hijo: “ve a la casa de empeño, y regresa para comentarme. El hijo llega a la casa de empeño, esperando tener mejor suerte que en la joyería. Cuando llega a dicho lugar es recibido por el propietario, el cual le pregunta: ¿en qué te puedo ayudar? A lo que el joven responde: “bueno, quiero vender este reloj”. En seguida, el comprador responde: “se le ve desgastado y viejo, te doy veinte pesos por ahorita mismo”.
La reacción del hijo, frente a su padre moribundo, fue más decepcionante que la que tuvo en la joyería. En este sentido, expresó: “papá, me fue mucho peor, me ofrecieron mucho menos que en la joyería”. Ante la reacción asumida por su hijo, el padre le dice: “bien, ahora ve al museo que está a pocos cuadras de aquí, y regresa de nuevo”.
Cuando el hijo llega al museo expresa: “el último intento”. Una hora después, llega entusiasmado a contarle a su padre la experiencia vivida en el museo. “Papá, no me vas a creer, me ofrecieron un millón de dólares por el reloj”. Muy contento, el hijo le dice a su padre: “resulta que es una pizza de colección muy valiosa”.
El padre le comenta a su hijo: “quería que te dieras cuenta de que en el lugar correcto te valoran de la forma correcta. No te encuentras en el lugar equivocado, y no te enojes si no eres valorado. Aquellos que conocen tu valor son los que te apreciaran”.
Igual que en la joyería y en la casa de empeño, existen muchos directivos, ejecutivos y gerentes de empresas e instituciones que no les interesa conocer el valor que tienen sus colaboradores. Es un gravísimo error quedarse en aquellos lugares donde el mérito, la lealtad, las competencias, la experiencia, los resultados significativos y la entrega, no se valoran. Lo recomendable e inteligente es no quedarse en los sitios que no saben valorar.
Hay que estar en lugares y con personas que conocen y aprecian el valor humano y profesional de los demás. Para reconocer el valor que tienen los demás, es imprescindible practicar la humildad y la inclusión ¿En cuántas empresas privadas e instituciones gubernamentales dominicanas, tratan a sus colaboradores igual que hicieron la joyería y la casa de empeño con el joven que acudió a ellas a vender el reloj que le obsequió su padre?