Parece que los legisladores no se asesoran antes de someter un proyecto de ley. Este es otro DISPARATE, esta vez del diputado Víctor Suárez. No el primero de la cámara baja, pero sí uno de los más sonados.
Este congresista por Santiago pretende que se controlen las producciones musicales, antes de salir al aire. La finalidad es buena: evitar que se propague la intoxicación social en los oídos de quienes escuchan. ¿Cuál es el problema? La propuesta no es aplicable bajo los términos y condiciones de la era digital.
Las razones del disparate son las siguientes…
1- La censura previa no se permite en democracia porque lo «bueno o malo» es subjetivo, dependiendo el gobierno o poder de turno. Mientras la canción no se difunda por algún medio masivo que la ley contemple, es admitida.
2-La «mala música», como él dice, no suena explícita en la radio. Esas canciones se propagan por las redes sociales y plataformas como Youtube. Si las emisoras, canales de televisión y eventos públicos difunden ese contenido, es responsabilidad directa del medio, no del artista.
3-Los niños y adolescentes no consumen ese tipo de música en la radio local porque no escuchan emisoras, se van directo a las plataformas y eso, mi querido saltamontes, es responsabilidad directa de los padres, madres y tutores.
4-La buena o mala música dependerá siempre de quién escucha. Para el que va al Conservatorio, la buena melodía es la sinfónica; para el que rapea, la pámpara es un beat agresivo
sampleado. El arte tiene esa ventaja, es subjetiva y nadie puede determinar lo que es bueno o malo, aunque ofenda los oídos de los congresistas. Hay de todo y para todos.
5-La Comisión Nacional de Espectáculos Públicos hace rato que perdió la capacidad de regular los temas picantes, sobre todo con su presidente que admitió no escucha música urbana -la de mayor influencia en la sociedad-.
6-El reglamento 824 tiene más de 40 años y no se ha actualizado, de hecho, cuando se creó era para fines de radio y televisión, dos plataformas que hoy no son de la predilección juvenil. Se requiere una ley de comunicación que regule la forma y el contenido de los mensajes, con alcance general.
7-Netflix, Spotify, Youtube y demás opciones de contenido no pueden ser reguladas por legislación local, lo que sí compete es fomentar proyectos que apliquen sanciones a las familias por irresponsabilidad en la formación del menor, que sería lo ideal. Internet es de todos, tus hijos son tuyos.
8-Si la intención es mejorar la sociedad, que tal si iniciamos por hacerle censura previa a la corrupción. No hay un desafine más fuerte para este pedazo de país que el descaro de nuestros funcionarios, políticos, jueces, militares y servidores públicos en su conjunto. El problema no son las canciones, es que el barrio está asfixiado de tanta basura que los de arriba le dan y ha encontrado en la «mala música» un desahogo.
9- Cualquier ley que regule el contenido musical puede tener jurisdicción en los conciertos y escenarios públicos, pero también eso es un arma de doble filo porque, justamente, los artistas más populares no son los de música clásica, por lo que afectaría el interés comercial de quienes conjuguen esas fiestas, incluyendo el propio Estado que en Navidad busca los urbanos para captar las masas. En campaña pasa lo propio, igual que en cualquier otro espacio donde se quiera atención.
10- Supongamos que ciertamente se pueda regular la letra (que no es lo mismo que la música), ¿eso cambiará la realidad del barrio? Esas canciones expresan lo que se vive en cada sector, la indiferencia de un Estado desigual que promueve indirectamente este circo porque distrae del reclamo básico. Es cierto, ser pobre no es ser morboso, pero eso lo sabemos quienes tuvimos la oportunidad de una crianza integral, la mayoría de nuestros artistas no saben lo que es familia, educación ni valores porque nunca lo recibieron.
Mi querido diputado, usted que entra de lleno ahora en proselitismo, espero no verlo en la tarima compartiendo con uno de estos exponentes de «mala música», aunque nadie sabe… Estamos en campaña y todo se vale, hasta someter un proyecto placebo para que yo le tenga que dedicar este artículo y posponer la escritura de la indignación colectiva por el derrocadero en que ustedes, los políticos, nos están empujando.