Edwin Paraison es un religioso de muy buena trayectoria, casado con dominicana, adornado con los perfectos hábitos de la clase educada de Haití. Aunque es un ex-cónsul de Haití sus declaraciones suelen ser cautas e imparciales, pero es natural que simpatice con las causas de su país, especialmente cuando es la de los pobres.
Paraison acaba de darnos una esperanzadora noticia: Las bandas que hemos estado creyendo que eran salvajes e incontrolables, resultan ser expolicías y personeros que sirven a grupos oligárquicos, y forman parte de estructuras políticas que operan en varias ciudades de Haití. Lo cual significa que las cosas no son necesariamente desorganizadas ni bestiales, y consecuentemente pueden ser manejadas, incluso ser parte de cualquier plan de reorganización de Haití, y de los tratados de cooperación entre los dos países.
Entrevistado por Luisa Blanco, de Hoy (24 de octubre), reveló, además, que son los Estados Unidos los que le facilitan armas y municiones a las pandillas haitianas; lo que muestra otro asidero de control de dichas agrupaciones; lo cual implica, que el terrorismo y el salvajismo exhibidos por estas entidades, muy probablemente, sea parte de un plan perfectamente calculado y bajo control de poderes internacionales y locales, nada aleatorios ni alocados.
Puede leer: Introducción al racismo: “Los ojos de mi madre”
Lo que dejaría claro que la brutalidad y violencia exhibida no son parte de salvajismo cultural alguno, ni de un desorden social anómico; aunque vistos desde afuera, acostumbrados a las películas de Hollywood, tendemos a percibir estas conductas y manifestaciones de algunos grupos y sociedades de diferentes tipologías étnicas, o cualquier ruido no similar a los nuestros nos parecen salvajes o amenazantes. Como suele ocurrirle a un clasemedia dominicano o turista cuando entra a un barrio ruidoso cualquier sábado por la tarde.
La entrevista a Paraison no es noticia para nuestros cuerpos de seguridad y mucho menos para los americanos. Lo que, sumado a la noticia de que esos grupos paramilitares, políticos o beligerantes de Haití tienen sus dineros en bancos dominicanos y sistemas de soporte técnico-económico de este lado de la frontera, lo cual significa que ese desorden que vemos en los medios no es tan grave, aunque la maldad de grupos tradicionales y poderosos puede llegar a conductas extremas.
Pero sabemos que no son suicidas. Y que, como dijo el presidente Abinader, los tenemos ubicados, identificados y hasta con sus registros personales en bases de datos.
Por estas razones, el panorama no es tan desalentador y ajeno. Incluso, personalmente, puede sentirse algún alivio cuando se observan filas de haitianos protestando en la frontera, en apoyo al desvío del río Masacre-Dajabón. Porque, aunque sea para desafiarnos, la sola noticia de que los haitianos están de acuerdo en algunas cosas importantes es, sin duda, un excelente punto clave como base de cualquiera negociación y, de paso, para el reordenamiento de su propios país y territorio.
Además, siendo las oligarquías y los americanos actores principales del drama, el problema no es estructuralmente distinto al de otros países de la región. Aquí, por ejemplo, hay mucha experiencia en esa materia.